lunes, 26 de noviembre de 2012

¿Quién tiene la culpa de que haya perdido el autobús?

Por Pablo Sánchez, militante de AJ. Hay días en los que la vida se presenta ante nosotros de una manera muy reveladora. Hay días en los que no uno no puede menos que preguntarse si Dios no querrá denunciar algo poniéndolo delante de nuestros ojos. Hay días en los que tenemos que quitarnos los auriculares y las gafas de sol, que nos aíslan del mundo, y observar lo que sucede a nuestro alrededor.

Hace un tiempo, estaba esperando el autobús para ir a la estación de autobuses. Había esperado más de media hora a que llegara alguno que no pasara de largo debido al alto número de pasajeros que transportaba y faltaban apenas cuarenta minutos para que saliera el autobús que habría de llevarme a Linares. No podía perderlo, porque eso significaría esperar dos horas en dos estaciones diferentes y aquello era más de lo que mi cuerpo podía soportar a las dos de la tarde de un viernes. Así que cuando paró el primer 33 que podía admitir pasajeros no lo dudé y me colé como pude dentro. Mi maleta y mis pies recibieron pisotones y hubiera caído al suelo a falta de un sitio donde agarrarme de no ser por la masa de cuerpos que me rodeaban y hacían imposible el menor movimiento.

Llegamos a una de las paradas principales del trayecto. El conductor abrió la puerta trasera (contra la cual yo estaba aplastado) para que pudiera salir un pasajero, pero no la delantera, para que no pudieran entrar más personas.  En ese momento, antes de que se cerrara la puerta, dos mujeres bajitas, morenas y de pelo rizado subieron al autobús por esa puerta, pese a estar prohibido. Ambas enarbolaban su bonobús, como diciendo "miren ustedes, no nos estamos colando". Digo como diciendo porque en realidad no oía ni veía gran cosa, aislado como estaba con mis auriculares y mis gafas de sol. Entonces empecé a ver movimiento. Me quité las gafas para ver mejor al conductor, que había salido al pasillo y parecía gritar gesticulando mucho hacia donde las señoras y yo nos encontrábamos. Ahí me quité los auriculares y efectivamente pude comprobar que gritaba.

- ¡Señoras, hagan el favor de bajarse, por ahí no se puede subir!

Las señoras, por su parte, gritaban también, una más que la otra.

- ¡Tenemos el bonobús! ¡Tenemos el bonobús!

- ¡Que me da igual, señora, bájense!

El resto de pasajeros iba poco a poco reparando en la escena que se desarrollaba, levantaban la vista de sus libros, dejaban de conversar entre ellos y, como yo, se quitaban los auriculares.

- ¡Que no nos bajamos! ¡Llevamos más de una hora esperando un autobús y todos pasan de largo! ¡Yo tengo a dos niños en casa y tengo que hacerles la comida!

Ahí pude comprobar el acento de la mujer, y dada su apariencia, supuse que vendrían de algún país del norte de África.

- ¡Eso me da igual señora, no pueden subir y punto! ¡Bájense!

Los pasajeros empezaron a impacientarse. Hacía calor, apenas podíamos movernos y muchos llegábamos tarde a algún compromiso. Varias personas empezaron también a alzar la voz.

- ¡Señora, váyase ya! ¿No ve que no cabe? ¡Bájese de una vez!

 - ¡Se entra por la puerta de delante! ¡Está parando el tráfico!

Los ánimos se caldeaban. Las señoras seguían allí, el autobús seguía parado, con la puerta abierta, y ya empezaban a pitar los coches que teníamos detrás. El conductor gritaba:

- ¡Bueno, pues bájense y les abro por delante, pero por ahí no se puede subir!

Una de las señoras bajó. La otra, la más enérgica, siguió en su sitio.

- ¡Yo no me muevo de aquí, seguro que me bajo y se va!

En ese momento todos los pasajeros prestaban atención a lo que sucedía y la mitad de ellos increpaban a las mujeres. Entonces, un hombre gritó:

- ¡Vete a tu país!

Varios pasajeros mostraron su aprobación. No puedo ni explicarles lo mucho que me dolió aquel comentario. Por estar fuera de lugar, por absurdo, y por ese tufillo a odio que demostraba. La señora exclamó asombrada:

- ¡Pero si yo soy de Melilla!

El conductor seguía berreando por su parte, y el resto de pasajeros pedían a la mujer que subiera  al autobús por la puerta correcta. Tras un momento de vacilación, accedió, y subió por la puerta de delante. El hombre que la había invitado a volver a su país seguía con lo mismo, cuando un señor de mediana edad dijo:
 
- Cállese, eso no tiene nada que ver. Además, ya ha dicho que es de Melilla. Dejemos de decir tonterías y preguntémonos por qué ha pasado esto.

Y me puse a pensar. La empresa concesionaria del servicio de autobuses de Granada está sufriendo como cualquiera este período de crisis. Todos los miércoles de 7:00 a 9:00 hay servicios mínimos. La frecuencia el resto del día ha mermado desde hace unos años. Cada vez hay más personas que cogen el bus para evitar pagar gasolina. La población inmigrante es un sector que sufre más si cabe este tiempo. Puede que estos factores influyeran aquel día, pero creo que no son la causa principal. ¿Por qué estuve todo ese día con un nudo en el estómago? ¿Qué nos hace volvernos algo que no somos en ese tipo de situaciones? ¿Por qué la gente aprobaba al hombre que gritó aquello? ¿Hubiera sucedido la misma escena hace diez años? ¿Dónde hubiera estado Jesús en medio de todo aquello?

Y yo, al final, perdí el autobús.

1 comentario:

  1. Guau. Esta escena tan cotidiana me ha dejado con un nudo en la garganta y otro un poquito más adentro.
    Gracias por compartirlo, Pablo.

    Adriana

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