"En aquel tiempo, comenzó Jesús a decir en la sinagoga: - «Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír.» Y todos le expresaban su aprobación y se admiraban de las palabras de gracia que salían de sus labios. Y decían: - «¿No es éste el hijo de José?» Y Jesús les dijo: - «Sin duda me recitaréis aquel refrán: "Médico, cúrate a ti mismo"; haz también aquí en tu tierra lo que hemos oído que has hecho en Cafarnaún.» Y añadió: - «Os aseguro que ningún profeta es bien mirado en su tierra. (...)» Al oír esto, todos en la sinagoga se pusieron furiosos y, levantándose, lo empujaron fuera del pueblo hasta un barranco del monte en donde se alzaba su pueblo, con intención de despeñarlo. Pero Jesús se abrió paso entre ellos y se alejaba." (Lc 4, 21-30)Por Redacción AJ. En este texto llama la atención la reacción de la gente que escucha a Jesús: pasan de la aprobación y la admiración por Él, al enfado y al rechazo, llegando incluso a querer despeñarlo.
¿Qué ha pasado? Pues que Jesús percibe entre su gente de Nazaret que en el fondo no están dispuestos a acoger su mensaje y –con valentía- les hace ver su actitud.
Ellos, que conocen a Jesús y que posiblemente ya han oído algo de su fama, esperan milagros fáciles, gestos que no les comprometan la vida... Y sin embargo, Jesús les recuerda que su anuncio es un anuncio profético, un anuncio que descoloca porque es un anuncio que alegra pero también compromete.
Jesús les recuerda que ya se sabe lo que les pasa a los profetas: que son rechazados porque incomodan, porque dicen la verdad, porque son libres. La gente de Nazaret, cuando Jesús menciona que esto fue precisamente lo que les pasó a Elías y a Eliseo, profetas rechazados en su tierra, se enfadan porque sienten que Jesús pone al descubierto su falta de fe y su falta de ganas de acoger la Buena Noticia que trae de parte de Dios.
En el fondo, este pasaje presenta en síntesis lo que será la vida de Jesús: muchos al principio lo siguieron entusiasmados, esperaban de él gestos extraordinarios, gestos espectaculares, tal vez pensaban que siguiendo a Jesús conseguirían prestigio, buena posición, vida fácil… pero Jesús, poco a poco, va dejando ver en qué consiste seguirle y acoger su mensaje de amor y de compromiso. Y ya sabemos como acaba: Jesús será rechazado por muchos, un rechazo que le llevará a la muerte. Mirar a Jesús en este pasaje nos invita a recordar que Él fue profeta, valiente y fiel a la Buena Noticia que traía de parte de Dios, que no se ahorro el rechazo de los suyos y la incomprensión de muchos.
En esta Iglesia nuestra, ésta que vivimos en el S.XXI, siguen haciendo falta profetas.
Nosotros ¿somos, alguna vez, incómodos? ¿Somos gente valiente que se atreve a denunciar la mentira, la hipocresía, la injusticia? ¿Nos atrevemos a hablar de un Dios que no interviene en la vida de forma espectacular, sino que se hace presente en los gestos, grandes o pequeños, que liberan las esclavitudes –cualesquiera que sean-? ¿Nos atrevemos a situarnos desde el servicio y no desde el poder que compite por “ser más” o “tener más”, a poner verdad aunque sea a costa de perder imagen? ¿Nos atrevemos a ser tachados de ingenuos o de bobos cuando nos atrevemos a decir que el mundo por el que apostamos es un mundo bueno y justo, de hermanos y hermanas, de mesa compartida?