Por Redacción AJ. Cuando se acerca el fin del año litúrgico, antes del Adviento que nos prepara a la Navidad, la Iglesia nos propone a los cristianos esta Palabra de Dios de la que nos puede resultar un poco difícil sacar luz para nuestra vida:
“Serán tiempos difíciles como no los ha habido desde que hubo naciones hasta ahora” “Entonces se salvará tu pueblo […] los que enseñaron a muchos la justicia brillarán como las estrellas por toda la eternidad”. Y a la luz de Dios, aquello que no era para el bien quedará patente “para ignominia perpetua”. (Daniel 12)“Después de esa gran angustia[1] – oiréis hablar de guerras, vendrán usurpando mi nombre y engañarán a muchos, habrá terremotos, hambre: esto será el comienzo de los dolores del alumbramiento, vosotros compareceréis ante gobernadores por mi causa, pero no os preocupéis de lo que vais a hablar- el sol se hará tinieblas, la luna ya no dará su resplandor, las estrellas caerán. Entonces verán venir al Hijo del Hombre” “Cuando veáis vosotros suceder esto, sabed que El está cerca, a la puerta” ”Mis palabras no pasarán aunque el día y la hora nadie lo sabe, sólo el Padre”. (Marcos 13)
Cuando Marcos escribe el Evangelio de hoy, la comunidad ya ha vivido acontecimientos tan dramáticos y desconcertantes como la guerra judía, la destrucción del templo de Jerusalén, posiblemente la primera persecución de los cristianos en Roma... Es un tiempo de derrumbamiento y desastre, parece que acerca “el fin”. ¿Es un sin sentido?, ¿es un fracaso?, ¿y después? El mundo no es eterno. Esta vida terminará. ¿Qué va a ser de nuestras luchas y trabajos, de nuestros esfuerzos y aspiraciones.
Pero, al mismo tiempo, la narración expresa que todo será renovado, y será renovado en un modo de presencia singular, en la llegada del Hijo del hombre, que nos conoce bien, que vivió la realidad nuestra, también la muerte. Y que resucitó, que triunfó.
En medio de esa noche se podrá ver al "Hijo del Hombre", es decir, a Cristo resucitado que vendrá "con gran poder y gloria". Su luz salvadora lo iluminará todo. Él será el centro de un mundo nuevo, el principio de una humanidad renovada para siempre. Porque Dios tiene un proyecto que Jesucristo nos ha dado a conocer. Este proyecto se realizará en la historia de cada uno y de la humanidad: el Reino.
Jesús no promete a aquella comunidad perseguida que se le tenga que resolver el conflicto, la tortura o la muerte. Lo que anuncia es que los miembros de la comunidad serán testigos de que la última palabra siempre es de Dios, como lo fue la primera.
Las catástrofes y persecuciones no presagian la victoria del mal. Jesús nos invita a aprovechar esa oportunidad para convertirnos y pasar del miedo —experiencia humana natural— a la confianza de que el Espíritu actúa. Más allá de lo que pueda ocurrir en la superficie de la historia –la historia de la humanidad o la personal— hay una Realidad estable que nos sostiene y que podemos experimentar como “roca firme” en la que hacer pie, de un modo directo y evidente.
Pero esta experiencia no se da en una mirada superficial a los acontecimientos. Pide, junto a la confianza, la vigilancia, la reflexión personal y compartida, hecha de oración y estudio, porque nos jugamos mucho en ella. Y pide compromiso.
Se trata de descubrir en el fondo de cada persona y de cada acontecimiento que el Reino está presente y crece. Esta Palabra de Dios no es solamente para la última venida, y la experiencia personal o comunitaria de la venida del Señor ocurre a menudo en momentos difíciles y dramáticos. Dramática ha sido la vivencia reciente en Madrid Arena para muchos jóvenes, en los últimos terremotos, inundaciones, en la falta de trabajo. En los mismos días en que en el Madrid Arena jóvenes veían cerca la muerte, en el Congreso de Pastoral el Cardenal Rylko que tiene para toda la Iglesia la responsabilidad de orientar a los jóvenes en su vocación y misión, decía: Tenemos la certeza de que Dios no fracasa, de todo saca nuevas oportunidades, siempre encuentra modos nuevos.
¿Podríamos titular la liturgia de este domingo: “¿Tenemos la certeza de que Dios no fracasa?”? ¿Qué medios tenemos a nuestro alcance para mirar nuestra historia con los ojos de Jesús y comprometernos con ella?
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[1] El texto entre guiones está tomado de versículos anteriores del mismo capítulo 13
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