lunes, 30 de enero de 2012

Invisibles y omnipresentes


Por Mari Paz López Santos para Eclesalia. En principio los dos adjetivos que encabezan este escrito podrían considerarse opuestos, por lo menos para la masa de la que estamos hechos los humanos: si estás, te ven. Y, sin embargo, no se trata tanto de leyes físicas sino, más bien, de cómo percibimos al otro, ya sea persona individual o grupo humano. Se dan casos claros de presencia real e invisibilidad al mismo tiempo.

He empezado de forma misteriosa pero aclaro enseguida la cuestión a la que quiero referirme: es el caso de la invisibilidad de las mujeres en la Iglesia y la omnipresencia de esas mismas mujeres en la iglesia. No hay que pasar por alto el discreto matiz de la misma letra en mayúscula y en minúscula. Tiene su importancia.

Me doy cuenta de que la mujer siempre se ha acercado al misterio de Dios con una facilidad mayor que el hombre. El hecho de que el acercamiento no degenere en la obtención del poder crea una forma de estar donde la fidelidad es la característica principal.

Podemos ver a mujeres en pequeños pueblos cuidando, limpiando, poniendo flores, preparando manteles para los altares, guiando el rezo del rosario, atendiendo trabajos administrativos, custodiando la llave de la iglesia, etc. Estas mujeres ni se plantean que las cosas puedan ser de otra manera, que pudiera haber mujeres presentes en otro tipo de servicios de otro orden dentro de la Iglesia.

Si nos adentramos en el terreno del mundo de las órdenes religiosas el número de monjas y religiosas es muy superior al de sus homólogos masculinos, pero en la mayoría de los casos viven más “ocultas”.
Y si hablamos de los laicos, o mejor dicho, de las laicas: catequistas, voluntarias en todo tipo de actividades de la Iglesia, atención a la formación de las diferentes pastorales de bautismo, confirmación, preparación para el matrimonio; visitas a hospitales, ayuda a la infancia... No habría renglones suficientes en este artículo para enumerar en todos los ámbitos donde se mueven, ni para contabilizar el número total.

Del sacerdocio, nada nuevo que decir. Son los que son y parece que así va a seguir el tema.

El día de la llegada del Papa Benedicto XVI para encontrarse con los jóvenes en la JMJ en Madrid, viendo en televisión la celebración de la Plaza de Cibeles, reparé en un sencillo hecho: una multitud de chicas y chicos juntos en lo mismo, sin diferencias; pero cuando la cámara enfocó el escenario donde el Papa se dirigió a los jóvenes, reparé en el contraste: sólo había hombres.

No hace mucho, un buen amigo, por ciento, religioso, hablando del tema de las mujeres en la Iglesia me dijo con mucha contundencia: “No entiendo, según están las cosas, que todavía haya mujeres en la Iglesia”.

Creo que la invisibilidad nos da alas, y la creatividad, omnipresencia. Lo que no quiere decir que no hayamos de seguir trabajando y avanzando para que la situación cambie.

Ahora recuerdo que bien visibles “junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre, María, la de Cleofás, y María, la Magdalena (…) y cerca, al discípulo que tanto quería Jesús”. Como siempre en mayor número pero esta vez bien visibles.

No lo digo yo, lo dice el propio discípulo: Juan 19,25-26. 

viernes, 27 de enero de 2012

De saldos y novedades


Llegaron a Cafarnaún, y, cuando llegó el sábado, Jesús entró en la sinagoga y se puso a enseñar a la gente que estaba admirada de su enseñanza, porque os enseñaba con autoridad, y no como los maestros de la ley.

Había en la sinagoga un hombre con espíritu inmundo, que se puso a gritar: ¿Qué tenemos nosotros que ver contigo, Jesús de Nazaret? ¿Has venido a destruirnos? ¡Sé quien eres: el Santo de Dios!
Jesús le increpó, diciendo: ¡Cállate y sal de ese hombre!
El espíritu inmundo lo retorció violentamente y, dando un fuerte alarido, salió de él.
Todos quedaron asombrados y se preguntaban unos a otros: ¿Qué es esto? ¡Una doctrina nueva llena de autoridad! ¡Manda incluso a los espíritus inmundos y estos le obedecen!
Pronto se extendió su fama por todas partes, en toda la región de Galilea.
(Mc 1, 21-28)
 Redacción AJ. La pasada semana Marcos nos presentó a Jesús eligiendo a los discípulos. Hoy estamos ante la primera parte de lo que podríamos considerar un día en la vida de Jesús. Está en Cafarnaún, una aldea de poca importancia junto al lago de Tiberíades. Es sábado por la mañana y Jesús, como tantos judíos de entonces y de ahora, comienza el día en la sinagoga, el lugar de enseñanza y custodia de la Palabra de Dios. Los versículos siguientes –que se leerán en el Evangelio del próximo domingo- lo sitúan ese mismo día en un entorno más familiar: la casa de Simón y Andrés.
En la sinagoga de Cafarnaún, donde el pueblo se reúne para escuchar las lecturas bíblicas y su explicación, se inaugura, para Marcos, la actividad pública de Jesús y lo hace con palabras y con obras. Enseña a la gente sencilla y cura a un poseído por un espíritu inmundo. La idea central del texto es que Jesús enseña con autoridad una doctrina nueva.
La autoridad y la novedad del mensaje de Jesús vienen ratificadas por la acción. Jesús, además de enseñar, y en el mismo contexto, actúa, realiza un signo impresionante y espectacular: la liberación de un hombre poseído por el espíritu del mal. Nuestro hombre está en la sinagoga. Enseña con autoridad y actúa con firmeza y decisión. El endemoniado representa la actitud de quienes se empeñan en vivir en contra de Dios, fuente suprema de todo bien, rechazando sus mediaciones. Sin entrar en el carácter psicológico o espiritual de la posesión, la liberación que ofrece Jesús, por medio de la Palabra, es un signo de cómo la Buena Noticia se impone sobre la realidad y las fuerzas del mal.
Lo ocurrido esa mañana de sábado se debió convertir en tema de conversación de toda la aldea ese día y los sucesivos. El texto de hoy concluye afirmando que su fama se extendió por todas partes (v.28).
Jesús siempre sorprende. Su lenguaje y sus gestos son únicos. La gente se admira de su enseñanza que no es repetitiva, no es “lo de siempre”, hay novedad en su palabra. Presenta tal novedad al hablar de Dios, al presentar la Ley y los profetas, que hay quien se siente amenazado y se revela. El “espíritu inmundo” es hostil a Dios y el “hombre poseído” siente que se tambalea, hasta derrumbarse, su mundo religioso. Es la palabra de autoridad de Jesús la que lo libera de las sombras y amenazas de una falsa imagen de Dios que se resiste a desvanecerse.
Este Evangelio puede ser una invitación a revisar si en el corazón albergamos alguna fuerza extraña que nos impide escuchar en nuestros entornos cotidianos la Buena Noticia del Reino; si alguna experiencia nos bloquea para reconocer al Dios de Jesús acompañando y sosteniendo nuestros quehacerer. Quizás lo primero sea pararnos a reconocer qué novedad trae Jesús hoy a mi vida, a la de nuestro grupo, comunidad, movimiento, asociación…; qué palabra de liberación nos dirige.
También es una invitación a preguntarnos por nuestras conversaciones, sean de pasillo, por sms o través de la red ¿Hablamos de Jesús, del Dios que nos revela, de su palabra de vida? ¿contamos lo que hemos visto y oído? ¿invitamos a los amigos, a los vecinos… a acercarse a él, a conocerle, a escucharle?

lunes, 23 de enero de 2012

Conocerle un poco más


Por Samuel Medina. El pasado domingo, como otros muchos, estuve en el Centro Almar (sede de la Institución Teresiana en Málaga). Allí puede respirarse la vida del Movimiento, con varias salas decoradas con carteles y murales en los que los miembros de los distintos grupos desde Convocatoria hasta Militancia han ido plasmando sus inquietudes.

Me llamó la atención entre los demás, uno hecho por jóvenes de Iniciación. Decía: “¿Por qué no se nos ve a los cristianos?”  Y sobre ese titular, decenas de respuestas iban llenando el espacio hasta casi tener que escribir unos sobres otros. Las respuestas eran las esperadas: “No está bien visto”, “La gente nos clasifica como raros”, “No somos valientes”, etc.  Me dio qué pensar sobre la imagen que damos los cristianos en los entornos allá por donde vamos, en colegios, institutos, universidades, lugares de trabajo y de ocio… Y sobre el concepto que en la sociedad se tiene de nosotros. Creo que una vez que dejan atrás la idea de que los cristianos son los que están bautizados, la gente suele definirnos como personas que creen en Dios y que van a misa. No merece la pena señalar que es una definición extremadamente pobre, pero creo que puede asemejarse bastante a lo que la media puede decir.

Tengo la suerte de tratar con jóvenes universitarios bien formados que no se declaran creyentes. Con ellos he dialogado pausadamente sobre lo que piensan que es ser Cristiano y las respuestas no son muy diferentes a las que acabo de anunciar. Nada de extrañar. Al fin y al cabo hablan por lo que han visto u oído, por lo que otros creyentes le han contado. Como mucho, pueden admitir que son personas que se rigen por ciertos valores, nada distintos a los que cualquier persona con una buena ética podría defender.

Sin embargo, sí me han sorprendido las respuestas que otros jóvenes declarados cristianos han dado sobre lo que supone serlo. Creo que se aproximan mucho a los tópicos que estamos acostumbrados a oír, muy similares a los que diría cualquiera: “Personas que creemos en Dios”, “Que seguimos a Jesús”, “que tenemos una serie de valores definidos por la persona de Cristo”, etc.

Esto me hace pensar que no transmitimos bien lo que somos. Es normal que no se nos vea. Ser cristiano no implica sólo estar bautizado, haber recibido la eucaristía o estar confirmado… Ni siquiera declararse simpatizante o seguidor de Jesús. Ser cristiano es mucho más: Es tener una relación personal con Jesús. Una relación completamente real, como la que podemos tener con un amigo/a o con nuestra pareja. Una profunda amistad que ronda el enamoramiento, la entrega absoluta, la sensación de que todo pasa a un segundo plano sin Él.  Jesús es alguien (¡no algo!, como dice José Antonio Pagola) vivo, muy vivo que atraviesa nuestra propia naturaleza para impregnar nuestra vida de una sensación de serena felicidad que sólo Dios puede proporcionar.

Conocer bien a Jesús y no seguirlo es imposible. Y seguirlo y no amarlo, más imposible aún. Entiendo por tanto, que el ser Cristiano pasa por dejarse guiar por Él. Por ceder las riendas de nuestra vida y nuestra voluntad en quien sabemos nos ama. Por entender que la auténtica felicidad, proviene de confiar en Dios, de dejarse llevar por Él y vivir profundamente orientados a Él… 

lunes, 16 de enero de 2012

Paz por testosterona. A propósito del IV Encuentro de Oración por la Paz

Por Pepe Laguna para Eclesalia. Los medios de comunicación generalistas no se hicieron eco del acontecimiento: el pasado 27 de Octubre Benedicto XVI convocaba en Asís el IV Encuentro interreligioso de Oración por la Paz. En la pequeña localidad italiana se dieron cita los líderes de las principales religiones mundiales, para orar y reafirmar el compromiso por la paz de todos los credos religiosos.

Sobre el inmenso palco montado delante de la iglesia de la Porciúncula pudimos ver sentados al Papa; a su derecha Su Santidad Bartolomé I, patriarca ecuménico de Constantinopla, y su Gracia Rowan Williams, primado de la Comunión Anglicana; y a su izquierda al rabino David Rosen y al profesor Wande Abimbola, portavoz de las religiones tradicionales africanas ifu y yoruba. También estuvieron presentes el obispo Munib Younan, de la Federación Luterana Mundial; el líder shijk Tarunjit Singh Butalia; el representante del Patriarcado de Moscú, metropolita Aleksandr; el mulá Mohammed Zubair Abid; el metropolita Mar Gregorios, de los siro-ortodoxos de Antioquía; el taoísta Wai Hop Tong; el budista venerable Phra Phommolee; Tsunekiyo Tanaka por los sintoístas japoneses; la señora Betty Ehrenberg, del Comité Internacional Judío; el reverendo Setrui Nyomi de la Comunión Mundial de las Iglesias Reformadas; y el profesor mexicano Guillermo Hurtado en nombre de los no creyentes.

Ante las fotos del encuentro todas ellas plagadas de pobladas barbas y cabezas alopécicas, uno no puede dejar de preguntarse por qué la Divinidad, en cualquiera de las declinaciones institucionales allí presentes, “elige” sólo varones para representarla. Dejo al lector y lectora elaborar su propia respuesta.

Hans Küng afirma que “no habrá paz entre las naciones sin paz entre las religiones, y no habrá paz entre las religiones sin diálogo entre ellas”, a lo que yo añado: “no habrá paz hasta que las mujeres lideren las religiones y el mundo en igualdad de oportunidades que los hombres”. Ya conocemos la violencia que es capaz de generar la testosterona masculina, dejemos paso a la progesterona.

Los cristianos y cristianas sabemos que la paz vendrá de la mano de las mujeres, así nos lo anunció el ángel Gabriel y lo corroboró María de Nazaret en su Magníficat; así nos lo dijeron María Magdalena, Juana, María la de Santiago, primeras testigo de la resurrección.

El día en que la foto de un futuro encuentro de Asís muestre el rostro femenino de papisas, patriarcas, primadas, rabinas, lideresas…, habrá comenzado verdaderamente la era de la paz. (Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).

sábado, 14 de enero de 2012

"Venid y veréis"

En aquel tiempo, estaba Juan con dos de sus discípulos y, fijándose en Jesús que pasaba, dice: «Éste es el Cordero de Dios.» Los dos discípulos oyeron sus palabras y siguieron a Jesús.
Jesús se volvió y, al ver que lo seguían, les pregunta: «¿Qué buscáis?»
Ellos le contestaron: «Rabí (que significa Maestro), ¿dónde vives?»

Él les dijo: «Venid y lo veréis.»

Entonces fueron, vieron dónde vivía y se quedaron con él aquel día; serían las cuatro de la tarde. Andrés, hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que oyeron a Juan y siguieron a Jesús; encuentra primero a su hermano Simón y le dice: «Hemos encontrado al Mesías (que significa Cristo).»  Y lo llevó a Jesús.
Jesús se le quedó mirando y le dijo: «Tú eres Simón, el hijo de Juan; tú te llamarás Cefas (que se traduce Pedro)»”.


Por redacción A.J Al comienzo de este tiempo litúrgico, el evangelio nos invita a contemplar la vocación de los discípulos en los primeros momentos del ministerio de Jesús: uno de ellos es Andrés, el otro se suele identificar con Juan, el discípulo amado, aunque el texto no dice nada al respecto.

Podríamos pensar que esto de la vocación es algo reservado a unos pocos (en este sentido es frecuente que “vocación” se asocie únicamente a la vida religiosa  o al ministerio ordenado), o que es algo individual y puntual. Sin embargo, la lectura de este domingo nos invita a darnos cuenta de que la vida cristiana tiene que ver con un itinerario que es un itinerario vocacional, que no realizamos en solitario, aunque es un itinerario personal.

En el relato, Juan Bautista,  que conoce a Jesús y lo reconoce “pasando por allí”, hace que también los discípulos se fijen en Él y comiencen a seguirle.  Con su indicación, ayuda a que los discípulos se pongan en camino.

Posiblemente muchos de nosotros podemos decir que en ese camino estamos desde que tenemos memoria o incluso antes: desde muy pequeños, y casi sin saberlo, hemos sido iniciados en la vida cristiana. Los discípulos del evangelio no son niños, pero también comienzan a seguir  a Jesús sin saber muy bien a quién siguen ni  para qué.

Ahora bien, la palabra primera de Juan Bautista y el ponerse en camino es sólo el principio, les hará falta el encuentro con Jesús, porque  a ellos, igual que a nosotros, no les basta la indicación primera. Nadie es cristiano por tradición, ni por experiencia ajena.

A esos discípulos, en el momento oportuno, Jesús les dirige una palabra que les invita a tomar conciencia de lo que bulle en su interior: “¿Qué buscáis?”. La pregunta de Jesús conecta con la realidad vital de los discípulos. Es una pregunta-invitación. Invitación a  caer en la cuenta de lo que llevan en el corazón, invitación a cuestionarse sobre esos primero pasos que han dado en pos de Él. 

Fue el Bautista quien les dijo que Él era el Cordero de Dios , señalándole como el Mesías esperado. Eso fue lo que les puso en camino. Ahora, la palabra de Jesús les hace caer en la cuenta, con mayor hondura, de que aquello que buscan no es “algo” sino “Alguien”.  Aún no se dirigen a Jesús como “Mesías”, le llaman “Maestro”. Saben que no buscan ideas ni doctrinas, que no quieren respuestas hechas. Quieren saber de Él, de su mundo vital, de su proyecto, por eso le preguntan:  “Maestro, ¿dónde vives?”.

La contestación de Jesús  está muy lejos de ser una respuesta teórica: Venid y lo veréis”. Es un segundo momento marcado por la invitación a una relación personal. Y es que aquello que los discípulos buscan sólo pueden encontrarlo haciendo la experiencia de vivir con Él. Sólo sabrán de Jesús adentrándose en su vida, acogiendo la amistad que Él ofrece. El relato continúa con tres verbos seguidos que condensan todo un itinerario vital: “fueron, vieron y se quedaron con Él”.

Sólo después de esta experiencia de encuentro, pueden los discípulos hablar de Él como el Mesías: “Hemos encontrado al Mesías”. Compartir la vida de Jesús hace de ellos discípulos y testigos que anuncian a otros la alegría del encuentro. Ahora, ellos serán, como lo fue el  Bautista, capaces de animar a otros a “ir donde Jesús”.

En este recorrido que hace el Evangelio, al presentarnos la vocación de los discípulos, nos podemos reconocer todos los que queremos seguir a Jesús. Esta lectura nos ofrece también la oportunidad de agradecer y reconocer (y ¿por qué no? de compartir en con otros)  la historia de nuestra vocación: cómo nos pusimos en camino cuando alguien nos habló de Jesús, cómo han ido surgiendo en nosotros preguntas y búsquedas, cómo en medio de ellas, Jesús nos ha salido y nos sigue saliendo al encuentro, invitándonos personalmente a estar con Él, a compartir su vida y a descubrir su proyecto.

lunes, 9 de enero de 2012

7 de enero


Por Francesc Tous. Empiezo con un par de tópicos: ¡el tiempo vuela! ¡Ya se nos ha escapado otra Navidad! Es posible que una buena manera de evaluar si alguien ha empezado a experimentar esto que conocemos como Reino de los Cielos sea fijarse en la cantidad de veces que une en una misma frase estas dos palabras: tiempo y escapar. Dicen que los místicos y las grandes mentes iluminadas, sean de la tradición que sean, han estado en un lugar en el que el tiempo ya no se escapa. Justamente por eso son místicos: han traspasado la frontera que separa el tiempo de la eternidad.

En mi caso tengo que reconocer que me cuesta escapar de estos dos tópicos. Sí, el tiempo vuela, y cada período singular del calendario se repite año tras año sin conseguir penetrar nunca su auténtica especificidad. Es difícil abstraerse de la tentación de mirar atrás y lamentarse de lo que podría haber sido y no fue, y de lo que se podría haber hecho y no se hizo. Y de lo que podría haber sido esta Navidad, como la anterior, y no ha acabado de ser. Y de convertir esta práctica en una rutina castrante.

Pero la vida desborda las estrecheces de nuestras inercias vitales y de nuestros circuitos cerrados para que “el que quiera entender, que entienda”. La vida nunca falla. Siempre nos pone delante de nuestras narices justo lo que necesitamos. Decir esto no es lo mismo que vivirlo con todas sus consecuencias, pero enunciarlo ya es un paso. Escribiendo estas líneas me he dado cuenta de que esta Navidad he vivido algo que nunca había vivido antes: entre Nochebuena y Reyes, he asistido a dos entierros y un bautizo (de un niño que nació el último día del año). Más tópicos: el sinsentido de la muerte y el misterio de la vida. Morir el día de Navidad parece en sí mismo una paradoja, más aún cuando el dolor es doblemente agudo y la soledad doblemente intensa. Y nacer el último día de un año como este, con tantos malos augurios oscureciendo el futuro inmediato, algunos lo podrían interpretar más bien como una mala jugada del destino que como un motivo de esperanza.

Pero la vida (y quizá también la muerte) nunca se equivoca. Y quizá esta afirmación no se desprenda de ningún análisis racional y sólo se pueda entender cuando uno mira un pesebre (el de Belén, el de Barcelona y el de donde sea) y percibe de pronto su unidad inquebrantable. Y quizá este sea otro tópico más, el último de esta entrada, pero es que la vida, como Jesús, es muy insistente (y persistente). Y si hoy yo lo uso y lo reescribo (después de que millones de veces me haya sonado hueco y repetitivo) es quizá porque el tiempo es menos secuencial de lo que generalmente nos invita a creer. Y quizá tenía razón aquel escritor que decía: “el pasado no está muerto; ni tan siquiera es pasado”.  Y si el pasado no es pasado, ¿cómo se nos puede escapar el tiempo?.

viernes, 6 de enero de 2012

Medios ordinarios para descubrir lo extraordinario

Por Redacción AJ. En apenas dos días hemos pasado de celebrar el tiempo de Navidad con la lectura de los textos del Nacimiento de Jesús y la Adoración de los Magos (¡nadie dijo que fueran reyes!) a celebrar la fiesta del Bautismo de Cristo. ¿No os sorprende un poco este cambio “tan brusco”? ¿Qué nos dicen estos textos aparentemente tan dispares de Jesús, hijo de María y de José, el Hijo amado de Dios? ¿Qué dicen a tu vida y a la mía en estos primeros días de un año nuevo, 2012?

Tanto a los pastores como los Magos que se pusieron de viaje desde Oriente supieron descubrir algo extraordinario en lo ordinario de sus tareas, ¿te ha sucedido algo parecido alguna vez? Los pastores mientras guardaban el rebaño “recibieron” el anuncio de una gran alegría, la gloria de Dios que se manifiesta en un niño acogido en un establo. Los Magos en el estudio de las estrellas descubrieron una nada corriente, su trayectoria les desconcertó y decidieron seguirla para conocerla mejor y poder explicar ese fenómeno  y… también ellos llegaron ante María y José para encontrarse ¡con un recién nacido! ¿Qué tenía eso de extraordinario? ¿Llenó ese encuentro las expectativas de su viaje? De los pastores, dice Lucas, que quienes los oían quedaban maravillados; de los Magos, dice Mateo, que los tesoros que llevaban los ofrecieron sin reservas y María, su madre, estaba perpleja ante esas reacciones y las guardaba en su corazón para ver si poco a poco desentrañaba su significado porque, como nos dice Poveda “es tanto el empeño que Dios nuestro Señor pone en salvarnos que, así como a los Reyes Magos los llamó valiéndose de un medio tan en armonía con sus estudios y aficiones, a vosotros, a mí y a todos nos llama utilizando siempre el mejor recurso, pues que en su mano están todos”.  A María ya se lo había dicho también Isabel, su prima, la que estaba embarazada de Juan.

En esos encuentros hubo “algo” que hizo que los pastores, los Magos, María, José y los ancianos Simeón y Ana se preguntasen qué estaba llamado a ser ese niño.

Juan, su primo, que llevaba un tiempo viviendo en el desierto y bautizando, sabía que llegaría “uno”, el Enviado de Dios, su Señor… Él se sentía enviado a proclamar la conversión sin tapujos ni medias tintas, sentía pasión por Dios y por la humanidad.  Juan decía que no era él el “camino”, él solo lo preparaba… y entre aquellos que se acercaban a las orillas del Jordán, Juan descubre a Aquel en quien Dios mismo se complace, el que alegra el corazón de Dios, como rezamos en el salmo del Domingo de Resurrección.  Jesús en el Jordán tiene la experiencia de sentirse “hijo muy querido” de Dios, no sabemos bien cómo lo vivió él, pero sí nos dice el texto que Juan es testigo de esa experiencia, como de otra manera lo fueron los pastores y los Magos, y también él pone a otros (a Juan y a Andrés sin ir más lejos) sobre la pista del seguimiento de ese Maestro.  Juan lo reconoce Camino, Verdad y Vida.

De esta forma queremos vivir a Jesús este año 2012 todos los amigos y miembros de la Institución Teresiana.  También nosotros somos invitados a pedir en nuestra vida que se realicen algunos signos como sucedió en la vida de Juan, de los pastores y los Magos; “los signos de la presencia del Jesús que cura, libera, consuela, crea la hermandad entre los discípulos, nos descentra de nosotros mismos, nos hace alegres, capaces de jugárnoslo todo, de hablar, porque creemos” (Loreto Ballester, Mensaje de Año Nuevo 2012).

lunes, 2 de enero de 2012

Una defensa de la Navidad


Por Rafael Nadal para La Vanguardia. Algunas personas transmiten siempre buenas vibraciones y otras siempre contagian el mal rollo. El periodista Arturo San Agustín lo comprobó en verano, cuando asistió a la Jornada Mundial de la Juventud, que presidió en Madrid Benedicto XVI. Pensaba encontrarse con un montón de hijos de papá almibarados y acabó atrapado por la vitalidad entusiasta de un millón de jóvenes normales, muchos de ellos trabajadores llegados desde países remotos. "Te sorprendían con cosas sencillas: si una persona mayor tenía que cruzar la calle, la ayudaban; si subía a un autobús, le cedían el asiento. Por unos días, la ciudad era amable y te sentías seguro; parecía Nueva York al día siguiente del 11-S". San Agustín, que es un anarquista conservador y un intelectual insobornable, lo ha escrito en un libro sin prejuicios, que se acaba de traducir al inglés: Un perro verde entre los jóvenes del Papa, la crónica sorprendente de aquella semana en la que los jóvenes católicos transmitían buenas vibraciones y los que protestaban contra el encuentro propagaban el mal rollo.

En Navidad, el fenómeno se radicaliza: algunas personas sólo con su presencia ya contagian las ansias de vivir, y otras se empeñan en amargarnos las fiestas repartiendo pesimismo y mala leche. Algunos intelectuales y periodistas lideran, con indisimulada prepotencia moral, la moda que sostiene que las fiestas son empalagosas, los buenos deseos son blandos, la familia es inaguantable, los amigos son una lata y no hay quien pueda digerir las comidas colectivas. En la intimidad, la mayoría sigue siendo partidaria de las celebraciones, pero en la calle ganan terreno los que empiezan a poner mala cara en el puente de la Purísima y no dejan de quejarse hasta que se desmonta el último pesebre, pasada la Candelaria. Estoy radicalmente en desacuerdo. Entiendo que hay gente que no tiene mucho que celebrar. Respeto a aquellos que se sienten traicionados en sus convicciones morales por los excesos materiales de la Navidad. Aplaudo a quienes hacen una crítica ácida de las muchas hipocresías de estos días. Pero me cansa la burla mediocre de los que necesitan mortificarse y torturar a los demás porque así quedan más intelectuales.

Y me resulta especialmente extraño comprobar que los más activos contra la Navidad son los que siempre reclaman más fiestas y más celebraciones populares. Dicen que están en contra del consumismo, pero acabarán reduciendo la Navidad a una serie de visitas a los grandes almacenes. Hacen lo que pueden para vaciar de sentido la fiesta más trascendente, la más espiritual, y la más simbólica del calendario, que también es la más arraigada, la más sencilla y la más popular. Antes, estos personajes eran los malos del cuento y eran presentados como odiosos, avaros, irritantes, malcarados, violentos y déspotas. Eran el míster Scrooge de la Canción de Navidad de Dickens; ahora los hemos convertido en los héroes de nuestros medios de comunicación.

Dejo a un lado la dimensión religiosa de las fiestas, porque quienes las viven desde la fe no dudan de su significado. Pero me cuesta comprender el odio a la Navidad, incluso desde la más absoluta laicidad. Hace años que no soy practicante, pero estos días no puedo evitar volver a la iglesia y sentirme parte de un colectivo que entierra raíces poderosas en siglos de repetición gestual, con diferentes grados de fe o simplemente de costumbrismo. Generaciones enteras han repetido los mismos actos, las mismas liturgias, los mismos ciclos naturales. Y supongo que eso es importante. Nunca como en estos días me siento tan integrado en esta tierra y en esta comunidad milenaria.

Este año, en nochebuena habíamos decidido buscar una misa del gallo en los alrededores de Girona, y las primeras llamadas resultaron desconcertantes: en Aiguaviva del Gironès no se celebraba; en Vilablareix, tampoco; llamamos a Medinyà, porque tenemos buenos recuerdos de cuando allí predicaba la voz poderosa de mosén Modest Prats: tampoco. Probamos en Sant Daniel, porque algunas navidades nos habíamos acercado al monasterio, andando por el camino que sigue el curso del río Galligants, pero ya hace un par de años que la anularon. Acabamos en Sant Julià de Ramis y fue una buena decisión porque, cuando entrábamos en la iglesia, un coro local cantó Les dotze van tocant y el desconcierto se convirtió en una sorpresa agradable: mosén Sebastià Aupí celebró una misa repleta de canciones tradicionales y de cuadros escénicos de Els pastorets y, al final, en la calle, bebimos chocolate caliente junto a un fuego espléndido.

Era una más de las misas que a aquella hora se repetían en toda Catalunya, como expresión sencilla y poderosa de una fe popular, que respeto y que querría mucho más visible. A menudo recrimino a mis amigos practicantes que cuesta identificarles por su comportamiento ejemplar en el trabajo o en la calle. Deberían confiar más en la fuerza de sus convicciones; como aquella peregrina sevillana, joven y guapa, a la que un día de verano, en Madrid, Arturo San Agustín preguntó por Jesús.

–¿Te gusta mi sonrisa?

–Sí, claro.

–Pues ese es Jesús.

Reconozco que cuesta de creer, pero como imagen es mil veces más estimulante que la mala uva de los pedantes que se pasan el día criticando la Navidad.