Por Pilar Rahola para La Vanguardia, visto en Cristianisme i Justícia. Decía Malraux que “la tradición
no se hereda, se conquista”. Y debe ser cierto porque el artículo de hoy
empieza a parecerse a una tradición conquistada, no sé si a golpe de palabras o
de tesón. Pero lo cierto es que llega Semana Santa y por mucho que me pierda
por otros vericuetos, al final llega puntual mi recuerdo del jesuita González
Faus, y con él mi deseo de escribirle. Todo empezó de una forma sencilla, como
empiezan las cosas bonitas: escribí un artículo sobre la belleza del reflejo de
Dios en la gente buena; él contestó con una carta intensa; yo le respondí otra
vez, él otra vez, y al final no sé cuántas llevamos, pero año tras año, por
estas fechas, nos hablamos sobre la idea de Dios. Por supuesto no me siento a
la altura de su profundidad teológica, ni me corresponde tamaña reflexión, pero
desde la humilde morada del descreído, allí donde habitan las dudas
insalvables, Dios también pide su venia. Y aquí estoy, hablando de una idea que
me seduce sin convencerme.
Estimado amigo, hoy es un día de
gloria para los católicos, porque encarna la esperanza del renacer, del no
morir. Probablemente esa es la base de toda religión, crear la idea de que la vida humana no es finita, sino
que tiene continuidad más allá de la pura carne. Una especie de sordina al
miedo a morir. Y la verdad es que funciona, porque los no creyentes,
desprovistos del salvavidas de la fe, estamos más abandonados y más solos ante
la muerte, lo cual nos hace más racionalistas, pero más infelices. Y ello, si
me permites, no tiene solución, porque nadie puede hacerse trampas al solitario
con las cuestiones de fe. Sin embargo, no quisiera hablar de muerte sino de
vida en un domingo que justamente la glorifica. Y como sé de tu talante humanitario
y de tu compromiso social, me pregunto si el mensaje de resurrección no debiera
centrarse en los sectores más vulnerables, quizás porque son ellos los que
necesitan una segunda vida justamente en esta vida. Ahora que otro jesuita ha
llegado al papado con un agudo sentido social, sería quizá el momento de
desproveer la idea de Dios de tanta parafernalia barroca y tanto boato, y
retornar a la idea pura de la esperanza. Estimado amigo, no creo en Dios, pero
creo en esos seres humanos magníficos a quienes Dios ha iluminado para el bien.
No sé si la fe salva a nadie de la muerte, pero hay una fe de luz, de bondad,
de entrega que salva a muchos de la propia vida, cuando ésta se hace cuesta
arriba. Te confieso que no me gustan nada los pasos de Semana Santa, con toda
esa simbología de la Inquisición tan visible y con ese gusto público por la
tortura. Pero en días como hoy pienso en los que están en cualquier lugar del
mundo convirtiendo su fe en mano que da la mano. Y esa sí que es una gran
resurrección, porque da esperanza tangible a la tragedia cotidiana. Es este
Dios, querido amigo, el que debería renacer cada día.
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