jueves, 7 de marzo de 2013

Dios nos conoce y siempre confía en nosotros

Por Redacción AJ. Cuando buscamos hacer comprender a una persona quién es, cómo es, alguien a quien queremos, no nos sirve una sola palabra, necesitamos utilizar varias, porque es mucho más grande la persona que la palabra. Generalmente contamos también algo de nuestras experiencias, de nuestros encuentros, y no nos basta una sola.

Así le sucede a Jesús cuando quiere que entendamos, porque no le vemos como le vemos a El, quién es, cómo es Dios, a quien El nombra como su Padre y del que nos dice repetidamente que es también nuestro Padre. Nos lo explica con hechos de la vida humana a partir de los cuales, por semejanza, podamos comprender.

Este domingo, en este tiempo que nos prepara a conocer más el corazón de Dios en la entrega final de su Hijo y en el triunfo de la muerte, la liturgia nos ofrece una de las historias narradas por Jesús para que conozcamos quién es, cómo es su Padre. La historia que describe tiene mucho que ver con la nuestra. Empieza con hechos desconcertantes, como los nuestros muchas veces. Es una historia de encuentro, con la alegría, el aumento de confianza mutua, el amor, la libertad y el compromiso que nace de la experiencia vivida.

Un hombre tenía dos hijos, 
El menor de ellos dijo a su padre: Padre, dame la parte que me toca de la fortuna. El padre les repartió los bienes. No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo emigró a un país lejano y allí derrochó su fortuna viviendo perdidamente. 
Cuando lo había gastado todo, vino por aquella tierra un hambre terrible, y empezó él a pasar necesidad. Fue entonces, y tanto le insistió a un habitante de aquel país que lo mandó a sus campos a guardar cerdos. Le entraban ganas de llenarse el estómago de las algarrobas que comían los cerdos; y nadie le daba de comer. 
Recapacitando entonces se dijo: “Cuántos jornaleros de mi padre tienen abundancia de pan, mientras yo aquí me muero de hambre. Me pondré en camino a donde está mi padre y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo: trátame como a uno de tus jornaleros”. Se puso en camino a dónde estaba su padre […] 
Su hijo mayor estaba en el campo. Cuando al volver se acercaba a casa, oyó la música y el baile, y llamando a uno de los mozos le preguntó qué pasaba. Este les contestó: “Ha vuelto tu hermano, y tu padre ha matado el ternero cebado, porque lo ha recobrado con salud”. El se indignó y se negaba a entrar […]
  • Los caminos de la vida del hijo menor y mayor, qué esperan de su padre, cómo se relacionan entre ellos. 

La actuación que nos describe el Evangelio muestra el modo de entender la vida de cada uno de ellos en el momento en que se encuentran, la comprensión vital de quién era su padre, el modo de relacionarse entre ellos. Ha comentado Benedicto XVI: “Los dos hijos representan los dos modos inmaduros de relacionarse con Dios: la rebelión y una aceptación infantil. Ambas formas se superan a través de la experiencia de la misericordia. Sólo experimentando el perdón, reconociendo que somos amados con un amor gratuito, más grande que nuestra miseria y que nuestra justicia, entramos finalmente en una relación verdaderamente filial y libre con Dios. (Benedicto XVI, 14 de marzo de 2010). 

Podemos reconocer situaciones en las que actuamos al modo de estos hermanos. Algunas veces queremos recorrer caminos que no llenan la vida, y que nos dejan un profundo vacío. O podemos vivir en una paz engañosa en la que miramos sólo para nosotros mismos, han desaparecido de nuestros intereses vitales las personas y también Dios, y no experimentamos alegría, sino también vacío, envidia, inquietud.

El gran protagonista es el padre 
[El hijo pequeño] se puso en camino adonde estaba su padre; cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió: y echando a correr se le echó al cuello y se puso a besarlo. Su hijo le dijo: “Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo”.
Pero el padre dijo a sus criados:”Sacad enseguida el mejor traje y vestidlo; ponedle un anillo en la mano y sandalias en los pies; traed el ternero cebado y matadlo; celebremos un banquete porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido, estaba perdido y lo hemos encontrado” […] 
[El hijo mayor] se indignó y se negaba a entrar: pero su padre salió e intentaba persuadirlo. Y él replicó a su padre: “Mira en tantos años como te sirvo sin desobedecer nunca una orden tuya, a mí nunca me has dado un cabrito para tener un banquete con mis amigos; y cuando ha venido este hijo tuyo que se ha comido tus bienes con malas mujeres, le matas el ternero cebado” El padre le hijo: “Hijo, tú siempre estás conmigo, y todo lo mío es tuyo: deberías alegrarte, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado”  
  • El padre confía, espera el momento favorable, sale al encuentro con los brazos y el corazón abierto. 

Confía en el hijo pequeño, sabe que tiene capacidad de reaccionar cuando tropiece con los muros que su modo de vida ponen a su felicidad. Está seguro de que el amor que le ha entregado será un despertador que le permita bajar a lo más profundo de su vida y reencontrarse con la capacidad de alegría y plenitud que él mismo le ha dado. Esta confianza le da capacidad de esperar, de esperarle, de verle de lejos y de salir a su encuentro. No le juzga, no le recrimina, busca con rapidez todos los signos que expresan su dignidad – el vestido, el anillo, las sandalias, el banquete- le preocupa que su hijo viva. 

Confía en el hijo mayor, que participa de los bienes de su padre, pero no conoce su corazón. Escucha a su hijo mayor que le expresa su corto y pobre modo en que le conoce y por ello su enfado con la generosidad que muestra con el hijo menor. Tampoco le recrimina, confía en su capacidad de reacción al repetirle que ha estado siempre con él. Quiere que su hijo viva, que atraviese las capas de su egoísmo, de su autocentramiento y se reencuentre con la capacidad de alegría y plenitud que le ha dado. 

También en la trayectoria de nuestra vida, quizás ante situaciones difíciles, hemos tenido la certeza del abrazo de Dios, que casi sin dejarnos pedir perdón nos abre los brazos, nos dice que no le preocupa en absoluto de dónde venimos, cómo estamos, sabe que le necesitamos, y ¡nunca perdió la confianza en nosotros, nos esperaba!. En su abrazo somos restaurados en nuestra dignidad y nos dignifica ante los demás. 
Podemos aprender poco a poco, día a día, a relacionarnos con Dios de este modo, basta volvernos a El, hablarle, escucharle. Del mismo modo aprendemos a reconocer que para cada persona Dios tiene el mismo sueño y lo realiza. No nos es fácil este camino de aprendizaje, por ello el Evangelio de este domingo nos pone en alerta diciendo 

“Los fariseos y los escribas murmuraban entre ellos: “Ese acoge a los pecadores y come con ellos!” 

A la luz de este Evangelio pedimos con la intercesión de María que acompañó la primera comunidad, para los Cardenales reunidos en Cónclave, la gracia de salir al encuentro de la humanidad con la mirada de Jesús y elegir un nuevo Papa según el corazón de Dios. Y con ellos, renovamos nosotros nuestro compromiso de mirar y actuar según el corazón de Dios.

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