viernes, 15 de marzo de 2013

Dios es misericordia

"En aquel tiempo, Jesús se retiró al monte de los Olivos. Al amanecer se presentó de nuevo en el templo, y todo el pueblo acudía a él, y, sentándose, les enseñaba. Los escribas y los fariseos le traen una mujer sorprendida en adulterio, y, colocándola en medio, le dijeron: «Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. La ley de Moisés nos manda apedrear a las adúlteras; tú, ¿qué dices?» Le preguntaban esto para comprometerlo y poder acusarlo. Pero Jesús, inclinándose, escribía con el dedo en el suelo. Como insistían en preguntarle, se incorporó y les dijo: «El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra.» E inclinándose otra vez, siguió escribiendo. Ellos, al oírlo, se fueron escabullendo uno a uno, empezando por los más viejos. Y quedó solo Jesús, con la mujer, en medio, que seguía allí delante. Jesús se incorporó y le preguntó: «Mujer, ¿dónde están tus acusadores?; ¿ninguno te ha condenado?» Ella contestó: «Ninguno, Señor.» Jesús dijo: «Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más.» (Jn 8, 1-11)
Por Redacción AJ. Próxima ya la Semana Santa la liturgia nos invitar a profundizar en el tema central del mensaje de Jesús: Dios es misericordia.

Este pasaje evangélico de la adultera es un relato sobrio y de tenso dramatismo, entremos en él y contemplemos lo que sucede.

El hecho es claro: una mujer ha sido sorprendida y apresada en flagrante de adulterio y la prescripción de la Torah no admite duda alguna: la pena es de muerte, la lapidación.

Los implacables acusadores que dan a Jesús el nombre de Maestro le presentan el caso para que se pronuncie. Aprovechan la ocasión para poner en un aprieto a Jesús, al que el pueblo considera como Rabi.

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