Por Eloísa Montero. Honestamente creo que es un momento para pedir con fuerza y
esperanza a Dios para que bendiga e ilumine al papa Francisco.
Son muchos los anhelos que brotan en muchos de nosotros en
estos momentos; también de tentación.
Sin que hayan pasado 24 horas desde el anuncio de su
elección nos llueven noticias, opiniones de su postura ante la dictadura, ante
el gobierno actual, sobre sus desplazamientos en bus y metro o su vivienda en
un piso sencillo.
Quizás valoremos sus escritos, declaraciones y actos del pasado
a través de lo que se publique, siempre incompleto y siempre desde una óptica. Valoramos
su petición y su gesto de inclinarse para que pidamos a Dios que le bendiga,
valoramos la cruz que llevaba en el pecho, valoramos la elección del nombre
Francisco.
En medio de esas noticias y pinceladas de biografía
interpretaremos algunos datos como "fortalezas" a nuestros ojos. Si son evangélicos, signos
del Reino ya presente anunciado por Jesús, recemos para que no se debiliten y
así pueda ayudar a renovar la Iglesia.
También es posible que identifiquemos algunas
"debilidades" (siempre desde nuestra sensibilidad y del conocimiento
parcial que tenemos de la realidad que nos presentan en titulares) a las que se
puede agarrar esa parte que todos tenemos que "viene de vuelta", que
mira con dolor aspectos de la Iglesia que desearíamos que fueran diferentes,
esa parte que no acaba de fiarse y que tiene miedo a hacerse ilusiones. Es
difícil que lleguemos a saber por completo a qué respondieron esas palabras,
hechos o manifestaciones.
Sí creo que pueden ser ocasión para hacer lo que ayer pidió
desde el balcón: que pidamos por él. Pidamos que sus “debilidades” sean ocasión
de crecimiento en la fe también para el papa Francisco. Que ante la nueva
tarea, la más difícil de su vida seguramente, se encuentre impulsado y
robustecido por el conocimiento interno de Jesús y la oración de todos nosotros.
Es difícil que los cambios se den como los queremos
nosotros, cada uno y cada una, al ritmo que queremos. Más difícil aún cuando
hablamos de una comunidad grande, muy grande, de creyentes; de una comunidad de
comunidades con sensibilidades distintas, también con anhelos y tentaciones
seguramente distintas en estos momentos.
Puede que caigamos en la tentación de pensar que nosotros
sabríamos lo que hay que hacer y cómo hacerlo, cuando le pedimos que renueve la
Iglesia. Puede que caigamos en la tentación de pensar: la Iglesia “buena” es la
que yo quiero, así que si se tienen que ir los que piensen distinto, que se
vayan.
Para el papa Francisco y para cada uno de nosotros se abre una
oportunidad clara de tener una referencia clara: el reino proclamado por Jesús
de Nazaret. En este contexto: la realidad actual, concreta, de estos tiempos,
con sus luces y sus sombras. Con unos medios: la escucha, el diálogo y el compromiso.
Pero sobre todo, este momento es una ocasión estupenda para
que todos (sí, todos, el papa, los cardenales, tú y yo) revisemos nuestra vida
a la luz del evangelio. Revisemos cómo vivimos y generamos espacios de
participación y diálogo en los que permitimos-toleramos-valoramos a quienes
piensan diferente; espacios en los que no caigamos en echar fuera o destruir a
aquel o aquella que nos hace sufrir, con el riesgo de cortar el trigo junto con
la cizaña. Podemos preguntarnos qué uso hacemos de nuestros bienes (económicos,
relacionales, intelectuales) y cómo compartimos y elegimos no tener 3 abrigos
en lugar de uno, o 3 de lo que sea… En qué medida buscamos el poder y el reconocimiento
siendo cada uno de nosotros miembros de la Iglesia.
Aprovechemos para no mirar
solo (que también) a los otros para que cambien y reformen la Iglesia.
Creámonos que las reformas evangélicas que hagamos de nuestra vida serán también
una reforma de la Iglesia. Y pidamos por el papa, para que nos lidere a todos en la conversión necesaria en esta Iglesia nuestra.
Gracias, Elo
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