Por un joven AJ.
He hecho muchas cosas con mis manos, pero nunca le había salvado la vida a nadie.
He hecho muchas cosas con mis manos, pero nunca le había salvado la vida a nadie.
Atención: no hay vano
orgullo ni soberbia en esta frase, sólo la absoluta certidumbre de que si yo no
hubiera estado en un lugar preciso en un momento determinado, dos personas ya
no seguirían con vida. Cuando, horas más tarde, tumbado en mi cama (y con
algunos rasguños en los codos y las rodillas), empecé a ser consciente de lo
que había ocurrido, sentí cómo todo en mi vida perdía el sentido y volvía a
adquirirlo con más fuerza que antes, un sentido renovado y alimentado por aquella
experiencia.
Veréis, yo me considero
(¿consideraba?) una persona miedosa, cuando no cobarde; falto de agilidad
física y, en ocasiones, mental (me han dicho muchas veces que cuando alguien me
habla se pueden ver el resto de mis ideas dando vueltas por mi cabeza). Siempre
me ha costado asumir roles de liderazgo, y siempre he creído que si fuera un
pecado capital, sería la pereza. Así las cosas, no parecía la persona indicada
para llevar a cabo (¡con éxito!) un rescate a dos personas en plena montaña.
Pues bien, no os podéis imaginar lo
increíble que es constatar que Dios siempre está a tu lado y es capaz de
transformarte en un segundo. Con el paso de los días, me reconozco en aquel
momento como un verdadero instrumento de Dios. A las felicitaciones y palmadas
en la espalda, a las gracias de las dos chicas que no paraban de repetir
"nos has salvado la vida", a mí mismo... A todo eso paraba de
repetir: No he sido yo. No he sido yo. Ha
sido Dios a través de mí. A pesar de los nervios, los temblores, del shock…
Sabía muy bien que Él había obrado a través de mí. Y la paz y la tranquilidad
que esa certeza me ha aportado desde entonces han hecho que empiece a
preocuparme menos por mi futuro, sabiendo que estoy en sus manos.
Muy poca gente conoce lo ocurrido
aquel día: sólo aquellos compañeros que estaban presentes y que lo han contado
al resto de los empleados de la empresa, y dos personas con quienes comparto
muchas cosas en mi vida. Pensaba en las palabras “Ojalá seáis vosotros de los que hagáis mucho y habléis poco”… Pero
una de estas dos personas me hizo ver que las personas que son instrumento de
Dios lo son por sus actos y porque son capaces de transmitirlo. Por eso estáis leyendo estas palabras.
Dios ha hecho muchas cosas con mis
manos, pero nunca le había salvado la vida a nadie.
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