“Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: «Paz a vosotros.»Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió: «Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo. »Y, dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.»” (Jn 20, 19-31)Por Redacción AJ. Estaban los discípulos en una casa con las puertas cerradas por miedo... Ellos están juntos pero con miedo, con las puertas cerradas… ¿Miedo a que sepan que son sus discípulos? ¿A que les identifiquen con Él? No, de puertas adentro, ellos no pueden negar que le conocieron, no pueden negar que su palabra les liberó, que su mirada abrió esperanzas, que su persona les arrastró, les sedujo hasta fiarse de Él más allá de todo. Esa es su experiencia profunda. No pueden renunciar a esta experiencia sin perder la raíz más fuerte de su vida, su definición radical- ellos eran sus seguidores, Él tenía la dirección, el sueño y el camino. Ahora están luchando, luchando con el miedo, con ellos mismos. ¿Era verdad todo lo que habían creído? ¿Deberían renunciar a la experiencia que les había puesto en pie como personas? Sin duda era más fácil ser como los otros, los que no sabían quién era, era más fácil vivir sin más… como tantos otros, ¿por qué ellos?
Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: “Paz con vosotros” Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor.
Él irrumpe, quiere verlos, romper sus miedos. Necesitan la paz. La paz de articular y comprender la lógica ilógica de todo lo acontecido, la paz de saber que algo tan profundo no era irreal, la paz de poder compaginar su vivencia y su testimonio y poder hablar de Él. La paz de sentirse confirmada su mejor experiencia, la que les hizo distintos, capaces de mirar y aportar algo nuevo. Jesús lo sabe todo, Él les conoce, sabe de sus puertas cerradas, de sus limitaciones y de sus miedos, pero no puede sino amarles con ternura, porque les es fiel. Jesús les muestra las manos y el costado… sus puertas sí están abiertas, son sus señas de identidad. Le reconocen por cómo les amaba… hasta el final. Sus llagas, su noche, su experiencia de entrega, de confianza en el Padre, más allá de la muerte… Sí, ese era Jesús, lo identifican. Es Él y toda la vida se ilumina. Era verdad lo que Él había dicho y hecho, de lo que ellos eran testigos, su experiencia vertebrante era verdad. Sólo quién ha arriesgado, quién ha implicado su vida hasta la entraña puede sentir tan profundamente la alegría de saberle y sentirle vivo.
Jesús repitió: «Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo.» Y, dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.»
Recibid el Espíritu Santo, el Espíritu de Jesús, su aliento, la fuerza que le impulsaba, que le llevaba al desierto, a orar al Padre, a sanar, a liberar, a dar fuerza a las gentes, la Promesa que le llenaba de esperanza, recibid, acoged el Espíritu, porque ahora sois vosotros los enviados… como el Padre me ha enviado, ahora Yo os envío a vosotros. Mi encargo es ahora el vuestro, mi tarea es la vuestra si la hacéis quedará hecha, si no compartís vuestra experiencia de mi amistad, de mi modo de andar por la vida, amando, liberando, perdonando…
¿Quien llevará a cabo esta tarea?, ¿cómo sabrán otros realizarla sin haber vivido lo vivido? La tarea quedará sin hacer.Tenéis mi Espíritu… perdonad, liberad, si no lo hacéis vosotros ¿quien lo hará? Yo os envío.
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