“En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: “Así estaba escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día y en su nombre se predicará la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén. Vosotros sois testigos de esto. Yo os enviaré lo que mi Padre ha prometido; vosotros quedaos en la ciudad, hasta que os revistáis de la fuerza de los alto”. Después los sacó hacia Betania y, levantando las manos, los bendijo. Y mientras los bendecía se separó de ellos, subiendo hacía el cielo. Ellos se postraron ante él y se volvieron a Jerusalén con gran alegría; y estaban siempre en el templo bendiciendo a Dios.”
Por Redacción AJ. El texto evangélico del
último domingo de Pascua corresponde al final del Evangelio de Lucas y tiene
sabor a despedida, a separación, a final de una etapa.
En él se distinguen claramente tres ideas:
- La primera recoge de boca de Jesús lo que formara parte del “kerigma”, es decir, aquello que los primeros discípulos fueron entendiendo que era lo esencial del mensaje cristiano. Lo que había que transmitir a las generaciones futuras, el núcleo de la fe.
- La segunda idea es la promesa del envío del Espíritu, el protagonista de esta nueva etapa de la comunidad creyente, que revestirá a los seguidores de Jesús de la fuerza necesaria para testimoniar que el encuentro con el Resucitado les cambió la vida.
- Y la tercera idea es la despedida de Jesús, su separación y subida al cielo. En esta ultima centraremos nuestra atención.
Tres situaciones que se entrecruzan en el
tiempo y están muy unidas. Nunca insistiremos bastante en señalar lo que supuso
para los discípulos la muerte de Jesús, el “shock” que les produjo, la
situación de desconcierto, escepticismo y temor que vivieron, así como la
increíble sorpresa de la resurrección. Desde aquí se comprende que los discípulos
necesitasen tiempo, simbólicamente cincuenta días, para darse cuenta de que
entraban en una etapa nueva, sin Jesús físicamente a su lado. Un tiempo para
aprender a reconocerlo en la presencia de su Espíritu. En este tiempo “de paso”
jugaron un papel decisivo las apariciones de Jesús a los suyos mostrándose
vivo, preparando la acogida del Espíritu y enviándolos a la misión. La suya en
la tierra había terminado. Su papel ahora es otro y su lugar está en otro
sitio, “arriba” en el seno del Padre. Este momento es el que presenta el
evangelio del séptimo domingo de pascua.
La Ascensión del Señor en el relato de Lucas
ocurre yendo de camino, Jesús mismo los conduce hacía Betania. El lugar nos
recuerda la casa de los amigos, Lázaro, María y Marta, queriendo, tal vez,
significar la necesidad de los amigos en situaciones de separación y de
despedida.
Curiosamente el texto no recoge ninguna
palabra de Jesús en el momento de su despedida. Ya lo ha dicho todo con su
vida. Sin embargo se destacan dos gestos: Levanta las manos y bendice a los
suyos. Los discípulos tampoco dicen nada, sencillamente se postran. Y el
Evangelio señala que se volvieron a Jerusalén con gran alegría.
Son gestos que expresan el clima sereno y de
acogida en que se produce la despedida, bien distinta de la del jueves santo. Y
llama la atención que por tres veces se utilice el término “Bendición”.
Bendecir (del latín bene dire) significa “decir bien” de alguien. Decir cosas
buenas, desear cosas buenas a los otros...
Haciendo un ejercicio de imaginación
contemplativa resulta fácil “escuchar” el eco de lo que Jesús diría a sus
discípulos al bendecirlos. Lo que cada uno de ellos oiría en su interior.
No os dejo solosNo temáisRecibid la fuerza del EspírituPermaneced unidos en mi amorId por todo el mundo y anunciad lo que habéis vistoSed mis testigosPerdonad siempre…
Esto que Jesús decía a los primeros cuando
caminaba por Palestina continúa diciéndolo hoy, por la acción de su Espíritu, a
la Iglesia y a cada uno de nosotros. Esto les produce una enorme alegría y les
hace crecer en la conciencia del encargo: ser los continuadores de su Proyecto,
los seguidores del camino, los que recibirán la fuerza para colaborar en la
misión de Jesús.
Al terminar el tiempo de Pascua, podemos
agradecer lo vivido y preguntarnos a nivel personal, en nuestros grupos y
comunidades:
- ¿Qué palabra de Jesús he escuchado con más intensidad en este tiempo?
- ¿Siento alegría al recibir el encargo de estar en el mundo siendo testigos del Amor de Jesús?
- ¿Qué necesito cuidar, fortalecer… para vivir comprometidamente esta misión que Jesús nos deja al subir al cielo?
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