Por Héctor G. C. Vosotros sois la luz del mundo.
Vosotros sois la sal de la tierra.
Jesucristo nos dirigió estas
palabras a todos los cristianos. Y hoy más que nunca tenemos que llevarlas a
cabo, pues hoy más que nunca el mundo está necesitado de gente que dé
testimonio, que sea sal y luz. Pero más sal que luz. Ser luz es sencillo. Ser
luz implica ser visto, hacer las cosas para que el mundo se dé cuenta de que
estamos ahí, y muchas veces hacer las cosas sólo para que el mundo las vea,
buscando su aprobación, no porque creamos que hay que hacerlas así. La luz
resplandece, brilla, pero también puede deslumbrar.
Hoy voy a atreverme a sugerir
que, como decía Pedro Poveda, seamos sal.
La sal actúa sin ser vista, desde
lo escondido. Pero si no estuviese, se notaría. La sal sazona lo desabrido,
como el cristiano ha de salar las vidas de los demás.
A día de hoy, el mundo no busca
grandes manifestaciones de fe, ni grandes testimonios. El mundo busca vidas
coherentes. Gente que no tenga miedo a decir que es cristiana. Pero cristianos
que lo sean por obras, en su día a día, entre los fogones, como diría Santa
Teresa. El cristiano de hoy ha de ser alguien que viva en el mundo, que sepa
dar razones de su fe cuando se lo pidan, sin ningún temor. Ha de ser un hombre
de Dios, que practique la justicia, ame a su prójimo, y camine teniendo a Dios
siempre a su lado. Pero sobre todo que ame, porque en eso reconocerán que somos
sus discípulos.
Puede que esa sea la parte más
difícil, porque siempre hay alguien que no nos cae bien o que se empeña en
hacernos la vida imposible. Pues hasta a esa persona hay que amarla y
respetarla tal cuál es. Porque en eso notarán que somos hijos suyos, en el amor
que nos tenemos unos a otros.
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