martes, 8 de enero de 2013

No somos una generación perdida


Por Mercè Tous (militante AJ), Óscar Mateos, Sonia Herrera y otros para Cristianisme i Justícia. 

Durante la primavera de 2012 Cristianisme i Justícia propuso a un grupo de jóvenes una serie de encuentros para reflexionar sobre el momento actual. Son jóvenes que vivieron con ilusión el nacimiento del 15-M, comparten el deseo de cambio y el nuevo lenguaje político que este movimiento propone, pero a la vez son conscientes de sus debilidades y limitaciones. Forman parte de la generación de jóvenes mejor preparada de la historia de este país, y también la que está sufriendo una precarización laboral más despiadada. A pesar de la incertidumbre y la desorientación que el momento presente genera, quieren expresar su esperanza en el cambio y en la capacidad de reacción de la sociedad. Este año en CJ hemos querido que nuestra “reflexión de fin de año” sea la suya, que su voz sea la nuestra.

1. Hijos de la bonanza...
Como generación, somos hijos de la etapa de mayor bonanza económica que ha vivido nuestro país. Durante este tiempo, hemos crecido en una sociedad progresivamente mercantilizada, en la cual la existencia ha llegado a tomar sentido en el acto de consumir y en la cual se ha confiado a la técnica la solución de todos los problemas. Durante este tiempo, la democracia conquistada por las generaciones anteriores se ha ido diluyendo en el individualismo, desapareciendo toda noción de bien común. En algún momento de este proceso dejamos de pensar qué modelo de sociedad queríamos porque no lo creímos necesario y el totalitarismo de la indiferencia empezó a hacer presencia en nuestras vidas.

Hacemos nuestra reflexión desde la condición de jóvenes cristianos, sin que esto sea sinónimo de visiones homogéneas o petrificadas. Sabemos bien que nuestra fe, nuestra situación social o nuestros estudios no nos hacen mejores ni nos sitúan en una especie de atalaya moral desde donde juzgar a la sociedad. Estamos plenamente inmersos en ella y participamos de muchas de sus dinámicas, pero también nos atrevemos a interpelar y a interpelarnos sobre la situación que vivimos.

2. Un cambio de época
Nuestro diagnóstico no es un análisis de expertos, se limita a recoger nuestras inquietudes y es, por lo tanto, necesariamente incompleto y sesgado. Creemos, sin embargo, que la crisis presenta múltiples niveles (económico, social, religioso, ético...), hecho que nos conduce a hablar no tanto de una época de cambios, sino de un cambio de época, de un verdadero cambio de paradigma. Estos son algunos puntos en los cuales queremos hacer hincapié:

2.1. Desigualdades crecientes
Los últimos datos del INE indican que en España hay un 22% de personas en situación de pobreza (2 puntos más que al inicio de la crisis), un 25% de la población activa en el paro (sólo un 11% cuando empezó la crisis) y que la desigualdad entre ricos y pobres es cada vez más grande.
Estamos viviendo una progresiva desaparición de la clase media. El modelo de Estado del Bienestar, semilla de la construcción del proyecto europeo y frágil aún en su implementación en países como el nuestro, se está debilitando a marchas forzadas. El ascensor social no funciona y si lo hace es sólo de bajada. Esta desigualdad va acompañada de una estigmatización de la pobreza. Y es que el neoliberalismo nos ha convencido de la falacia que vivimos en una sociedad que ofrece igualdad de oportunidades a todo el mundo. En consecuencia, se responsabiliza/culpabiliza al pobre de su situación, cuando en realidad es el mismo sistema el que se alimenta de víctimas para poder funcionar.

Ante esto reivindicamos una caridad y una solidaridad que sientan el problema del pobre como un problema propio, fruto del conocimiento de la identidad humana común, y no sólo como fruto de un “neoliberalismo compasivo” que no cuestiona las causas de la pobreza.

Por desgracia, la crisis, del mismo modo que ha producido una oleada de solidaridad y compromiso, está alentando la aparición de un nuevo fascismo social que encuentra en el uso de la dinámica del “chivo expiatorio” (el inmigrante, el pobre, etc.) y en la insensibilización ante el sufrimiento ajeno, una válvula de escape al propio malestar. Este fascismo puede ser, a la larga, una de les amenazas de nuestra convivencia y democracia.

2.2. Hundimiento de las instituciones e ideologización de la sociedad
Acciones políticas masivas como el 15M nos han quitado la venda de los ojos poniendo sobre la mesa el déficit democrático de nuestro país y el gran desprestigio de las principales instituciones políticas. El descrédito de la clase política es creciente y en gran medida se relaciona con la pérdida de noción de bien común general a toda la sociedad, pero especialmente visible en un ámbito que se define precisamente por la defensa de este bien común.

Tampoco existen vías fáciles para ejercer la ciudadanía. A pesar de tener nuevos medios y nuevas tecnologías que permitirían y facilitarían dinámicas participativas y consultivas, parece que esta implicación del pueblo en las decisiones que lo afectan no interese de momento a los gobernantes.

En este contexto, hay que sumar el hecho de que los llamados mercados se hayan ido apoderando de los centros de decisión, convirtiéndose en mentores de nuestras débiles democracias.

Finalmente, hemos llegado también a una situación de gran polarización ideológica en la cual el diálogo es cada vez más difícil y la búsqueda de lugares comunes y consensos una quimera. Esta polarización nos ha conducido a la caricatura, al enfrentamiento y a la superficialidad en la comunicación.

2.3. Absolutismo técnico, ocaso del humanismo
Vivimos en un mundo que ha magnificado la técnica y la economía, como si ésta fuese una ciencia exacta generadora de verdades absolutas. Por desgracia el criterio predominante a la hora de valorar las personas, las relaciones, los proyectos o las maneras de vivir ha sido el de la rentabilidad económica. La crisis ha puesto de manifiesto cómo en una sociedad altamente mercantilizada las únicas relaciones que se consideran plausibles son las de sangre o las estipuladas por contrato. La fraternidad queda excluida.

Por otro lado, deberíamos ser suficientemente lúcidos para darnos cuenta de que la historia reciente confirma la falsedad de la presuposición ilustrada, según la cual el progreso técnico implica espontáneamente progreso moral. La fragmentación positivista y el consiguiente olvido de las humanidades comportan el olvido de la pregunta por el sentido de nuestras acciones en el mundo. En otras palabras, hay un peligro siempre latente en una noción acrítica de progreso que se olvide de la ética y que ignore la afinada distinción entre óptimos y máximos.

Esta ruptura se hace especialmente manifiesta en el campo de la técnica y la economía. En nombre del progreso todo queda justificado. El modelo económico occidental, tal y como hoy lo conocemos, presupone que las acciones de tipo financiero, a pequeña o gran escala, quedan fuera del radio de valoración moral. Serían, pues, acciones amorales. Esto es falso. Hay que recuperar la presencia de la ética en la economía, y recordar que existe un uso ofensivo y un uso prudente del dinero, pero no un uso inocuo.

En definitiva, reivindicamos la figura del pensador, del humanista, del crítico. Hay que añadir profundidad y rigor intelectual en todos los niveles de la sociedad.

2.4. Valores líquidos
Siguiendo la afortunada expresión de Z. Bauman, ya hace tiempo que se habla de una sociedad líquida, de los valores líquidos, del amor líquido... Haciendo referencia a un momento en el cual se produce una pérdida de consistencia en aquello esencial. Todo se nos escapa entre los dedos. Esta superficialidad, esta cultura de lo efímero asociada al dogmatismo del cambio constante, nos hacen más vulnerables a los vaivenes de cada momento. Aparecen nuevas esclavitudes, más o menos sutiles, y las personas nos subyugamos a ellas, incluso adrede y con gusto. En este contexto detectamos una asepsia en el lenguaje, que se convierte en herramienta eufemística que nos vuelve ciegos ante la realidad. Queda atrás una concepción del lenguaje que transforma el caos en orden y que nos aproxima a la comprensión del mundo y de los demás. La tecnificación del lenguaje y el abuso incontinente de la palabra nos han insensibilizado. Las palabras ya no queman, y están libres de pecado.

La inconsistencia se plasma también en hábitos como el consumo a todos los niveles. Consumimos objetos y experiencias. Consumimos la vida misma. A menudo parece que la única forma de ocio es el consumo. Este crecimiento entendido sólo como aumento de la capacidad de consumo nos ha empobrecido como sociedad y como personas, nos ha hecho perder consciencia de nuestra influencia y responsabilidad en la sociedad y de la fuerza del compromiso encarnado en las opciones del día a día.

2.5. Invierno eclesial
En medio de esta sociedad líquida, los grandes relatos se esfuman, las grandes palabras despiertan ironías y, en el mejor de los casos, perplejidades. Esto afecta, evidentemente, a las religiones. El cristianismo es una opción vital con una clara pérdida de legitimidad social. Las causas son diversas, pero con dos polos claros. Por un lado, el neopositivismo imperante que percibe todo aquello simbólico, religioso, poético, no-científico, como algo patológico o sencillamente inútil. Por otro lado, la mala administración de lo sagrado que la Iglesia ha ejercido en múltiples momentos de su historia. Muchos sentimos con tristeza que nadie nos representa en la Iglesia. Vemos clara una necesidad de redescubrir definitivamente la vocación cristiana como encarnación en medio del mundo; buscamos la expresión de una fe y una espiritualidad capaces de integrar todas las dimensiones de la persona; y creemos que el cristianismo de hoy debería ser una utopía entusiasmadora, una ética comprometida y una trascendencia verosímil.

3. Horizontes: ¡No queremos ser una generación perdida!
El mundo en el cual nacimos ha quedado obsoleto. Los anhelos de aquel “otro mundo posible” en que ha crecido y se ha formado nuestra generación parecen cada vez más lejos. De repente se hace patente la imposibilidad de lograr muchos de los proyectos personales y comunitarios, al menos aquellos con que nos habían enseñado a soñar. Vivimos con dificultad la construcción de un itinerario vital con sentido, a partir de una vocación discernida.

Aunque parece que el pesimismo se ha apoderado de nuestro horizonte, NO QUEREMOS SER UNA GENERACIÓN PERDIDA. A pesar de vivir en un contexto en que se hace difícil lograr paz interior y lucidez sentimos la necesidad de encontrar vías de implicación en la recuperación de ciertos valores y de una visión humanizadora del mundo. Es más, constatamos que ya se están dando en nuestro entorno iniciativas locales, sencillas, de carácter colectivo y transformador que son anticipaciones de un futuro que está por venir.

Desde aquí queremos hacer un llamamiento a la esperanza, a la alegría (que debería ser tan propia de los que nos decimos cristianos) y a caminar hacia nuevos horizontes que:
– Recuperen la fraternidad, y trabajen por lo común, lo que es de todos.
– Luchen contra el binomio individualismo/indiferencia.
– Blinden espacios para cuidar a la persona en su integridad.

Hacemos nuestras las palabras de un bonito poema de Pedro Casaldàliga: «Es tarde pero es nuestra hora. Es tarde pero es todo el tiempo que tenemos para construir el futuro».

Cristianisme i Justícia
Diciembre de 2012

Puedes acceder al texto publicado por Cristianisme i Justícia en este enlace: http://www.cristianismeijusticia.net/sites/default/files/es241.pdf

1 comentario:

  1. Muchas gracias por darnos a conocer esta reflexión. Está totalmente acertada y yo quiero unirme al deseo de ese llamamiento a la esperanza y alegría caminando hacia esos horizontes.

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