Por Redacción AJ. Nos encontramos ante un texto clave del evangelista Lucas en el que nos narra la vocación
cristiana, simbólicamente centrada en la vocación de los primeros discípulos de
Jesús: dos parejas de hermanos Simón y Andrés; Santiago y Juan.
Otros evangelistas lo narran de diversas maneras (Jn 1,35-51; Mt 1, 16-22; Mc 1, 16-20). Cada uno de ellos sitúa el marco en diferente contexto, lo cual expresa que más que estar interesados en los datos históricos les importa el significado teológico de la narración.
Este
texto de Lucas está lleno de simbolismo, y contiene las características de los
relatos de vocación:
- la iniciativa no parte de los sujetos sino de Dios en el Antiguo Testamento, de Jesús en el Nuevo y esa iniciativa acontece en medio de la cotidianidad de la vida;
- el sentimiento de admiración, sorpresa, indignidad que aquí pone el evangelista en boca de Pedro; la llamada no depende de los méritos sino de la gratuidad, es siempre pura gracia;
- el anuncio de una vocación-misión: "ser pescador de hombres”, una expresión simbólica que habla de la vocación fundante de todas las personas seguidoras de Jesús;
- una llamada a “remar mar adentro” a pasar de nuestro yo superficial a nuestro yo profundo, a la hondura de nuestra verdad;
- la consciencia de la radicalidad de nuestra vocación cristiana: “dejándolo todo le siguieron”.
Vamos a desarrollar algunos de
estos elementos para, una vez más, volver a escuchar que esa llamada nos
concierne a todas las personas que queremos seguir a Jesús.
La iniciativa de Jesús les sorprende en medio de sus tareas cotidianas
Los discípulos se encuentran en sus barcas, vienen desanimados porque no han pescado nada en toda la noche y al llegar a la orilla se encuentran con la sorpresa de que Jesús que está allí, rodeado de gente, les sale al paso, necesitándolos: “vio dos barcas que estaban en la orilla; los pescadores habían desembarcado y estaban lavando las redes. Subió a una de ellas… Se sentó y desde la barca se puso a enseñar a las multitudes.”
Los discípulos se encuentran en sus barcas, vienen desanimados porque no han pescado nada en toda la noche y al llegar a la orilla se encuentran con la sorpresa de que Jesús que está allí, rodeado de gente, les sale al paso, necesitándolos: “vio dos barcas que estaban en la orilla; los pescadores habían desembarcado y estaban lavando las redes. Subió a una de ellas… Se sentó y desde la barca se puso a enseñar a las multitudes.”
A veces esperamos que la presencia-llamada acontezca en situaciones especiales y se nos puede pasar inadvertida esa presencia en medio de la cotidianidad, de las tareas ordinarias de nuestra vida.
Apoyado en tu palabra echaré la red
La propuesta de volver a pescar,
cuando no han cogido nada en toda la noche, es otro gesto simbólico de la
gratuidad de la “pesca”. Lo más importante de nuestras vidas es don, regalo.
Siempre tenemos el peligro de apropiarnos del bien que podamos hacer a otras
personas, y el texto deja claro que el fruto desborda nuestras capacidades y
esfuerzos, “en tu nombre” es decir desde la confianza en su palabra, desde sus valores, su manera de
actuar y vivir… nuestras vidas serán fecundas, con una fecundidad desbordante.
Rema mar adentro
En griego “vados” y en latín
“altum” expresan profundidad y ponen de relieve el simbolismo de la frase. Sólo
descendiendo a lo más profundo de nuestro ser podemos sacar lo mejor de
nosotros mismos. Todo lo que con ansiedad
buscamos para saciar nuestra sed está dentro de nosotros, en lo más
profundo de nuestro ser. En lenguaje
poético de San Juan de la Cruz “los ojos deseados que están en mis entrañas
dibujados”.
Pero descender a lo profundo del ser, a lo profundo de la vida, no es fácil, en ese camino hay que decir adiós a las seguridades de nuestro yo superficial conocido y domesticado para adentrarnos sin saber muy bien a dónde acabará llevándonos esa aventura.
Hoy como ayer sigue resonando esa llamada: Rema mar adentro, no te quedes en la superficie, en lo efímero, en lo aparente, eficaz… sigue bajando y en el fondo de la vida, de la realidad, en el fondo de cada persona podemos encontrar esa perla preciosa por la que puede merecer la pena venderlo todo para dejarnos alcanzar por ella.
Apártate de mí que soy pecador
Un gesto de Pedro que le honra,
en contraposición a su creerse mejor que todos, “Aunque todos te abandonen yo
no”, la consciencia del propio pecado, de la enorme distancia que hay entre lo
que deseamos vivir y lo que de hecho vivimos no es obstáculo para seguir a
Jesús. Él no rechaza nunca a quienes conscientes de su pobreza la reconocen y
pueden así acoger con gozo la buena noticia del perdón gratuito de Dios, que
Jesús vino a proclamar. Es bueno perder nuestros miedos a reconocer nuestros
fallos, deficiencias, pecados… eso sólo nos servirá por un lado, para vivir en
verdad, que en definitiva esa es la
humildad y, por otro, para vivir con la consciencia de sabernos siempre acogidos
como hijas e hijos pródigos que, un día tras otro, recibimos del Padre-Madre
buena el abrazo del perdón..
Yo te haré pescador de hombres.
“Pescar hombres” era un dicho
popular que significaba sacar a alguien de un peligro, es decir ayudar a
alguien a librarse de la fuerza del mal (representado por el mar). Una vez más el
recuerdo de esa vocación fundante: ayudar a librar del mal, dar vida, sanar,
curar… la pasión de Jesús a la que en ese texto nos vuelve a invitar a todas
las personas que queremos seguirle.
Pero de nuevo nos urge la consciencia de que nuestro ayudar a otros a salir del mal supone hacer nosotros antes el camino, desde nuestra pobreza, y limitación. Pero sólo puede mostrar el camino del bien quien lo transita, aunque sea pobremente.
Y dejándolo todo lo siguieron
De nuevo el lenguaje teológico,
no significa que históricamente desde ese momento Pedro y los otros hayan
abandonado su modo de vivir cotidiano.
De nuevo aquí nos encontramos con una llamada a abandonar nuestros yoes superficiales como identificadores de nuestra identidad auténtica. Seguir a Jesús en primer lugar es desplegar todas las posibilidades de nuestro propio ser.
La primera vocación es la de darnos a luz a nosotros mismos, abandonando caminos que nos desorientan, conductas destructivas, hábitos rutinarios para poder desplegar nuestro verdadero ser: hijos e hijas amadas de Dios.
El segundo paso para vivir nuestra verdadera vocación es recrear la hermandad, ayudarnos unos a otros a vivir de verdad como hermanos y hermanas, y eso supone abandonar nuestras actitudes individualista, egoístas, nuestros caminos egocéntricos.
Finalmente nuestra vocación cristiana nos supone implicarnos, con todas nuestras posibilidades, en ayudar a dar a luz a un mundo nuevo que ya gime entre dolores de parto, esperando una nueva oportunidad que, como se nos recuerda en toda llamada vocacional, no se hará sin nuestro consentimiento.
En definitiva un hermoso texto que nos vuelve a convocar como personas y comunidades a vivir nuestra auténtica vocación: Ser lo que somos, hacer verdad la filiación y la fraternidad.
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