Por Isabel Romero. Hoy he ido a ver
Lincoln, la película de Spielberg. La verdad es que he ido muy bien
predispuesta. Las críticas excelentes. Daniel Day-Lewis dando la garantía de un
trabajo actoral magnífico. Caracterización y ambientación precisas. Y Spielberg
que, como director nunca falla. Me puede gustar más o menos el tema de la
película que haga, pero la hará impecablemente. Ha tocado todos los géneros y
en todos sale airoso.
Sin embargo, aquí hace una película anómala en su
filmografía. En ella no hay melodrama. Sólo el drama íntimo y político de un
hombre que sabía que ocupaba un lugar de la Historia que no podía ni quería
abandonar.
Abraham Lincoln es, desde hace muchos años, una persona
inspiradora para mí. He leído mucho de su vida, de su muerte y de su etapa como
presidente de su país.
Pero no conocía el empeño que se describe en la película, de
los últimos meses de su vida, por que se aprobara la decimotercera enmienda a
la Constitución estadounidense. Esa en la que el país prohíbe la esclavitud en
sus territorios para siempre.
No bastaba con el Decreto de Emancipación, que había sido
proclamado durante la guerra y era, por tanto, una medida provisional, había
que asegurar legalmente para siempre que "el gobierno del pueblo, por el
pueblo y para el pueblo" no podía asentarse sobre dos criterios antagónicos:
la consideración de que negros y blancos eran iguales y la contraria.
La igualdad ante la ley, por encima de prejuicios,
ignorancia o sentimentalismos, se erige en el elemento central de la película,
porque ya lo era de la convicción política lincolniana.
Ver esas escenas, esos debates, a menudo en interiores
alumbrados por lámparas de gas, durante noches insomnes y vigilantes, ha sido
como respirar lo mejor del espíritu humano.
Esta película viene a alimentar la memoria humana con los
hechos que nos han dado el ser.
No puedo menos de sentirme agradecida. Esto, ahora, en 2013,
no sólo tiene que ver con EE.UU., sino con la humanidad, con cada uno de
nosotros, como la Declaración de los Derechos Humanos, los esfuerzos de las
sufragistas inglesas o la plantada de aquel joven chino antes los tanques, en
1989, en la plaza de Tiannanmen.
Esta visión de Lincoln agotado e irreductible, viejo e
idealista, puro y manipulador, pacífico y guerrero, me ha hecho el efecto de
una ráfaga de aire limpio.
La corrupción que parece acosarnos, el tema
nacionalista, la rapiña de los que siempre quieren más, el desprecio a los que
nada tienen..., nada de esto puede vencer. Nada de lo que aliena a las
personas, de lo que las somete y las confunde, podrá erigirse como verdadero o
justo.
Lincoln animaba a mantener la fe en la razón. Dio su vida
por ello.
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