lunes, 10 de diciembre de 2012

Después de la Escuela de Pastoral

Por Mónica, militante AJ. Después de haber vivido una preciosa experiencia en la XI Escuela de Pastoral con Jóvenes, me parece elemental compartir algunas de las inquietudes surgidas a raíz de este encuentro. Parece que, precisamente, la palabra “encuentro” a veces se queda corta. En la ponencia del sábado por la mañana Ignacio Dinnbier nos recordaba la importancia de comprender que encontrarse no es simplemente coincidir, mantener el contacto, es algo más: “crear vínculos”. ¿Qué sucede cuando salimos de nuestros grupos, de nuestros movimientos e instituciones para mezclarnos, compartir, aprender de otros y otras? Estoy segura de que algo parecido a lo que vivimos el pasado fin de semana en la Escuela de Pastoral. Nos abrimos a la posibilidad de ver y de escuchar a otras personas cuya experiencia se convierte en  fuente de riqueza y alimento para llevar a cabo  la nuestra. Personalmente, me quedé con varias llamadas que recojo aquí:

1.   ¿En qué ensimismamientos o inercias vivo atrapada?
Probablemente todos y todas somos un poco especialistas en construir discursos, caretas que nos apartan de la realidad por un momento, que nos aíslan, que nos desconectan de lo que sentimos por dentro.  Pero la pregunta es ¿somos conscientes de que nos escondemos tras ellas, de que nos aprisionan y nos hieren? Una de estas, por ejemplo, podría ser la negativa, el no querer: “no estoy preparada”, “no me atrevo”, ¿“por qué yo”? Es triste darse cuenta de que cuando nos pasamos el tiempo reservándonos para algo mejor, grande, heroico… perdemos la capacidad de valorar lo cotidiano. Pero es bonito comprender, también, que lo maravilloso de la vida es que no se reduce a un “ensayo general”, palabras de M.D. Aleixandre, y de que lo grande que deseamos es tanto como lo pequeño que podemos poner en práctica aquí y ahora, estemos donde estemos.

2.   ¿Cuáles son los deseos que laten en el fondo de mí? ¿A qué experiencias no le estoy poniendo nombre?
Aunque aparentemente no nos demos cuenta, Dios está ahí, habitándonos, trabajando nuestro fondo. Dios está, pasa, pero como nos dijo J.L. Pérez Álvarez, si no estamos buscándole con el “corazón enamorado” no nos daremos cuenta. Quizás, cuando notemos que alguna ola se levanta en nuestro “estadio superior”, sería un buen ejercicio anotar aquello que late con fuerza en lo profundo. Esto es, buscar la corriente que la ha generado y ponerle nombre. Solo así conseguiremos hacerla emerger y dejarnos acompañar por esa extraña alegría que brota al acoger  la experiencia verdadera y que, aunque conduce por caminos desconocidos, llena de esperanza los pulmones y de alegría el corazón.  

3.   ¿Desde dónde vivo, actúo, me relaciono? ¿Cómo se nota esto en mis elecciones?
Es precioso descubrir ese “desde dónde”, nuestro fondo, y dejarnos transformar por lo que encontramos en él. Sin embargo, esto requiere un primer paso por nuestra parte: un acto de valentía, de desplazar nuestras verdades y clarividencias para encontrarnos con la duda, la incertidumbre, la limitación. Solo descendiendo esperanzadamente en nuestra propia oscuridad podremos iniciar la aventura de creer sin haber visto, y descubriremos, probablemente a tientas, el Amor. Con todo, intuiremos de pronto que éste no nos pertenece, y el sabernos habitados por él se convertirá en núcleo medular y motor de nuestro ser y de nuestras acciones. Así podremos dar confiada respuesta a la llamada a ser compañeros de camino, casa agradable y abierta, oídos atentos que no enjuician, fuentes de agua… sencillos y cotidianos instrumentos del Amor de Dios.

4.   ¿Dejo que la Palabra toque mi vida? Y, después, ¿camino siguiendo a Jesús con la suficiente pasión?
Todos y todas reconocemos en nuestra vida momentos mágicos de encuentro, en los que se nos ha regalado el “milagro de la comunicación profunda” (M.D. Aleixandre). Es imprevisible cómo y cuándo esto se da, simplemente sucede, incluso puede que no nos demos cuenta: Dios susurra y ruge, acaricia y golpea, atraviesa y ensambla.  Dios nos invita a caminar asombrados, como buscando un tesoro escondido, pero también descalzos y expuestos. Es en esta extraña dicotomía en la que Él nos toca y nos enamora con su Pasión por nosotros, por el mundo. ¿Pero cómo hacer perenne este proceso de enamoramiento, como convertirlo en una primavera perpetua que no se apague con el viento y el frío de tiempos peores? Quizá el reto de algunos de nosotros sea el de abrir las puertas para que el Amor y la Pasión se asienten para siempre, convirtiéndose en raíces capaces de generar abundancia incluso en la escasez. El fuego se apaga si no se aviva, igual que los brotes mueren si no se riegan y no se les permite ver la luz del sol. ¿Sabré dar prioridad a la Palabra? ¿Sabré consentir a la acción de Dios en lo profundo de mi ser? ¿Sabré arriesgarme a creer que soy querida sin merecerlo? De esta inquietud no tengo más que vagas intuiciones y preguntas… así que lo único que se me ocurre es pedir un poquito de luz.

Quisiera terminar con una imagen que con mucho entusiasmo nos transmitió  Álvaro Ginel en el taller de celebraciones y que, suerte la mía, pude “degustar” al día siguiente en la Eucaristía del domingo. “Esta Palabra toca mi vida y al tocar mi vida resulta que me surge ESTO. Comiéndome la palabra de Dios me ha salido esto. Hay que comerse la Palabra de Dios.” Mi recuerdo agradecido a todos y todas las que lo hicieron posible.

1 comentario:

  1. Muy bonito para pararse a pensar y a contestarse uno/a misma/o a estas preguntas.
    Gracias por compartirlo!
    Adriana Gil

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