Por Mónica, militante AJ. Después de
haber vivido una preciosa experiencia en la XI Escuela de Pastoral con Jóvenes,
me parece elemental compartir algunas de las inquietudes surgidas a raíz de
este encuentro. Parece que, precisamente, la palabra “encuentro” a veces se
queda corta. En la ponencia del sábado por la mañana Ignacio Dinnbier nos
recordaba la importancia de comprender que encontrarse no es simplemente
coincidir, mantener el contacto, es algo más: “crear vínculos”. ¿Qué sucede
cuando salimos de nuestros grupos, de nuestros movimientos e instituciones para
mezclarnos, compartir, aprender de otros y otras? Estoy segura de que algo
parecido a lo que vivimos el pasado fin de semana en la Escuela de Pastoral.
Nos abrimos a la posibilidad de ver y de escuchar a otras personas cuya
experiencia se convierte en fuente de
riqueza y alimento para llevar a cabo la
nuestra. Personalmente, me quedé con varias llamadas que recojo aquí:
1.
¿En qué ensimismamientos o inercias
vivo atrapada?
Probablemente
todos y todas somos un poco especialistas en construir discursos, caretas que
nos apartan de la realidad por un momento, que nos aíslan, que nos desconectan
de lo que sentimos por dentro. Pero la
pregunta es ¿somos conscientes de que nos escondemos tras ellas, de que nos
aprisionan y nos hieren? Una de estas, por ejemplo, podría ser la negativa, el
no querer: “no estoy preparada”, “no me atrevo”, ¿“por qué yo”? Es triste darse
cuenta de que cuando nos pasamos el tiempo reservándonos para algo mejor,
grande, heroico… perdemos la capacidad de valorar lo cotidiano. Pero es bonito comprender,
también, que lo maravilloso de la vida es que no se reduce a un “ensayo
general”, palabras de M.D. Aleixandre, y de que lo grande que deseamos es tanto
como lo pequeño que podemos poner en práctica aquí y ahora, estemos donde
estemos.
2.
¿Cuáles son los deseos que laten en
el fondo de mí? ¿A qué experiencias no le estoy poniendo nombre?
Aunque
aparentemente no nos demos cuenta, Dios está ahí, habitándonos, trabajando
nuestro fondo. Dios está, pasa, pero como nos dijo J.L. Pérez Álvarez, si no
estamos buscándole con el “corazón enamorado” no nos daremos cuenta. Quizás,
cuando notemos que alguna ola se levanta en nuestro “estadio superior”, sería
un buen ejercicio anotar aquello que late con fuerza en lo profundo. Esto es, buscar
la corriente que la ha generado y ponerle nombre. Solo así conseguiremos
hacerla emerger y dejarnos acompañar por esa extraña alegría que brota al
acoger la experiencia verdadera y que,
aunque conduce por caminos desconocidos, llena de esperanza los pulmones y de
alegría el corazón.
3.
¿Desde dónde vivo, actúo, me
relaciono? ¿Cómo se nota esto en mis elecciones?
Es precioso
descubrir ese “desde dónde”, nuestro fondo, y dejarnos transformar por lo que
encontramos en él. Sin embargo, esto requiere un primer paso por nuestra parte:
un acto de valentía, de desplazar nuestras verdades y clarividencias para
encontrarnos con la duda, la incertidumbre, la limitación. Solo descendiendo
esperanzadamente en nuestra propia oscuridad podremos iniciar la aventura de
creer sin haber visto, y descubriremos, probablemente a tientas, el Amor. Con
todo, intuiremos de pronto que éste no nos pertenece, y el sabernos habitados
por él se convertirá en núcleo medular y motor de nuestro ser y de nuestras
acciones. Así podremos dar confiada respuesta a la llamada a ser compañeros de
camino, casa agradable y abierta, oídos atentos que no enjuician, fuentes de
agua… sencillos y cotidianos instrumentos del Amor de Dios.
4.
¿Dejo que la Palabra toque mi vida?
Y, después, ¿camino siguiendo a Jesús con la suficiente pasión?
Todos y
todas reconocemos en nuestra vida momentos mágicos de encuentro, en los que se nos
ha regalado el “milagro de la comunicación profunda” (M.D. Aleixandre). Es
imprevisible cómo y cuándo esto se da, simplemente sucede, incluso puede que no
nos demos cuenta: Dios susurra y ruge, acaricia y golpea, atraviesa y ensambla.
Dios nos invita a caminar asombrados,
como buscando un tesoro escondido, pero también descalzos y expuestos. Es en
esta extraña dicotomía en la que Él nos toca y nos enamora con su Pasión por
nosotros, por el mundo. ¿Pero cómo hacer perenne este proceso de enamoramiento,
como convertirlo en una primavera perpetua que no se apague con el viento y el
frío de tiempos peores? Quizá el reto de algunos de nosotros sea el de abrir
las puertas para que el Amor y la Pasión se asienten para siempre,
convirtiéndose en raíces capaces de generar abundancia incluso en la escasez.
El fuego se apaga si no se aviva, igual que los brotes mueren si no se riegan y
no se les permite ver la luz del sol. ¿Sabré dar prioridad a la Palabra? ¿Sabré
consentir a la acción de Dios en lo profundo de mi ser? ¿Sabré arriesgarme a
creer que soy querida sin merecerlo? De esta inquietud no tengo más que vagas
intuiciones y preguntas… así que lo único que se me ocurre es pedir un poquito
de luz.
Quisiera
terminar con una imagen que con mucho entusiasmo nos transmitió Álvaro Ginel en el taller de celebraciones y
que, suerte la mía, pude “degustar” al día siguiente en la Eucaristía del
domingo. “Esta Palabra toca mi vida y al tocar mi vida resulta que me
surge ESTO. Comiéndome la palabra de Dios me ha salido esto. Hay que comerse la
Palabra de Dios.” Mi recuerdo agradecido a todos y todas las que lo hicieron
posible.
Muy bonito para pararse a pensar y a contestarse uno/a misma/o a estas preguntas.
ResponderEliminarGracias por compartirlo!
Adriana Gil