Por Juan Alberto Caro. La verdad es que cuando uno piensa en la experiencia de
Covadonga, antes de vivirla, se le vienen a la cabeza momentos de soledad, de
reflexión individual, de “estas jornadas no van a ser como las anteriores”. Y
en parte es cierto, pero no te sientes solo. Para mí las experiencias de
acompañamiento con mis compañeros de jornadas resultaron muy enriquecedoras,
digamos que cambia la relación con ellos. Ellos, aún siendo muy diferentes, te
escuchan y te entienden y es a través de ellos cómo Dios decide hablarte (al
menos yo lo sentí así). En cuanto al lugar debo decir que invita a pasear con
uno mismo y con Dios; a alejarte de tu realidad para tomar perspectiva y actuar
conforme a lo que decidas desde esta; a valorar el silencio…
Nosotros fuimos un grupo pequeño, tuvimos algunas ausencias
dolorosas, tuvimos mal tiempo, accidentes, discusiones y alguna que otra
lagrimita. Lo que viene siendo unas Jornadas A.J. en toda regla. Sin embargo
conserva unas características propias, como es el ponerse en la piel de San
Pedro Poveda e imaginarse parte de todo lo que pudo sentir en su etapa en
Covadonga, o fantasear sobre cómo se originó el proyecto de la institución.
Animo a los que puedan vivir esta experiencia, a que lo hagan
y a trasladarla a la vida cotidiana; a encontrar esos instantes de silencio, de
Dios.
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