Por Laura Monje del Castillo. Yo tenía muchas ganas de ir, pero hasta
casi última hora no sabía si eso sería posible debido a que yo necesito alguien
que me preste sus pies y sus manos. Cuando finalmente me confirmaron que sí
podía ir la alegría que me invadió fue inmensa. Y por fin llegamos a Taizè…
Taizè para mi es la catedral de la paz,
donde se complementan la sencillez con lo esencial, el silencio con los cantos,
unas religiones con otras, pero todas ellas tratando de llegar hacia una única
meta.
Me impresionó el silencio en medio de
tanta multitud, de todo tipo de gente. En Taizè cabemos todos: niños, jóvenes y
adultos; personas de diferentes confesiones cristianas, culturas, países…
Y en medio de todo esto estaban ellos…
LOS HERMANOS que nos cautivaron a todos
con su cercanía y ese carisma que los caracteriza.
¿Algo para resaltar? Los momentos de
oración en la iglesia de la Reconciliación, tanta meditación profunda que te
permitía evadirte del estrés de nuestra vida cotidiana, olvidarte de todo
aquello que te ronda la cabeza día a día.
En Taizè no hay medios de comunicación,
no hay tecnología, los móviles no existen, ni el Whatsapp, ni los lujos, pero
sí que llegan todo tipo de sentimientos, emociones, sensaciones… Y sí que
tenemos cobertura para el amor, estamos conectados con la confianza y todos
navegamos por la misma red.
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