Por Marta Pérez (Militante de AJ-Barcelona) Japón era un destino desconocido, lejano, lleno de
incertidumbre pero saber que había presencia de la Institución Teresiana fue
como un suspiro de seguridad para mí y para mi familia. Desde el inicio de mi
carrera de arquitectura siempre he soñado en llevar a cabo una estancia en el
extranjero. Para mi madre lo primero que debía hacer al pisar Japón era ir a la
embajada y contactar con la IT.
Mi primer domingo en Tokyo fue increíble. Adelfa me
invitó a vivirlo con intensidad en una primera eucaristía en la Iglesia
católica de la Universidad de Sofía (a las 12h misa, 13h rosario, 14h-16h
compartir la fe). Me encontraba a miles de kilómetros de casa, en un país donde
menos del 0.5% de la población es católica, viviendo una celebración como si
estuviera al lado de todas aquellas personas que no vería hasta dentro de un año.
El grupo de reflexión sobre la fe estaba compuesto por
personas de diferentes nacionalidades, edades, visones, caracteres… pero la
visión de la Institución se encontraba presente en tres miembros ACIT y Adelfa.
Fue escucharla y empezar a recordar comentarios, hechos, actividades… de mi paso por la Escuela Arrels. Sentí que
formaba parte de la Institución porqué compartía su visión, sus emociones y las
formas de expresión que habían caracterizado la formación integral recibida, intrínseca
en mi personalidad. Sorprende que aunque estemos a miles de kilómetros el
mensaje, los objetivos y los sentimientos sean el mismo.
A ese primer encuentro siguieron otras reuniones con
miembros ACIT y otros miembros de la IT. Reuniones intensas que recordaban aquellas
primeras pequeñas comunidades que finalizaban su encuentro compartiendo la comida
que cada uno traía.
Pero en
Tokyo existen infinidad de realidades, como los innumerables cruces de
infraestructuras característicos de la ciudad: tres o cuatro líneas de metro en
el subsuelo, tres o cuatro pasos de cebra en cota cero, dos o tres pasos a nivel para peatones en
cota tres, una vía rápida en
cota cinco y una autopista en cota ocho. Las diferentes realidades
también se entremezclan de forma muy radical: un ambiente de trabajo intenso,
un ritmo vital frenético, una vida nocturna muy extrema, turismo infinito y una
vivencia cristiana que debería estar presente en todas estas realidades pero
que constantemente entra en contradicción. Una revisión de fe constante que
gracias a las diferentes ocasiones de encuentro se renueva cada vez.
Nuestras culturas son completamente diferentes, pero
la espiritualidad japonesa puede llegar a compartir características comunes con
algunas palabras de Pedro Poveda. Sois la sal de la tierra, una presencia
invisible que intensifica el sabor, que es cotidiana y poco a poco reconoces
su existencia.
Un año en Japón ha sido muy enriquecedor a diferentes
niveles. Me ha permitido re_descubrir la Institución a través de los ojos,
palabras y sentimientos de otras personas, re_descubrir lo que había de la Institución
en mí, y descubrir que formo parte de
ella.
Probablemente solo desde la distancia valoras más tus
orígenes, el lugar de procedencia, la gente que te rodea… No por morriña sino
porque es cuando te percatas que forman parte de tu persona, cultura,
experiencia, sentimientos... También porque un año en un contexto diferente no
permite llegar a conocer completamente una cultura: solamente puedes empezar a
descubrirla.
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