lunes, 24 de marzo de 2014

re_descubrir

Por Marta Pérez (Militante de AJ-Barcelona) Japón era un destino desconocido, lejano, lleno de incertidumbre pero saber que había presencia de la Institución Teresiana fue como un suspiro de seguridad para mí y para mi familia. Desde el inicio de mi carrera de arquitectura siempre he soñado en llevar a cabo una estancia en el extranjero. Para mi madre lo primero que debía hacer al pisar Japón era ir a la embajada y contactar con la IT.


Mi primer domingo en Tokyo fue increíble. Adelfa me invitó a vivirlo con intensidad en una primera eucaristía en la Iglesia católica de la Universidad de Sofía (a las 12h misa, 13h rosario, 14h-16h compartir la fe). Me encontraba a miles de kilómetros de casa, en un país donde menos del 0.5% de la población es católica, viviendo una celebración como si estuviera al lado de todas aquellas personas que no vería hasta dentro de un año.

El grupo de reflexión sobre la fe estaba compuesto por personas de diferentes nacionalidades, edades, visones, caracteres… pero la visión de la Institución se encontraba presente en tres miembros ACIT y Adelfa. Fue escucharla y empezar a recordar comentarios, hechos, actividades…  de mi paso por la Escuela Arrels. Sentí que formaba parte de la Institución porqué compartía su visión, sus emociones y las formas de expresión que habían caracterizado la formación integral recibida, intrínseca en mi personalidad. Sorprende que aunque estemos a miles de kilómetros el mensaje, los objetivos y los sentimientos sean el mismo.

A ese primer encuentro siguieron otras reuniones con miembros ACIT y otros miembros de la IT. Reuniones intensas que recordaban aquellas primeras pequeñas comunidades que finalizaban su encuentro compartiendo la comida que cada uno traía.
Pero en Tokyo existen infinidad de realidades, como los innumerables cruces de infraestructuras característicos de la ciudad: tres o cuatro líneas de metro en el subsuelo, tres o cuatro pasos de cebra en cota cero,  dos o tres pasos a nivel para peatones en cota tres,  una  vía rápida en  cota cinco y una autopista en cota ocho. Las diferentes realidades también se entremezclan de forma muy radical: un ambiente de trabajo intenso, un ritmo vital frenético, una vida nocturna muy extrema, turismo infinito y una vivencia cristiana que debería estar presente en todas estas realidades pero que constantemente entra en contradicción. Una revisión de fe constante que gracias a las diferentes ocasiones de encuentro se renueva cada vez.

Nuestras culturas son completamente diferentes, pero la espiritualidad japonesa puede llegar a compartir características comunes con algunas palabras de Pedro Poveda. Sois la sal de la tierra, una presencia invisible que intensifica el sabor, que es cotidiana y poco a poco reconoces su existencia.

Un año en Japón ha sido muy enriquecedor a diferentes niveles. Me ha permitido re_descubrir la Institución a través de los ojos, palabras y sentimientos de otras personas, re_descubrir lo que había de la Institución en mí,  y descubrir que formo parte de ella.  
Probablemente solo desde la distancia valoras más tus orígenes, el lugar de procedencia, la gente que te rodea… No por morriña sino porque es cuando te percatas que forman parte de tu persona, cultura, experiencia, sentimientos... También porque un año en un contexto diferente no permite llegar a conocer completamente una cultura: solamente puedes empezar a descubrirla.  

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