miércoles, 19 de junio de 2013

Mirar al Crucificado


“Una vez que Jesús estaba orando solo, en presencia de sus discípulos, les preguntó: - «¿Quién dice la gente que soy yo?» Ellos contestaron: - «Unos que Juan el Bautista, otros que Elías, otros dicen que ha vuelto a la vida uno de los antiguos profetas.» Él les preguntó: - «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?» Pedro tomó la palabra y dijo: - «El Mesías de Dios.» Él les prohibió terminantemente decírselo a nadie. Y añadió: - «El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, ser desechado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar al tercer día.» Y, dirigiéndose a todos, dijo: - «El que quiera seguirme, que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz cada día y se venga conmigo. Pues el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa la salvará.» (Lc 9, 18-24)

Por Redacción AJ. El relato evangélico que nos brinda la Liturgia del XII domingo del tiempo ordinario es un pasaje importante de la vida de Jesús que recoge tres escenas concatenadas. La profesión de fe de Pedro (9,18-21); el primer anuncio de la pasión (9,22); y las condiciones para seguir a Jesús (9, 23-24).


Llama la atención que Lucas sitúa a Jesús orando solo, aunque los discípulos están cerca. En el paralelo de Marcos Jesús va con sus discípulos camino de Cesarea de Filipo y en el de Mateo acabando de llegar a dicha región.

Es en este contexto oracional dónde Jesús lanza una pregunta a sus discípulos:


  • ¿Quién dice la gente que soy yo?


¿A qué viene ésta pregunta pensarían ellos?  ¿Le preocupa a Jesús lo que la gente diga de él? ¿Tiene dudas de su identidad? ¿Tendrá algo que ver con su misión y su proyecto?

Me parece oportuno recordar aquí que en el texto del domingo pasado, también de Lucas (7,36-8.3) el evangelista pone en boca de la gente una pregunta similar "¿Quién es este para perdonar pecados?"  Resulta que el modo de actuar de Jesús: nuevo, insólito, desconcertante a veces hace que la gente se cuestione por su identidad, incluso algunos que empezaban a interesarse por su persona al escuchar lo que predica, lo que hace, con quienes se relaciona, etc. dudan: “Si este fuera un profeta sabría qué tipo de mujer es la que lo está tocando …”

Me gusta imaginar que Jesús lleva a su oración lo que ha escuchado de la gente y ahí, orando a solas, es cuando le surge preguntar a sus discípulos:

  • ¿Y vosotros, quién decís que yo soy yo?
  • ¿Quién soy yo para vosotros los que me acompañáis y me seguís de cerca?


Pedro responde en nombre de todos, sin titubear: “Tu eres el Mesías de Dios”. Pero ¿es consciente Pedro de lo que ha dicho? ¿Sabe lo que puede suponer en su vida esta afirmación?  ¿Coincide la idea que Pedro tiene del Mesías con la de Jesús? Por otros pasajes sabemos que no, por eso, Jesús se lo aclara: El Mesías, el Hijo del hombre, tiene que padecer mucho, ser desechado, ser ejecutado… No es por tanto un mesianismo triunfalista el que Jesús trae, ni tampoco del de empuñar armas como algunos esperaban, el suyo siendo único, estaría más en la línea de un mesianismo profético.

Jesús que -según Lucas- tiene claro cuál es el proyecto amoroso de Dios y su propia misión, empieza a intuir las consecuencias de ir hasta el final con este proyecto, tanto para sí mismo como para sus discípulos. De ahí su interés en asegurase que lo van entendiendo y decidan con libertad si les merece la pena seguir a este Maestro.
“El que quiera seguirme…” Y señala tres condiciones:


  • Negarse a sí mismo,
  • Cargar con su cruz cada día,
  • Ir con Él.

S. Pedro Poveda dice comentado este pasaje: ”A quien se le pide que se niegue a sí mismo se le pide lo más, todo lo demás se le da por pedido.”

Negarse a sí mismo no significa reprimirse, replegarse, ocultar los talentos recibidos, o renunciar a lo bello de la vida. Negarse a sí mismo significa vivir descentrado de uno mismo y referido a Aquel que ha elegido vivir dándose, entregándose sin reservas y por amor al Proyecto del Padre, convencido de que este modo de vivir libera, da sentido y plenifica la existencia. 

Cargar con la cruz significa -de nuevo acudimos a S. Pedro Poveda- “abrazarse voluntariamente a ella” por tres razones: 1ª. Dios está presente en toda experiencia de cruz. Nada de lo que nos ocurre es ajeno a Dios. 2ª. La cruz remite a Cristo. Él pasó por ella, cargó con ella, la asumió por nosotros. 3ª. Jesús con su vida nos enseña a llevar la nuestra.  A ello ayuda algo tan sencillo mirar, mirar al Crucificado, y descubrir en él tantos rostros desfigurados por la enfermedad, el hambre, el abandono, la tristeza, el egoísmo, las idolatrías, la falta de esperanza…

La invitación personal a ir con Él y a seguirle, toca lo nuclear de la persona y se convierte en la opción fundamental de la existencia. Para Poveda esta invitación no se dirige a unos pocos “elegidos” sino a ti, a mí, a todos, basta sencillamente con abrir los oídos a la Palabra, basta con no cerrar el corazón a su acción. En la lógica povedana, “conocer” a Jesús lleva necesariamente al seguimiento. Y esto pasa por responder a la pregunta:

  • ¿Quién soy Yo para ti en este momento de tu vida?

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