“Una vez que Jesús estaba orando solo, en presencia de sus discípulos, les preguntó: - «¿Quién dice la gente que soy yo?» Ellos contestaron: - «Unos que Juan el Bautista, otros que Elías, otros dicen que ha vuelto a la vida uno de los antiguos profetas.» Él les preguntó: - «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?» Pedro tomó la palabra y dijo: - «El Mesías de Dios.» Él les prohibió terminantemente decírselo a nadie. Y añadió: - «El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, ser desechado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar al tercer día.» Y, dirigiéndose a todos, dijo: - «El que quiera seguirme, que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz cada día y se venga conmigo. Pues el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa la salvará.» (Lc 9, 18-24)
Llama la atención
que Lucas sitúa a Jesús orando solo, aunque los discípulos están cerca. En el
paralelo de Marcos Jesús va con sus discípulos camino de Cesarea de Filipo y en
el de Mateo acabando de llegar a dicha región.
Es en este contexto
oracional dónde Jesús lanza una pregunta a sus discípulos:
- ¿Quién dice la gente que soy yo?
¿A qué viene ésta
pregunta pensarían ellos? ¿Le preocupa a
Jesús lo que la gente diga de él? ¿Tiene dudas de su identidad? ¿Tendrá algo
que ver con su misión y su proyecto?
Me parece oportuno
recordar aquí que en el texto del domingo pasado, también de Lucas (7,36-8.3)
el evangelista pone en boca de la gente una pregunta similar "¿Quién es este para perdonar pecados?" Resulta que el modo de actuar de Jesús: nuevo, insólito, desconcertante a veces hace
que la gente se cuestione por su identidad, incluso algunos que empezaban a
interesarse por su persona al escuchar lo que predica, lo que hace, con quienes
se relaciona, etc. dudan: “Si este fuera
un profeta sabría qué tipo de mujer es la que lo está tocando …”
Me gusta imaginar
que Jesús lleva a su oración lo que ha escuchado de la gente y ahí, orando a solas,
es cuando le surge preguntar a sus discípulos:
- ¿Y vosotros, quién decís que yo soy yo?
- ¿Quién soy yo para vosotros los que me acompañáis y me seguís de cerca?
Pedro responde en
nombre de todos, sin titubear: “Tu eres
el Mesías de Dios”. Pero ¿es consciente Pedro de lo que ha dicho? ¿Sabe lo
que puede suponer en su vida esta afirmación?
¿Coincide la idea que Pedro tiene del Mesías con la de Jesús? Por otros
pasajes sabemos que no, por eso, Jesús se lo aclara: El Mesías, el Hijo del hombre, tiene que padecer mucho, ser desechado,
ser ejecutado… No es por tanto un mesianismo triunfalista el que Jesús
trae, ni tampoco del de empuñar armas como algunos esperaban, el suyo siendo
único, estaría más en la línea de un mesianismo profético.
Jesús que -según
Lucas- tiene claro cuál es el proyecto amoroso de Dios y su propia misión,
empieza a intuir las consecuencias de ir hasta el final con este proyecto, tanto
para sí mismo como para sus discípulos. De ahí su interés en asegurase que lo
van entendiendo y decidan con libertad si les merece la pena seguir a este
Maestro.
“El que quiera seguirme…” Y señala tres condiciones:
- Negarse a sí mismo,
- Cargar con su cruz cada día,
- Ir con Él.
S. Pedro Poveda dice
comentado este pasaje: ”A quien se le
pide que se niegue a sí mismo se le pide lo más, todo lo demás se le da por
pedido.”
Negarse a sí mismo
no significa reprimirse, replegarse, ocultar los talentos recibidos, o
renunciar a lo bello de la vida. Negarse a sí mismo significa vivir descentrado
de uno mismo y referido a Aquel que ha elegido vivir dándose, entregándose sin
reservas y por amor al Proyecto del Padre, convencido de que este modo de vivir
libera, da sentido y plenifica la existencia.
Cargar con la cruz significa -de nuevo acudimos a S. Pedro Poveda- “abrazarse voluntariamente a ella” por tres razones: 1ª. Dios está
presente en toda experiencia de cruz. Nada de lo que nos ocurre es ajeno a Dios.
2ª. La cruz remite a Cristo. Él pasó por ella, cargó con ella, la asumió por
nosotros. 3ª. Jesús con su vida nos enseña a llevar la nuestra. A ello ayuda algo tan sencillo mirar, mirar al Crucificado, y descubrir
en él tantos rostros desfigurados por
la enfermedad, el hambre, el abandono, la tristeza, el egoísmo, las idolatrías,
la falta de esperanza…
La invitación
personal a ir con Él y a seguirle, toca
lo nuclear de la persona y se convierte en la opción fundamental de la
existencia. Para Poveda esta invitación no se dirige a unos pocos “elegidos”
sino a ti, a mí, a todos, basta sencillamente con abrir los oídos a la Palabra,
basta con no cerrar el corazón a su acción. En la lógica povedana, “conocer” a
Jesús lleva necesariamente al seguimiento. Y esto pasa por responder a la
pregunta:
- ¿Quién soy Yo para ti en este momento de tu vida?
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