lunes, 7 de mayo de 2012

¿Qué Iglesia quieres ser?


Por Samuel Medina. En estos días volvemos a ver la campaña que la Iglesia Católica está haciendo en España para marcar la casilla que le asigna un 0,7% de nuestros impuestos de la Declaración de la Renta. Algunas cifras de lo que hacen con ese dinero se puede ver en la web de la campaña (http://www.portantos.com/hacemos/cifras.html), las cuales son realmente espectaculares. Yo marcaré la X, puesto que pienso que la labor y el dinero que recauda tiene buen fin, pero no deja de resultarme en todo caso un privilegio que la Iglesia (como institución) sigue teniendo como herencia del pasado. En todo caso, el de la Iglesia no es un excepción, pues otros muchos organismos se nutren de los impuestos que los ciudadanos pagan: Patronal, Sindicatos, Organizaciones de Interés general… ¿Qué sería de la Iglesia (como institución) si dejara de recibir esos fondos? Desconozco si cada vez la marca más o menos gente, pero paradójicamente creo que sería positivo que tendiera a financiarse con recursos propios, ajenos a la asignación estatal. Se daría un paso delante de autenticidad. No tenemos la respuesta a la pregunta, pero si es una obra de Dios, seguirá adelante, sea como sea…

Me considero una persona creyente y profundamente “de Iglesia”. Me siento dolido, muy dolido, cuando se le critica y se sacan a relucir sus innumerables incoherencias y sangrantes heridas. Me duele porque la considero mi familia. Una familia que no es perfecta, pero familia al fin y al cabo. El símil es sencillo: Uno puede saber que su hermano/a, padre, madre, hijo/a etc. mete la pata o anda por un camino erróneo o es un inútil sin más, pero por mucho que lo sepa, no deja de resultar doloroso oír críticas y descalificaciones contra los tuyos…

Yo me siento tan Iglesia como cualquier otro bautizado, como cualquier cura, como cualquier religioso/a, como el mismo Papa. Todos tenemos roles y responsabilidades distintas, pero para los que intentamos vivir esto en serio, la “marca” se erige al ser bautizados. Por tanto, cuando se critica a la Iglesia, me siento aludido, pues me considero parte activa de ella. No me identifico con innumerables posturas, declaraciones, decisiones, pero no por ello, quiero dejar de ser Iglesia. Para mí, la pregunta clave que deberíamos hacernos es: ¿Qué hago yo para cambiar lo que no me gusta de la Iglesia? No me cabe duda de que las circunstancias harán que esta vaya cambiando y adaptándose a los nuevos tiempos motivada por elementos exógenos, por la necesidad, pero creo que la verdadera revolución debería llegar desde dentro: de nuestro comportamiento y forma de encarnar el mensaje de Cristo.

Mi experiencia en Málaga (sé que no es una situación general) es que nuestra Diócesis nos ofrece variedad de cauces sobre los que incidir. Tenemos representación en el Consejo Diocesano de Pastoral Juvenil, donde se decide conjuntamente con otros movimientos de Iglesia las actividades que se van a realizar durante el año. También, creo que gozamos de una buena hornada de gente pegada a la Diócesis que se parten la espalda por dar un testimonio de vida coherente con Cristo. Entiendo que el camino a seguir para cambiar todo lo que no nos gusta debe empezar por ahí: por encontrar a aquellas personas/movimientos exigentes, críticos, con los que nos veamos reflejados. Por sentirnos Iglesia, dejando claro que la representatividad de la misma no la ostentan aquellos movimientos/grupos que se creen dueño de la misma y se amparan bajo el paraguas de la jerarquía...

Es un hecho que desde hace ya varios años, décadas quizás, la Iglesia (institucional) se haya claramente alineada. No puedo dejar de pensar que hoy en día, en el entendimiento de mucha gente, el ser cristiano está en el mismo pack que ir a misa, tener una ideología conservadora, votar a determinado partido de centro derecha y vestir de una determinada manera. No son más que burdas etiquetas absurdas, pero que están ahí. Responden a un inusitado interés por crear un estereotipo del cristiano, pues una vez que algo se dibuja, es más fácil definirlo y por tanto, tenerlo controlado. Nosotros, como Movimiento, tenemos mucho que decir al respecto y trabajar por romper esas odiosas etiquetas.

El problema viene cuando nos dedicamos a criticar sin hacer nada al respecto. Existen cauces, una hoja de ruta a seguir, y somos nosotros los que no la aprovechamos. Cientos de excusas nos llevan a no querer representar la manera de ser Iglesia que tenemos y queremos. Sabemos que debemos  estar “ahí”, y esto es algo que llevamos años trabajando, pero no conseguimos arreglar. Creo que en el fondo subyace que “fundirnos” con los demás, es perder parte de nuestra identidad, cuando posiblemente sea así cuando más nos reafirmemos. Necesitamos defender nuestra postura, nuestra manera de ver el Evangelio, porque los que ocupan los lugares de representación, ya están copados por los de siempre. Y están, desde mi punto de vista, muy alejados del mensaje de Cristo.
Es nuestro deber y obligación demostrar que todos somos IGLESIA. La misma que erigió Cristo. La misma que sigue viva hoy en día…

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