sábado, 14 de enero de 2012

"Venid y veréis"

En aquel tiempo, estaba Juan con dos de sus discípulos y, fijándose en Jesús que pasaba, dice: «Éste es el Cordero de Dios.» Los dos discípulos oyeron sus palabras y siguieron a Jesús.
Jesús se volvió y, al ver que lo seguían, les pregunta: «¿Qué buscáis?»
Ellos le contestaron: «Rabí (que significa Maestro), ¿dónde vives?»

Él les dijo: «Venid y lo veréis.»

Entonces fueron, vieron dónde vivía y se quedaron con él aquel día; serían las cuatro de la tarde. Andrés, hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que oyeron a Juan y siguieron a Jesús; encuentra primero a su hermano Simón y le dice: «Hemos encontrado al Mesías (que significa Cristo).»  Y lo llevó a Jesús.
Jesús se le quedó mirando y le dijo: «Tú eres Simón, el hijo de Juan; tú te llamarás Cefas (que se traduce Pedro)»”.


Por redacción A.J Al comienzo de este tiempo litúrgico, el evangelio nos invita a contemplar la vocación de los discípulos en los primeros momentos del ministerio de Jesús: uno de ellos es Andrés, el otro se suele identificar con Juan, el discípulo amado, aunque el texto no dice nada al respecto.

Podríamos pensar que esto de la vocación es algo reservado a unos pocos (en este sentido es frecuente que “vocación” se asocie únicamente a la vida religiosa  o al ministerio ordenado), o que es algo individual y puntual. Sin embargo, la lectura de este domingo nos invita a darnos cuenta de que la vida cristiana tiene que ver con un itinerario que es un itinerario vocacional, que no realizamos en solitario, aunque es un itinerario personal.

En el relato, Juan Bautista,  que conoce a Jesús y lo reconoce “pasando por allí”, hace que también los discípulos se fijen en Él y comiencen a seguirle.  Con su indicación, ayuda a que los discípulos se pongan en camino.

Posiblemente muchos de nosotros podemos decir que en ese camino estamos desde que tenemos memoria o incluso antes: desde muy pequeños, y casi sin saberlo, hemos sido iniciados en la vida cristiana. Los discípulos del evangelio no son niños, pero también comienzan a seguir  a Jesús sin saber muy bien a quién siguen ni  para qué.

Ahora bien, la palabra primera de Juan Bautista y el ponerse en camino es sólo el principio, les hará falta el encuentro con Jesús, porque  a ellos, igual que a nosotros, no les basta la indicación primera. Nadie es cristiano por tradición, ni por experiencia ajena.

A esos discípulos, en el momento oportuno, Jesús les dirige una palabra que les invita a tomar conciencia de lo que bulle en su interior: “¿Qué buscáis?”. La pregunta de Jesús conecta con la realidad vital de los discípulos. Es una pregunta-invitación. Invitación a  caer en la cuenta de lo que llevan en el corazón, invitación a cuestionarse sobre esos primero pasos que han dado en pos de Él. 

Fue el Bautista quien les dijo que Él era el Cordero de Dios , señalándole como el Mesías esperado. Eso fue lo que les puso en camino. Ahora, la palabra de Jesús les hace caer en la cuenta, con mayor hondura, de que aquello que buscan no es “algo” sino “Alguien”.  Aún no se dirigen a Jesús como “Mesías”, le llaman “Maestro”. Saben que no buscan ideas ni doctrinas, que no quieren respuestas hechas. Quieren saber de Él, de su mundo vital, de su proyecto, por eso le preguntan:  “Maestro, ¿dónde vives?”.

La contestación de Jesús  está muy lejos de ser una respuesta teórica: Venid y lo veréis”. Es un segundo momento marcado por la invitación a una relación personal. Y es que aquello que los discípulos buscan sólo pueden encontrarlo haciendo la experiencia de vivir con Él. Sólo sabrán de Jesús adentrándose en su vida, acogiendo la amistad que Él ofrece. El relato continúa con tres verbos seguidos que condensan todo un itinerario vital: “fueron, vieron y se quedaron con Él”.

Sólo después de esta experiencia de encuentro, pueden los discípulos hablar de Él como el Mesías: “Hemos encontrado al Mesías”. Compartir la vida de Jesús hace de ellos discípulos y testigos que anuncian a otros la alegría del encuentro. Ahora, ellos serán, como lo fue el  Bautista, capaces de animar a otros a “ir donde Jesús”.

En este recorrido que hace el Evangelio, al presentarnos la vocación de los discípulos, nos podemos reconocer todos los que queremos seguir a Jesús. Esta lectura nos ofrece también la oportunidad de agradecer y reconocer (y ¿por qué no? de compartir en con otros)  la historia de nuestra vocación: cómo nos pusimos en camino cuando alguien nos habló de Jesús, cómo han ido surgiendo en nosotros preguntas y búsquedas, cómo en medio de ellas, Jesús nos ha salido y nos sigue saliendo al encuentro, invitándonos personalmente a estar con Él, a compartir su vida y a descubrir su proyecto.

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