Por Francesc Tous, militante de Acit Joven. El pasado jueves todos
recibimos con alegría una noticia que, no por menos anunciada, era menos
deseada. El final del terrorismo de ETA es una de esas noticias esperadas
durante décadas y décadas. En el caso de mi generación se podría decir que durante
toda una vida, puesto que nunca habíamos vivido en una España en la que ETA no
existiera. Los que fuimos niños a finales de los 80 y principios de los 90
conservamos muchos recuerdos de infancia relacionados con los crímenes de ETA.
El 19 de junio de 1987 yo era aún demasiado pequeño para ser consciente de lo
que había sucedido en el Hipercor de avenida Meridiana, pero sobre todo a
través del relato de mis abuelos, que ese día tuvieron que aparcar el coche en
la avenida Diagonal, totalmente colapsada a causa de los controles policiales,
ponernos a mi hermana y a mí en el cochecito, e ir a pie hasta San Justo, me he
podido imaginar muchas veces el clima que se debió respirar ese día en
Barcelona. Ese atroz atentado ha dejado una marca indeleble en la ciudad, especialmente
en los habitantes de la zona, algunos de los cuales han sido alumnos del
colegio Arrels de la IT, que está a dos pasos del Hipercor. Uno de ellos, Toni
Castro, que también debe haber tenido que reconstruir su recuerdo a partir de
los relatos de sus familiares, poco después de conocer la noticia hizo una foto
del Hipercor y la colgó en el muro de su facebook para homenajear a las
víctimas que perecieron ese día.
El recuerdo de las
víctimas y la pena que producen tantos años de violencia absurda y delirante
han sido los dos sentimientos mayoritarios que han acompañado a la alegría
provocada por el comunicado de ETA, y más aún después de constatar que, pese a
la renuncia al uso de la fuerza, la banda armada continúa encerrada en su
propia burbuja ideológica en la que son ellos las únicas víctimas del
conflicto. Aún así, mucho más importante que lo que puedan pensar y decir los
últimos cabecillas del terror, es caer en la cuenta que el nuevo y esperanzador
escenario que se abre a partir de ahora en Euskadi es fruto de un largo proceso
en el que han participado amplios sectores de la sociedad vasca, también de la
española y ciertas instancias internacionales. El éxito es compartido, y creo
que ahora más que nunca es muy importante evitar ciertas interpretaciones
excluyentes: el final de ETA ni es sólo patrimonio de la lucha policial y
judicial contra la banda, que hay que reconocer que ha sido efectiva y que ha
acorralado a los terroristas y a sus defensores, ni ha sido debido únicamente a
la participación de los mediadores internacionales, ni tampoco es obra
exclusiva del giro radical y del cambio de estrategia que ha protagonizado la
izquierda abertzale en los últimos meses, el cual ya hacía tiempo que se venía
cuajando. Cada cual puede poner el énfasis donde considere adecuado, pero sin
estos y otros factores el fin de la violencia quizá no habría llegado.
En un documental realizado
por Gorka Espiau y producido por Televisió de Catalunya, Pierre Hazan,
especialista en procesos de reconciliación, decía que después de largos
períodos de violencia o de confrontación, es necesario construir, poco a poco,
un relato común “que ayude a llenar el hueco creado entre grupos opuestos”.
Para llevar a término este objetivo, parece absolutamente imprescindible no
sólo tener una voluntad genérica de dialogar, sino también ser capaz de
reconocer el dolor causado al otro e, incluso más importante, tomar en cuenta a
los adversarios y reconocerlos como iguales en el proceso de (re)construcción
de la paz. Es evidente que a la izquierda abertzale le queda aún mucho camino
por recorrer en este sentido, pero sería injusto no valorar los pasos que ya ha
dado y los incipientes señales que indican que poco a poco se va haciendo cargo
del daño físico, moral y emocional que ETA ha causado a la sociedad vasca. En
el otro lado del tablero, el fin del terrorismo tendría que conllevar un cambio
de actitud de los sectores más antinacionalistas, tanto vascos como españoles, para
con la izquierda abertzale y el espacio político que ella ocupa, sin el cual la
política vasca anda absolutamente coja. Si la Batasuna post-ETA continua
profundizando su compromiso real con la democracia y con la paz, no hay razón
para excluirla del debate político y del juego democrático. La construcción de un
relato común y consensuado no tiene por qué implicar la aceptación de las
estructuras estatales vigentes.
En todo caso, hay
muchas señales esperanzadoras: hoy mismo he leído unas declaraciones de Txelui
Moreno, portavoz de la izquierda abertzale, en que valoraba muy positivamente
la actitud mostrada por Mariano Rajoy después del comunicado de ETA, el cual
ciertamente ha actuado de una manera mucho más responsable y moderada que la
mayoría de sus compañeros de filas. Hace tiempo que se llevan a cabo programas
de reconciliación entre víctimas y victimarios, con resultados muy
interesantes. Y podríamos añadir otros ejemplos que auguran a Euskadi un futuro
alejado de la violencia y la extorsión.
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