viernes, 27 de mayo de 2011

¿Dónde estás?


"En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: “Si me amáis, guardaréis mis mandamientos. Y yo le pediré al Padre que os dé otro Paráclito, que esté siempre con vosotros, el Espíritu de la verdad. El mundo no puede recibirlo, porque no lo ve ni lo conoce; vosotros, en cambio, lo conocéis, porque mora con vosotros y está en vosotros. No os dejaré huérfanos, volveré a vosotros. Dentro de poco el mundo no me verá, pero vosotros me veréis y viviréis, porque yo sigo viviendo. Entonces sabréis que yo estoy en mi Padre, y vosotros en mí y yo en vosotros. El que acepta mis mandamientos y los guarda, ese me ama; y el que me ama será amado por mi Padre, y yo también lo amaré y me manifestaré a él”. (Jn 14, 15-21)

Por Redacción AJ. Continuamos la lectura iniciada el domingo pasado. Estamos en el diálogo de Jesús con los discípulos que el evangelista Juan sitúa en el contexto de la Última Cena. Contexto de despedida y confidencias; contexto marcado por el amor fraterno y por la promesa: “no os dejaré huérfanos, volveré”.


Este texto es el primero de los cinco anuncios del Espíritu Santo que encontramos en el cuarto evangelio, y nos presenta al Espíritu “de verdad” de forma personificada, como el “Paráclito”. Un término extraño fuera del pensamiento judío, que en boca de Jesús se entiende como el que acompaña, asiste, ayuda, sostiene, aboga, procura, aconseja e intercede, el que anima e ilumina el camino interno de la fe. El Paráclito ocupa el puesto de Jesús, para que los fieles no se sientan desamparados y puedan contar siempre con su presencia y la fuerza de su palabra. La Iglesia no está sola, los cristianos no estamos solos (“huérfanos”), pues el Espíritu de verdad está en medio de nosotros como un impulso vivificador.


Jesús se dirige a sus discípulos (entiéndase la Iglesia en el evangelio de Juan). Jesús, por tanto, nos habla a la Iglesia, nos habla a nosotros. Y nos dice que el auténtico discípulo es el que ama a Cristo y cumple sus mandamientos (v.15 y v.21). En la tradición bíblica amar a Dios y guardar sus mandamientos son una sola cosa. . Ese cumplimiento es la prueba de la libertad del creyente. Y de su amor. Dios ha tenido la iniciativa de amar primero. Guardar los mandamientos es la manera concreta que tenemos de amar al Dios que, sin condiciones, siempre nos ama. El amor no consiste sólo en palabras. No basta con aceptar en teoría los mandamientos. Es preciso ponerlos por obra. Pues esos que le aman son los que tiene capacidad de recibir el don del Espíritu.


Después de su ida al Padre (muerte), Jesús volverá (resurrección) y los discípulos podrán verlo porque él seguirá vivo. Entre los discípulos –nosotros- y el Resucitado se estrecha un vínculo tan fuerte e íntimo que durará para siempre, es ese estar en del v.20: “yo estoy en mi Padre, y vosotros en mí y yo en vosotros”. La consecuencia de esta profunda unión es que podemos ver a Cristo, experimentar su amor y ser testigos de la buena noticia de la salvación.

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