viernes, 8 de abril de 2011

Es tiempo de salir afuera


Las hermanas le mandaron recado a Jesús diciendo: “Señor, al que tu amas está enfermo”. Jesús al oírlo dijo: “Esta enfermedad no es para la muerte, sino que servirá para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella”. Jesús amaba a Marta, a su hermana y a Lázaro. Cuando se enteró de que estaba enfermo se quedó todavía dos días donde estaba. Solo entonces dijo a sus discípulos: “Vamos otra vez a Judea”. […] Cuando Jesús llegó, Lázaro llevaba ya cuatro días enterrado. […]


Cuando Marta se enteró de que llegaba Jesús, salió a su encuentro, mientras María se quedó en casa. Y dijo Marta a Jesús: “Señor, si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano. Pero aún ahora sé que todo lo que pidas a Dios, Dios te lo concederá”. Jesús le dijo: “Tu hermano resucitará”. Marta respondió: “Sé que resucitará en la resurrección en el último día”. Jesús le dijo: “Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees esto?” Ella le contestó: “Sí, Señor: yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo”.


[…] y preguntó: ¿Dónde lo habéis enterrado?”. Le contestaron: “Señor, ven a verlo”.


Jesús se echó a llorar. Los judíos comentaban: “¡Cómo lo quería!”. Pero algunos dijeron: “Y uno que ha abierto los ojos a un ciego, ¿no podía haber impedido que este muriera?”. Jesús, conmovido de nuevo en su interior, llegó a la timba. Era una cavidad cubierta con una losa. Dijo Jesús: “Quitad la losa”. “Señor, ya huele mal porque lleva cuatro días”. Jesús le replicó: “¿No te he dicho que si crees verás la gloria de Dios?”.


Entonces quitaron la losa. Jesús, levantando los ojos a lo alto, dijo: “Padre, te doy gracias porque me has escuchado; yo sé que tú me escuchas siempre; pero lo digo por la gente que me rodea, par que crean que tú me has enviado”. Y dicho esto, gritó con voz potente: “Lázaro, sal afuera”. El muerto salió, los pies y las manos atados con vendas, y la cara envuelta en un sudario. Jesús les dijo: “Desatadlo y dejadlo andar”.


Y muchos judíos que habían venido a casa de María, al ver lo que había hecho Jesús, creyeron en el. Jn 11, 3-45


Por Redacción AJ. Estamos en la recta final de la Cuaresma En este tiempo de preparación para la Pascua hemos tenido la oportunidad de tocar nuestra limitación, de nombrar los lazos que nos atan acompañando a Jesús en el desierto; y de contemplarlo en el Tabor; hemos podido calmar nuestra sed bebiendo del agua que nos ofrecía cuando acompañábamos a la Samaritana; y superar las cegueras que nos paralizan acogiéndolo como luz del mundo. En el evangelio de este domingo 5º que nos anticipa el misterio pascual, Jesús nos ofrece, como a Lázaro, vida en abundancia y la oportunidad de dejarnos desatar de toda atadura que nos impida salir afuera.


Los capítulos 11 y 12 del Evangelio de Juan son el pórtico a la segunda parte de su obra (caps 13-20) en los que narra la Última Cena, la Pasión y la Resurrección. Es el momento de pereparnos para acoger la Vida que Dios nos aporta y celebrar la Pascua con toda su plenitud.


En este texto tocamos la humanidad de Jesús. Es el amigo de Lázaro y de Marta y María sus hermanas, Juan lo va a repetir en diferentes momentos de la narración. Es el hombre libre que decide volver a Judea a sabiendas de que los judíos ya habían intentado apedrearle. Ante el sepulcro llora la muerte del amigo. Y tocamos su ser Hijo. Tiene el poder de volver a la vida a Lázaro. En el diálogo con Marta revela claramente su identidad de Hijo de Dios: “Yo soy la resurrección y la vida”, “El que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá”, “Todo el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre”.


Es muy interesante la conversación entre Jesús y Marta. El amigo se da a conocer como Señor y Mesías, y Marta lo reconoce como el Hijo de Dios, y así lo expresa (v.27). Ella no ha necesitado ver ningún signo, ha escuchado, ha dialogado con él y ha creído. Concluye el texto que muchos judíos que había acudido a consolar a María, cuando vieron lo que había hecho Jesús, creyeron en él. Creyeron porque vieron.


Mirando a la Pascua desde este pórtico me brotan preguntas que comparto: ¿Se notará que hemos dejado que el Resucitado nos comunique su energía, su novedad, su libertad, su vida? ¿O continuaremos igual de inmóviles, conformistas, instalados? ¿Hemos llegado a descubrir la fuente donde saciar nuestra sed? ¿Dejamos iluminar nuestra ceguera por quien es la Luz? Si estamos bajo la losa, como Lázaro, ¿estamos en disposición de escuchar la fuerte voz del Señor: “sal afuera”?