viernes, 8 de enero de 2010

La radicalidad del bautismo

En un bautismo general, Jesús también se bautizó. Y, mientras oraba, se abrió el cielo, bajó el Espíritu Santo sobre él en forma de paloma, y vino un voz del cielo: - “Tú eres mi Hijo, el amado, el predilecto.” (Lc 3, 21)
Por Redacción AJ. De este párrafo de la lectura del evangelio del próximo domingo, podríamos fijarnos en dos aspectos:
1) En Lucas podemos leer que Juan iba "predicando un bautismo de arrepentimiento para el perdón de los pecados". Jesús se bautizó en un bautismo general, de los que hacía Juan. Nos lo podemos imaginar perfectamente haciendo cola, como cualquiera, sin distinguirse ni pedir una cita aparte. No hubo en Él engaño ni disimulo. Buscaba un camino, su camino, como tantos otros de su tiempo y del nuestro... Para los que hemos leído a Pedro Poveda, nos recuerda el texto en que pide que los miembros de la Intitución Teresiana debemos ser "comunes en lo exterior y singulares en lo interior". ¿En qué filas nos colocamos? ¿Cómo lo hacemos, con qué actitud? ¿De quienes nos rodeamos? ¿En qué pretendemos "parecernos" a otros y en qué distinguirnos? ¿Tenemos conciencia de necesitar pedir perdón, de reconciliarnos, de hacer un gesto? ¿Cómo es nuestra vida interior?
2) Mientras oraba en ese proceso, tuvo la experiencia de ser llamado Hijo, amado, predilecto... Fue una experiencia de fe que le trastocó la vida. De allí se fue al desierto a rezar, a discernir, y comenzó un recorrido, una vocación, en la que se repetiría una constante hasta su muerte: "Dios es Padre, Dios es amor. Somos criaturas suyas creadas por amor".


Todos los que compartimos la llamada a la radicalidad que nace del bautismo
estamos llamados a entender (conocimiento interno de las cosas) qué significa ser Hijo (y hermano/a), ser amado/a (con capacidad de amar), ser su predilecto (y lo que esto conlleva).
Lo que supone este ser "mi predilecto" se entiende leyendo la primera lectura del domingo, del libro de Isaías:
«Mirad a mi siervo, a quien sostengo; mi elegido, a quien prefiero. Sobre él he puesto mi espíritu, para que traiga el derecho a las naciones. No gritará, no clamará, no voceará por las calles. La caña cascada no la quebrará, el pábilo vacilante no lo apagará. Promoverá fielmente el derecho, no vacilará ni se quebrará, hasta implantar el derecho en la tierra, y sus leyes que esperan las islas. Yo, el Señor, te he llamado con justicia, te he cogido de la mano, te he formado, y te he hecho alianza de un pueblo, luz de las naciones. Para que abras los ojos de los ciegos, saques a los cautivos de la prisión, y de la mazmorra a los que habitan las tinieblas.» (Is 42)
No hemos recibido una fe que facilite la vida, y nos haga las cosas más cómodas... Hemos recibido una fe que nos lleva a los hermanos y hermanas que sufren, que nos moviliza en la búsqueda de la justicia y la liberación de los oprimidos, que nos compromete como co-creadores/as.

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