jueves, 29 de noviembre de 2012

Ejercitar el deseo de Dios


“En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: Habrá signos en el sol, la luna y las estrellas, y en la tierra angustia en las gentes, enloquecidas por el estruendo del mar y el oleaje. Los hombres quedaran sin aliento por el miedo, ante lo que se le viene encima al mundo, pues las potencias del cielo temblarán. Entonces verán al Hijo del hombre venir en una nube, con gran poder y gloria. Cuando empiece a suceder esto, levantaos, alzad la cabeza; se acerca vuestra liberación. Tened cuidado: no se os embote la mente con el vicio, la bebida y la preocupación del dinero, y se os eche encima de repente aquel día. Porque caerá como un lazo sobre todos los habitantes. Estad siempre despiertos, pidiendo fuerza para escapar de lo que está por venir, y manteneos en pie ante el Hijo del hombre.” (Lc 21, 25-28. 34-36)

Por Redacción AJ. El texto del Evangelio de Lucas que la Iglesia propone para este primer domingo de Adviento con el que se inicia el año litúrgico, puede resultar extraño. Extraño e incluso ajeno a nuestros intereses y preocupaciones diarias. Si lo leemos detenidamente en un esfuerzo por comprenderlo mejor, es probable además que nos surjan preguntas como éstas:
¿A qué viene tanta espectacularidad? ¿Por qué estos signos tan extraordinarios?
¿Cómo conectar esta descripción de tonos catastrofistas y amenazadores con la sencillez de la venida de Dios que celebramos en navidad y a la que nos prepara el Adviento?
Detrás de estas palabras puestas por Lucas en boca de Jesús, y que recogen también los Evangelios de Marcos y Mateo, late una pregunta. Una inquietud que acompañará permanentemente al pueblo de Israel, que acompañó a la iglesia de los primeros siglos y que,  en el fondo, acompaña a cada creyente. Es la pregunta por el cumplimiento de la Promesa. ¿Vendrá el Salvador?, ¿realmente vendrá el anunciado por los profetas?, ¿cuándo?, ¿lo reconoceremos? No son preguntas que broten de la curiosidad, la extravagancia o la superficialidad, sino que toca lo medular de la experiencia creyente: ¿Hay algo en lo que creer, algo que aún está por venir, algo por lo que merezca la pena esperar? O lo que es lo mismo: ¿Habrá Alguien capaz de traer la liberación al mundo?
Pregunta que cobra fuerza en los discípulos a medida que Jesús va revelando con su modo de vivir, con sus palabras y sus gestos el Proyecto de Dios, su Padre. A medida que aparecen  signos de acogida por parte de la gente sencilla, los pobres, los enfermos, los pecadores, las mujeres… y signos de rechazo por parte de los sabios y poderosos de su tiempo. A medida que él mismo y los suyos empiezan a intuir que la cosa puede acabar mal y que, como muchos profetas, Jesús puede ser aniquilado. En ese contexto y ante esa situación que provoca miedo, tristeza, inseguridad y angustia a los discípulos, Jesús aborda el tema de la segunda venida y fortalece a sus discípulos en la certeza de que Dios no abandona nunca a su pueblo.
El texto de Lucas que estamos tratando de acercar a nuestras vidas, que aparece inmediatamente antes del relato de la Pasión, se centra -como hemos dicho- en la segunda venida del Señor a la tierra. No es una realidad irrelevante. Afirmamos en el Credo que “ha de venir a juzgar a vivos y muertos”. Pero hemos de reconocer que estamos ante un tema que nos queda lejos. Se nos hace más viva y dinamizadora la venida acontecida en Jesús, el Verbo encarnado. Sin embargo, una y otra venidas nos hablan del Dios que vino y que vendrá. Y nos hablan, sobre todo, del Dios  que VIENE, que no cesa de venir, que ininterrumpidamente viene al mundo y a nuestras vidas. Es el Dios siempre presente. Es ahí, en nuestro PRESENTE, en el de la historia y en el nuestro personal, donde nos toca reconocerlo y descubrir las señales, muchas veces desconcertantes, de su presencia. A esto nos invita el Evangelio de este domingo.
Y esto ¿cómo?, seguimos preguntándonos. Juan Martín Velasco dice que “Es indispensable ejercitar el deseo de Dios porque lo que no se desea no se espera y lo que no se espera no es reconocido cuando aparece” (Orar para vivir, PPC). Avivar el deseo de que venga el Señor, ahí está la clave. Avivar este deseo se hace plegaria en el Adviento: ¡VEN, SEÑOR JESÚS!  ¡MARANA-THA!
Desear que venga el Señor a nuestra tierra y ejercitarnos en ello será a la vez condición para reconocerlo. En el texto del Evangelio con que iniciamos el Adviento, Jesús nos señala tres acciones para ello.
1.     LEVANTARNOS
Nuestro tiempo pide de los que deseamos que el Señor venga: levantarnos, movernos, ponernos en pie, salir de nuestra comodidad, de nuestras seguridades y nuestras certezas para estar cerca de los que están tirados en las cunetas, de los “caídos” del sistema, de los abandonados, los tristes, de los que no ven salida, de los han perdido la esperanza… Estar junto a ellos compasivos y solidarios, como Él, se convierte en señal de su presencia.  

2.     ESTAR DESPIERTOS
Nuestro tiempo pide de los que deseamos que el Señor venga: estar despiertos ante la realidad dura y compleja que nos rodea. “Con la mente y el corazón en el momento presente” como decía San Pedro Poveda. Despiertos y vigilantes durante el día y también durante la noche, atentos hasta percibir lo que tal vez otros no alcancen a ver, siendo libres para mostrarlo y hablar de ello, con humildad y sencillez… Este modo de mirar, como Él, se convierte en señal de su presencia.

3.     MANTENERNOS FIRMES
Nuestro tiempo pide de los que deseamos que venga el Señor permanecer frente a Él, no huyendo de su lado. “Con los ojos fijos en el Señor” mirándolo cara a cara,  seguros de que de ahí nos llegará luz y fuerza para emprender el camino. Este modo de orar, como Él, se convierte en señal de su presencia.
Intentar vivir este adviento desde estas actitudes, acompañarnos a vivirlas, compartir y contrastarnos sobre cómo las estamos viviendo, nos ayudará a ver que se acerca nuestra liberación y a alegrarnos por ello.

lunes, 26 de noviembre de 2012

¿Quién tiene la culpa de que haya perdido el autobús?

Por Pablo Sánchez, militante de AJ. Hay días en los que la vida se presenta ante nosotros de una manera muy reveladora. Hay días en los que no uno no puede menos que preguntarse si Dios no querrá denunciar algo poniéndolo delante de nuestros ojos. Hay días en los que tenemos que quitarnos los auriculares y las gafas de sol, que nos aíslan del mundo, y observar lo que sucede a nuestro alrededor.

Hace un tiempo, estaba esperando el autobús para ir a la estación de autobuses. Había esperado más de media hora a que llegara alguno que no pasara de largo debido al alto número de pasajeros que transportaba y faltaban apenas cuarenta minutos para que saliera el autobús que habría de llevarme a Linares. No podía perderlo, porque eso significaría esperar dos horas en dos estaciones diferentes y aquello era más de lo que mi cuerpo podía soportar a las dos de la tarde de un viernes. Así que cuando paró el primer 33 que podía admitir pasajeros no lo dudé y me colé como pude dentro. Mi maleta y mis pies recibieron pisotones y hubiera caído al suelo a falta de un sitio donde agarrarme de no ser por la masa de cuerpos que me rodeaban y hacían imposible el menor movimiento.

Llegamos a una de las paradas principales del trayecto. El conductor abrió la puerta trasera (contra la cual yo estaba aplastado) para que pudiera salir un pasajero, pero no la delantera, para que no pudieran entrar más personas.  En ese momento, antes de que se cerrara la puerta, dos mujeres bajitas, morenas y de pelo rizado subieron al autobús por esa puerta, pese a estar prohibido. Ambas enarbolaban su bonobús, como diciendo "miren ustedes, no nos estamos colando". Digo como diciendo porque en realidad no oía ni veía gran cosa, aislado como estaba con mis auriculares y mis gafas de sol. Entonces empecé a ver movimiento. Me quité las gafas para ver mejor al conductor, que había salido al pasillo y parecía gritar gesticulando mucho hacia donde las señoras y yo nos encontrábamos. Ahí me quité los auriculares y efectivamente pude comprobar que gritaba.

- ¡Señoras, hagan el favor de bajarse, por ahí no se puede subir!

Las señoras, por su parte, gritaban también, una más que la otra.

- ¡Tenemos el bonobús! ¡Tenemos el bonobús!

- ¡Que me da igual, señora, bájense!

El resto de pasajeros iba poco a poco reparando en la escena que se desarrollaba, levantaban la vista de sus libros, dejaban de conversar entre ellos y, como yo, se quitaban los auriculares.

- ¡Que no nos bajamos! ¡Llevamos más de una hora esperando un autobús y todos pasan de largo! ¡Yo tengo a dos niños en casa y tengo que hacerles la comida!

Ahí pude comprobar el acento de la mujer, y dada su apariencia, supuse que vendrían de algún país del norte de África.

- ¡Eso me da igual señora, no pueden subir y punto! ¡Bájense!

Los pasajeros empezaron a impacientarse. Hacía calor, apenas podíamos movernos y muchos llegábamos tarde a algún compromiso. Varias personas empezaron también a alzar la voz.

- ¡Señora, váyase ya! ¿No ve que no cabe? ¡Bájese de una vez!

 - ¡Se entra por la puerta de delante! ¡Está parando el tráfico!

Los ánimos se caldeaban. Las señoras seguían allí, el autobús seguía parado, con la puerta abierta, y ya empezaban a pitar los coches que teníamos detrás. El conductor gritaba:

- ¡Bueno, pues bájense y les abro por delante, pero por ahí no se puede subir!

Una de las señoras bajó. La otra, la más enérgica, siguió en su sitio.

- ¡Yo no me muevo de aquí, seguro que me bajo y se va!

En ese momento todos los pasajeros prestaban atención a lo que sucedía y la mitad de ellos increpaban a las mujeres. Entonces, un hombre gritó:

- ¡Vete a tu país!

Varios pasajeros mostraron su aprobación. No puedo ni explicarles lo mucho que me dolió aquel comentario. Por estar fuera de lugar, por absurdo, y por ese tufillo a odio que demostraba. La señora exclamó asombrada:

- ¡Pero si yo soy de Melilla!

El conductor seguía berreando por su parte, y el resto de pasajeros pedían a la mujer que subiera  al autobús por la puerta correcta. Tras un momento de vacilación, accedió, y subió por la puerta de delante. El hombre que la había invitado a volver a su país seguía con lo mismo, cuando un señor de mediana edad dijo:
 
- Cállese, eso no tiene nada que ver. Además, ya ha dicho que es de Melilla. Dejemos de decir tonterías y preguntémonos por qué ha pasado esto.

Y me puse a pensar. La empresa concesionaria del servicio de autobuses de Granada está sufriendo como cualquiera este período de crisis. Todos los miércoles de 7:00 a 9:00 hay servicios mínimos. La frecuencia el resto del día ha mermado desde hace unos años. Cada vez hay más personas que cogen el bus para evitar pagar gasolina. La población inmigrante es un sector que sufre más si cabe este tiempo. Puede que estos factores influyeran aquel día, pero creo que no son la causa principal. ¿Por qué estuve todo ese día con un nudo en el estómago? ¿Qué nos hace volvernos algo que no somos en ese tipo de situaciones? ¿Por qué la gente aprobaba al hombre que gritó aquello? ¿Hubiera sucedido la misma escena hace diez años? ¿Dónde hubiera estado Jesús en medio de todo aquello?

Y yo, al final, perdí el autobús.

jueves, 22 de noviembre de 2012

Cristo, el rey servidor


"En aquel tiempo, dijo Pilato a Jesús: «¿Eres tú el rey de los judíos?» Jesús le contestó: «¿Dices eso por tu cuenta o te lo han dicho otros de mí?» Pilato replicó: «¿Acaso soy yo judío? Tu gente y los sumos sacerdotes te han entregado a mí; ¿qué has hecho?» Jesús le contestó: «Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este mundo, mi guardia habría luchado para que no cayera en manos de los judíos. Pero mi reino no es de aquí.» Pilato le dijo: «Conque, ¿tú eres rey?» Jesús le contestó: «Tú lo dices: soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo; para ser testigo de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi voz.»" (Jn 18, 33b-37)
Por Redacción AJ. Este domingo se celebra la fiesta de Cristo Rey y para entender el sentido histórico de esta festividad viene bien conocer que fue promulgada en 1925 por el Papa XI en el ocaso de las monarquías absolutas en Europa. Con esta fiesta se pretendía afirmar la soberanía de Cristo y de su Iglesia frente al avance del ateísmo.


Ante el texto evangélico de Juan, que en este domingo compartimos los cristianos, estaría bien hacernos algunas preguntas que nos ayuden a esclarecer el sentido que puede tener en nuestro momento acercarnos a Jesús y su reinado:

1. ¿Cómo nos resuena hoy esta expresión de “Cristo Rey”?
2. ¿Cómo habría que entenderla a la luz del Evangelio?
3. ¿Qué nos supondría a los creyentes sentirnos implicados en la construcción de ese reinado?


1. ¿Cómo nos resuena hoy esta expresión de “Cristo Rey”?

En primer lugar, el término “Rey” no parece ajustado a Jesús de Nazaret ni a lo que él vivió y defendió. Tampoco es un símbolo atractivo, ni sugerente para nuestros contemporáneos. Es más, la figura del rey es en gran parte de nuestra cultura una figura más decorativa que efectiva, en las actuales monarquías parlamentarias. Por tanto no parece muy oportuno seguir hablando de Cristo Rey a no ser que, como diremos a continuación, seamos conscientes de que Jesús en todo caso sería un rey muy particular.

2. ¿Cómo habría que entender esta expresión de Cristo Rey a la luz del Evangelio?

Si hablamos de “Cristo Rey” en el conjunto de la vida de Jesús, podríamos decir, como mucho, que nos referimos un rey “muy extraño”. Sabemos que en su vida él rehusó ser proclamado rey y criticó el poder político y religioso de su tiempo. No es un rey al estilo de Pilatos, ni de ningún dirigente político. Su realeza procede del amor de Dios vivido en su corazón y hecho verdad en sus gestos de cada día. Él es rey servidor, eso supone proclamar un Reino donde todos se sientan reyes a su estilo, es decir,  que todos sus seguidores sepamos ser servidores de todos. Como dice José Enrique Galarreta, podemos incluso decir que es el “anti-rey”: ni poder, ni dinero, ni reconocimiento oficial, ni armas, ni acepción de personas. Los reyes de este mundo serán así pero Jesús no es un rey de este mundo. Sus armas son la capacidad de com-padecer, la dedicación a curar, decir la verdad hasta la muerte, preferir a los últimos, ponerse siempre a favor de las personas, ser “impuro” para poder ayudar. ¡Extrañas armas y extraño rey!
Y ya que hablamos del Rey tenemos que hablar del Reino. Jesús habló del Reino de Dios. También podríamos decir que el Reino de Dios es el “anti-reino”. Lo que domina en gran parte de nuestra sociedad es la necesidad obsesiva de consumir, de trepar, de competir. Lo que reina en ella es la desconfianza, la venganza y la injusticia, el menosprecio de los pobres, la explotación de la naturaleza… Y no es decir  que reinan porque todos sean así, sino porque eso es lo que domina, lo que se  impone, lo que aparece en los medios, lo que se propone como éxito. Jesús propone exactamente lo inverso: que domine, que se imponga, que se considere como éxito la solidaridad, el respeto, la justicia, la buena fe, la reconciliación, la atención preferente a los últimos, el amor.
El reinado de Dios revelado en Jesús, es un Reino del que nadie debe ser excluido, que ya está aquí, en medio de nosotros, dentro de nosotros. Dios se siembra desde dentro y hace vivir. Reina el amor. El reino de Dios no es un lugar sino una actitud, la que reveló Jesús: el servicio en vez del poder.
¿Reinará Dios alguna vez? Podemos tener la tentación de pensar que no. La violencia, la rapacidad y el consumo desenfrenado parecen más fuertes que la bondad, la generosidad, el perdón, la compasión… Pero Jesús creía en la fuerza de la semilla, en el poder de la levadura, en la fuerza imperante del Espíritu, del viento de Dios.

3. ¿Qué nos supondría a los creyentes sentirnos implicados en la construcción de ese reinado?

En el contexto en el que Jesús contesta a Pilatos: “Tú lo dices soy Rey, para eso he venido para ser testigo de la verdad”. Vemos cómo Jesús claramente vincula su reinado con testificar la Verdad.
Ser testigos de la verdad no es serlo de una verdad abstracta ni dogmática, sino de la verdad de nosotros mismos y la verdad del seguimiento de Jesús construyendo su Reino..
Ser testigo de la verdad de nosotros mismos incluye el reconocimiento de la propia verdad, tanto a nivel psicológico como espiritual. No puede estar en la verdad quien no se acepta con toda su verdad, con sus luces y sombras. Cuando alguien se acepta a sí mismo empieza ya a caminar en verdad. Ser de verdad uno mismo, no nuestras falsas imágenes, usando una expresión de Pedro Poveda conocida por nosotros: “Tú has de ser siempre tú mismo”. Esto es lo que vivió Jesús. Porque llegó a vivir profundamente la verdad de su ser pudo decir: “Yo Soy la Verdad”.
Ser testigo de la verdad del seguimiento de Jesús construyendo su Reino es trabajar para hacer de este mundo un reinado en el que los últimos del mundo sean los primeros; un reinado sin tronos, ni poder, ni ejércitos, ni palacios… sino un reinado de sencillez, servicio, perdón, solidaridad… Un reinado de samaritanos que cuidan heridos; un reinado donde se proclamen con la vida las bienaventuranzas evangélicas… En definitiva es hacer verdad que su señorío es de amor incondicional, de compromiso con los pobres, de libertad y justicia, de solidaridad y misericordia.

Finalmente en este día en el que escuchamos a Jesús decir que ha venido a dar testimonio de la verdad, ¿no necesitaríamos hacer personal y comunitariamente un examen de la verdad de nuestro seguimiento de Jesús? 
¿Cómo mostramos este seguimiento en nuestro compromiso por construir aquí el Reino?
¿No sería un buen momento para verificar la verdad y libertad de nuestra persona discerniendo quién reina en mí?
¿Qué puede arrebatarnos la libertad y el señorío de nuestras vidas?

lunes, 19 de noviembre de 2012

I Congreso Nacional de Pastoral Juvenil . Valencia 2012

Por Javier Garrido, militante de AJ. El pasado puente de todos los Santos nos reunimos en Valencia unos dos mil jóvenes en el que fue el “I Congreso Nacional de Pastoral  Juvenil”, el famoso #cnpj2012 en Twitter. Aunque yo participé con la delegación de la familia salesiana, Elo [Coordinadora Nacional de AJ] y yo no tardamos más de medio día en ponernos en contacto para vivir juntos el Congreso como ACIT Joven. Así, intentaré contaros en estas líneas mi experiencia del Congreso, y cómo ACIT Joven se hizo presente en Valencia.

Todos seguimos teniendo aún muy reciente la última Asamblea vivida en Los Negrales, y yo iba con todo lo vivido hacia Valencia, con todas las cosas que se hablaron, las líneas de acción que surgieron, y todas las palabras que el Espíritu y Poveda nos dijeron aquel puente. Y grande fue mi sorpresa al ver que esas mismas palabras volvían a resonar en un congreso en el que estaban representados todas las diócesis, grupos, movimientos y congregaciones de nuestro país. Salieron las palabras compromiso, discernimiento, acompañamiento, oración, el sentimiento de Iglesia…

La verdad es que no sé muy bien cómo enfocar lo que os quiero contar, así que mejor, voy a pasar a contaros tres experiencias que viví en el congreso:

La primera fue la misma noche de llegar a Valencia, después del acto de apertura. Dicho acto tuvo lugar en la plaza de la Virgen y luego en la Catedral, donde el Arzobispo de Valencia, Mons. Osoro, nos dio a todos la bienvenida. Pues bien, después de todo el acto, tuvo lugar en la plaza un concierto de Cadena 100, donde participaron diversos grupos como Melocos, Conchita, y alguno que otro más. Mientras estaba con la gente con la que fui al congreso, unos jóvenes, que no participaban en el congreso, y apostaría a que iban a salir aquella noche, se nos acercaron a preguntarnos que qué era aquello, a qué se debía. Uno de los sacerdotes que iba con nosotros le contestó que era un congreso de Pastoral Juvenil. Como no entendieron de qué iba, preguntaron que qué era eso. Y el sacerdote (que iba sin cleriman) les contesto que era un congreso de la Iglesia Católica. Ojalá pudiera describir la cara de aquel chaval, la cara de asombro, e incluso de desconcierto.

A la mañana siguiente tuvimos la primera de las charlas, la de Mons. Osoro, titulada “Para ti la vida es Cristo. El primer anuncio”, donde nos habló de la nueva evangelización, y sobre todo, del primer anuncio. Y dijo una frase que me alegró mucho escuchar, y que quiero compartirla con vosotros, que venía a decir algo así: “Hay que cambiar el chip de que estamos en una sociedad cristianizada en lo que hay que hacer es dar catequesis para reforzar la fe. Vivimos en una sociedad en la que lo que necesita es cristianos formados, capaces de realizar ese primer anuncio”. Lleva toda la razón del mundo, y también dijo que el mejor y principal método de ese primer anuncio y de esa nueva evangelización somos nosotros, los jóvenes. Nosotros con nuestra vida y con nuestro testimonio es como mejor podemos anunciar a Cristo a aquellos que no lo conocen, o se han alejado de Él.

La última noche, al contrario que la primera, tuvimos una gran vigilia de oración en la Catedral, mientras otros estaban por las calles de Valencia en mitad de la noche hablando de Cristo. Sí, como lo leéis, un grupo de jóvenes hizo de Centinela saliendo a anunciar a Cristo por las calles, al primero que se cruzaran, sin saber nada de ellos. La sensación de estar orando ante el Santísimo, en una preciosa vigilia, mientras otros jóvenes estaban en la calle fue impresionante. Hacía tiempo que no vivía un momento tan fuerte de oración.

Pasado ya el congreso, y viendo las cosas que os narro, las que quizás más me marcaron, me doy cuenta de lo polifacética que es la vida que hemos elegido vivir. Lo mismo estamos una noche de fiesta, que a la mañana siguiente nos vamos a una charla, una ponencia, al grupo, y al día siguiente tenemos una vigilia, o vamos a nuestra parroquia a la misa de 12. Pero todos esos momentos, tienen un gran denominador común: CRISTO. Si tenemos a Cristo presente en TODOS los momentos de nuestra vida, entonces seremos capaces de evangelizar, de realizar ese primer anuncio a tantas personas que hoy en día lo necesitan.

Hermanos, sintámonos afortunados de haber descubierto a ese Padre y Amigo que es Dios, formémonos, dejémonos acompañar, averigüemos cuál es el camino que Él quiere en nuestra vida, oremos, hablemos con Él, pero sin nunca olvidar la misión de la Iglesia a la que pertenecemos: “Vosotros también seréis mis testigos. Id y anunciad el evangelio al mundo entero”.

jueves, 15 de noviembre de 2012

Dios no fracasa nunca

Por Redacción AJ. Cuando se acerca el fin del año litúrgico, antes del Adviento que nos prepara a la Navidad, la Iglesia nos propone a los cristianos esta Palabra de Dios de la que nos puede resultar un poco difícil sacar luz para nuestra vida: 
“Serán tiempos difíciles como no los ha habido desde que hubo naciones hasta ahora” “Entonces se salvará tu pueblo […] los que enseñaron a muchos la justicia brillarán como las estrellas por toda la eternidad”. Y a la luz de Dios, aquello que no era para el bien quedará patente “para ignominia perpetua”. (Daniel 12)
“Después de esa gran angustia[1] – oiréis hablar de guerras, vendrán usurpando mi nombre y engañarán a muchos, habrá terremotos, hambre: esto será el comienzo de los dolores del alumbramiento, vosotros compareceréis ante gobernadores por mi causa, pero no os preocupéis de lo que vais a hablar- el sol se hará tinieblas, la luna ya no dará su resplandor, las estrellas caerán. Entonces verán venir al Hijo del Hombre” “Cuando veáis vosotros suceder esto, sabed que El está cerca, a la puerta” ”Mis palabras no pasarán aunque el día y la hora nadie lo sabe, sólo el Padre”. (Marcos 13)
Cuando Marcos escribe el Evangelio de hoy, la comunidad ya ha vivido acontecimientos tan dramáticos y desconcertantes como la guerra judía, la destrucción del templo de Jerusalén, posiblemente la primera persecución de los cristianos en Roma... Es un tiempo de derrumbamiento y desastre, parece que acerca “el fin”. ¿Es un sin sentido?, ¿es un fracaso?, ¿y después? El mundo no es eterno. Esta vida terminará. ¿Qué va a ser de nuestras luchas y trabajos, de nuestros esfuerzos y aspiraciones.

Pero, al mismo tiempo, la narración expresa que todo será renovado, y será renovado en un modo de presencia singular, en la llegada del Hijo del hombre, que nos conoce bien, que vivió la realidad nuestra, también la muerte. Y que resucitó, que triunfó. 

En medio de esa noche se podrá ver al "Hijo del Hombre", es decir, a Cristo resucitado que vendrá "con gran poder y gloria". Su luz salvadora lo iluminará todo. Él será el centro de un mundo nuevo, el principio de una humanidad renovada para siempre. Porque Dios tiene un proyecto que Jesucristo nos ha dado a conocer. Este proyecto se realizará en la historia de cada uno y de la humanidad: el Reino. 

Jesús no promete a aquella comunidad perseguida que se le tenga que resolver el conflicto, la tortura o la muerte. Lo que anuncia es que los miembros de la comunidad serán testigos de que la última palabra siempre es de Dios, como lo fue la primera.

Las catástrofes y persecuciones no presagian la victoria del mal. Jesús nos invita a aprovechar esa oportunidad para convertirnos y pasar del miedo —experiencia humana natural— a la confianza de que el Espíritu actúa. Más allá de lo que pueda ocurrir en la superficie de la historia –la historia de la humanidad o la personal— hay una Realidad estable que nos sostiene y que podemos experimentar como “roca firme” en la que hacer pie, de un modo directo y evidente. 

Pero esta experiencia no se da en una mirada superficial a los acontecimientos. Pide, junto a la confianza, la vigilancia, la reflexión personal y compartida, hecha de oración y estudio, porque nos jugamos mucho en ella. Y pide compromiso. 

Se trata de descubrir en el fondo de cada persona y de cada acontecimiento que el Reino está presente y crece. Esta Palabra de Dios no es solamente para la última venida, y la experiencia personal o comunitaria de la venida del Señor ocurre a menudo en momentos difíciles y dramáticos. Dramática ha sido la vivencia reciente en Madrid Arena para muchos jóvenes, en los últimos terremotos, inundaciones, en la falta de trabajo. En los mismos días en que en el Madrid Arena jóvenes veían cerca la muerte, en el Congreso de Pastoral el Cardenal Rylko que tiene para toda la Iglesia la responsabilidad de orientar a los jóvenes en su vocación y misión, decía: Tenemos la certeza de que Dios no fracasa, de todo saca nuevas oportunidades, siempre encuentra modos nuevos. 

¿Podríamos titular la liturgia de este domingo: “¿Tenemos la certeza de que Dios no fracasa?”? ¿Qué medios tenemos a nuestro alcance para mirar nuestra historia con los ojos de Jesús y comprometernos con ella?
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[1] El texto entre guiones está tomado de versículos anteriores del mismo capítulo 13

lunes, 12 de noviembre de 2012

Ecos de la XI Asamblea Nacional Acit Joven: misión que suena a reto

Por Berta Molina Farrugia, militante de AJ. Los mejores momentos de la vida suceden cuando no esperas nada. Los mejores regalos, los inesperados. Esto fue lo que me ocurrió a mí en la XI Asamblea Nacional de Acit Joven. No tenía mucha idea de lo que me iba a encontrar en esos días en Los Negrales, lo único que tenía muy claro era que quería descubrirlo, y mis inexistentes expectativas se vieron cubiertas con creces.

Fue muy emocionante ver cómo un grupo de treinta y tantos jóvenes de distintas procedencias, edades y opiniones decidíamos parar nuestras vidas unos días por un motivo común, y experimentar cómo en lugar de ‘parar’, lo que verdaderamente estábamos haciendo era arrancar, comenzar de nuevo. Un alto en el camino para coger fuerzas que no sabías ni que tenías. Un grupo de personas a las que, salvo excepciones, conocía de muy poco, y que me llevan haciendo sentir como en casa desde hace bastante tiempo. La XIANAJ supuso para mí la confirmación de este hecho, no puedo dejar de sentirme parte importante de Acit Joven, porque Acit Joven ya es parte importante de mí.

Las cartas de Pedro Poveda nos personificaron a un hombre claro y directo, cualidades que no cualquiera es capaz de convertir en grandes virtudes. Un hombre que vino a hablarnos personalmente y a la cara, a recriminarnos lo que vio oportuno, a alentarnos en nuestro camino y a darnos razón de esperanza.

El extracto del documento que trabajó el Sínodo de los Obispos en Roma fue no más que un acierto total. Un texto controvertido, con mucho trabajo de fondo y mucha esperanza en prospectiva. Para mí, marcó el punto álgido del debate tan sumamente enriquecedor que pudimos vivir en todos y cada uno de los plenarios de la Asamblea. El clima de confianza que se creó y vivió que dio lugar a tantas y tan buenas opiniones, a partir de las cuales se trenzaron las dos líneas de acción, fue la clave del (me atrevería a denominar) éxito. En más de un lugar deberían tomar ejemplo de la manera de proceder a la hora de tomar decisiones.

En la oración de envío del último día, sólo una palabra venía a mi cabeza, y esa era: GRACIAS. Gracias por tantas cosas que ya expresé en su momento. Tras todo esto, son enormes las ganas que tengo de revertir esa gratitud de todas las maneras que me sea posible. El lema de la XIANAJ, “Ved la misión que se os confía”, suena a reto. Y a mí me encantan los retos.




jueves, 8 de noviembre de 2012

Dar de lo esencial

"En aquel tiempo, entre lo que enseñaba Jesús a la gente, dijo: «¡Cuidado con los escribas! Les encanta pasearse con amplio ropaje y que les hagan reverencias en la plaza, buscan los asientos de honor en las sinagogas y los primeros puestos en los banquetes; y devoran los bienes de las viudas, con pretexto de largos rezos. Éstos recibirán una sentencia más rigurosa.» Estando Jesús sentado enfrente del arca de las ofrendas, observaba a la gente que iba echando dinero: muchos ricos echaban en cantidad; se acercó una viuda pobre y echó dos reales. Llamando a sus discípulos, les dijo: «Os aseguro que esa pobre viuda ha echado en el arca de las ofrendas más que nadie. Porque los demás han echado de lo que les sobra, pero ésta, que pasa necesidad, ha echado todo lo que tenía para vivir.»" (Mc  12, 38-4)
Por Redacción AJ. El evangelio de este domingo 11 de Noviembre concluye los temas que hemos ido viendo los domingos anteriores: de disputa y diálogo, de controversia y denuncia, y lo termina con una escena significativa de advertencia y de enseñanza orientadora.
Advertencia dirigida a los escribas y la enseñanza buena tiene como protagonista una viuda pobre.
Entre los escribas hipócritas, ansiosos de poder y de honores y la viuda pobre que da todo lo que tiene, Jesús sitúa a sus discípulos. Y nos sitúa hoy a nosotros.
¡Contemplemos la escena! ¡Veamos lo que sucede! ¡Escuchemos lo que dice!
Jesús previene al pueblo contra los escribas (¡cuidado!) poniendo en evidencia su conducta: obtestación en el vestir, amantes de reverencias y de los primeros puestos, abusos en nombre de la religión, etc.  
Después de haber denunciado la explotación del pueblo por partes de los dirigentes religiosos, termina presentando, en contraste con estos, a la viuda necesitada, imagen del Israel humilde y fiel a Dios.
Jesús está sentado frente al arca de las ofrendas observando lo que pasa;  ve cómo distintas gentes van depositando la ofrenda para el templo y muchos ricos “echaban en cantidad…” y ve cómo una viuda, una mujer pobre, indefensa y sin relieve social aporta algo insignificante (dos reales).
Jesús entonces llama a los discípulos, a los de entonces y a los de ahora y les enseña a interpretar los hechos: compara el comportamiento de los ricos y el de la viuda pobre: “os aseguro que esa pobre viuda ha echado en el arca de las ofrendas más que nadie. Porque los demás han echado de lo que les sobra, pero ésta, que pasa necesidad ha echado lo que tenía para vivir”. Dar de lo superfluo significa no dar lo esencial, que es la persona. La viuda se da a sí misma, hace de Dios el valor supremo, y hace depender su vida de Él.
En ella y no en el esplendor está la verdadera gloria de Israel, la verdadera humanidad. 
Bibliografia
J.Mateos y F. Camacho. Marcos texto y comentario. Ed. Almendro.1994
X. Pikaza. Para vivir el evangelio. Lectura de Marcos. Edv.199