viernes, 24 de febrero de 2012

Convertíos y creed en el evangelio


"En aquel tiempo, el Espíritu empujó a Jesús al desierto. Se quedó en el desierto cuarenta días, dejándose tentar por Satanás; vivía entre alimañas, y los ángeles le servían. Cuando arrestaron a Juan, Jesús se marchó a Galilea a proclamar el Evangelio de Dios. Decía: «Se ha cumplido el plazo, está cerca el reino de Dios: convertíos y creed en el Evangelio.»" (Mc 1, 12-15)
Por Redacción AJ. Desde este miércoles, la liturgia nos ha invitado a convertirnos, es decir, a volvernos por entero hacia el Dios compasivo y misericordioso, rico en ternura (cf. Joel 2,18-20), es decir, nos proponía darnos la vuelta” hacia él. Es decir, hemos dado inicio a un tiempo para prepararnos y disponernos a seguir a Jesús y a hacer que su Proyecto de amor centre todas nuestras energías. Pero bien sabemos que esto no es fácil, que son muchas las distracciones y tentaciones que tenemos, que los ritmos de vida tan agitados, las distracciones de los “templos del consumo”, los ruidos que nos impiden escuchar, etc. no favorecen que se despliegue y maduren en nosotros/as la confianza, el amor y la esperanza. Ahora bien, también es cierto que podemos pasar de largo, y ni tan siquiera enterarnos que estamos despistados/as y con la atención, la mente y el corazón centrados en “cuidar otros ganados”, que diría Santa Teresa.
De una manera muy breve, Marcos nos informa de que Jesús da inicio a su misión en Galilea. Pero antes siente un impulso irresistible de dejarse conducir al desierto por el Espíritu (“el Espíritu lo empujó al desierto”) y consiente, permaneciendo allí cuarenta días. Acaba de ser bautizado en el Jordán y allí el Espíritu había venido sobre él. Más aún, en ese momento crucial, Jesús recibe una palabra del Padre: “Tú eres mi Hijo amado, en ti me complazco”, en la que retomando el texto de Is 42,1-9 se especifica el modo en el que el Hijo realizará la misión encomendada: como Siervo sufriente. Por eso inmediatamente el Espíritu le conduce al desierto y Jesús responde a esa llamada que, en definitiva, es abrir ahora un espacio de encuentro con su verdad profunda en un tiempo prolongado (cuarenta días), y a discernir.
El desierto es el lugar donde Jesús será tentado y no será la única vez que enfrentará la tentación en relación al modo de ejercer la misión que le fue encomendada (ahí está la llamada crisis galilea que supuso un punto de inflexión en su estrategia de misión, y la oración de Getsemaní).
Antes de salir a los caminos de Galilea a predicar y sanar de toda dolencia, Jesús examinará cómo está vivo en Él el dinamismo del amor, si está dispuesto a entregarse por amor al Proyecto del Amor, o hasta qué punto tiene resistencias para ello. No se nos cuenta qué preguntas se haría Jesús, pero si acudimos al mismo episodio tal y como es narrado en el evangelio de Lucas, por ejemplo, encontramos alguna respuesta. Jesús se habría preguntado por las formas de entender la vocación de elegido y su misión: un mesianismo basado en el poder, la riqueza y la fama, o un mesianismo del siervo.
El evangelista, no obstante, no termina ahí su mensaje, sino que nos comunica algo todavía más importante: Jesús ha vencido a la tentación. Una señal de ello ha podido dejar Marcos en el texto: los animales salvajes estaban con Jesús en el desierto como compañeros, aludiendo probablemente a la paz escatológica, es decir, a la paz definitiva y plena (cf. Is 11,6-8; 65,25). Marcos comunica a sus oyentes, por tanto, que en Jesús se da inicio un tiempo completamente nuevo y definitivo. A partir de este momento Jesús comenzará su camino de entrega, y que se traducirá en optar por formas de estar entre la gente basadas en las dinámicas del compartir, de la gratuidad, del abajamiento y el entrañamiento con los que están en las cunetas sociales, para hacer posible la universalidad del Reino.
El episodio de las tentaciones tiene también un interés exhortativo (parenético), es decir, nos invita a hacernos conscientes de que también nosotros somos tentados, y apartados del camino que conduce a la Mesa Compartida. Y a preguntarnos y examinarnos cómo es nuestro dinamismo existencial-espiritual: ¿Hasta qué punto mi vida está centrada en el dinero o en las ansias de posesión, o por el deseo de apariencia? ¿Hasta qué punto vivo y funciono como si fuera autosuficiente o me bastara a mí mismo? ¿He hecho míos, realmente y en la vida cotidiana, los valores del Evangelio? ¿Vivo la pobreza como no reservarme para mí ni espacios ni tiempos, ni dineros…? ¿Tengo un estilo de vida marcado por el compartir solidario? ¿Es el servicio la tónica de mi vida? ¿Acepto las dificultades y sinsabores de la vida con alegría? ¿Me acojo como soy en verdad y me regalo gratuitamente a los otros sin reclamar ningún derecho? ¿Entiendo la vida como “apropiación”, o voy creyéndome poco a poco que los hilos de mi vida los lleva Dios, y que no soy el principio y fundamento de mi existencia?
La invitación a convertirse y cree en el evangelio que recibimos este miércoles cuando se nos imponía la ceniza, vuelve a repetirse este domingo. Es el tiempo oportuno, tiempo de Dios, porque es él quien actúa y quien con su Amor hace posible para nosotros y nosotras el regalo de la conversión y el sí a su Reino. Pero es tiempo oportuno también para “ponernos a tiro” de Dios, ayudándonos de esas buenas prácticas que desde siempre la Iglesia recomendó a los creyentes: el ayuno que nos lleve a decir “no” al afán de posesión personal, pero también a reivindicar que se acabe con el afán desmedido de lucro que lleva a la pobreza a miles de familias; la limosna como ejercicio de solidaridad que establece vías permanentes de comunión de bienes con los que no tienen; y la oración, donde contemplar el rostro amoroso de Dios dejándonos sorprender por su continua provocación a hacernos uno con Él en el Amor.
Tiempo oportuno, por tanto, para dejarnos visitar por la ternura transformante y provocadora de Dios; y tiempo oportuno para visitar a otros y otras, regalándonos gratuitamente en pequeños gestos que hacen creíble que el Reino de Dios está cerca.

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