"En aquel tiempo, el Espíritu empujó a Jesús al desierto. Se quedó en el desierto cuarenta días, dejándose tentar por Satanás; vivía entre alimañas, y los ángeles le servían. Cuando arrestaron a Juan, Jesús se marchó a Galilea a proclamar el Evangelio de Dios. Decía: «Se ha cumplido el plazo, está cerca el reino de Dios: convertíos y creed en el Evangelio.»" (Mc 1, 12-15)
Por Redacción
AJ. Desde
este miércoles, la liturgia nos ha invitado a convertirnos, es decir, a
volvernos por entero hacia el Dios compasivo y misericordioso, rico en ternura
(cf. Joel 2,18-20), es decir, nos proponía darnos la vuelta” hacia él. Es
decir, hemos dado inicio a un tiempo para prepararnos y disponernos a seguir a
Jesús y a hacer que su Proyecto de amor centre todas nuestras energías. Pero
bien sabemos que esto no es fácil, que son muchas las distracciones y
tentaciones que tenemos, que los ritmos de vida tan agitados, las distracciones
de los “templos del consumo”, los ruidos que nos impiden escuchar, etc. no
favorecen que se despliegue y maduren en nosotros/as la confianza, el amor y la
esperanza. Ahora bien, también es cierto que podemos pasar de largo, y ni tan
siquiera enterarnos que estamos despistados/as y con la atención, la mente y el
corazón centrados en “cuidar otros ganados”, que diría Santa Teresa.
De una manera muy breve, Marcos nos informa de que Jesús
da inicio a su misión en Galilea. Pero antes siente un impulso irresistible de dejarse conducir al desierto por el
Espíritu (“el Espíritu lo empujó al desierto”) y consiente, permaneciendo allí
cuarenta días. Acaba de ser bautizado en el Jordán y allí el Espíritu había
venido sobre él. Más aún, en ese momento crucial, Jesús recibe una palabra del
Padre: “Tú eres mi Hijo amado, en ti me complazco”, en la que retomando el
texto de Is 42,1-9 se especifica el modo en el que el Hijo
realizará la misión encomendada: como Siervo sufriente. Por eso inmediatamente
el Espíritu le conduce al desierto y Jesús responde a esa llamada que, en
definitiva, es abrir ahora un espacio de encuentro con su verdad profunda en un tiempo
prolongado (cuarenta días), y a discernir.
El desierto es el lugar donde Jesús será tentado y no
será la única vez que enfrentará la tentación en relación al modo de ejercer la
misión que le fue encomendada (ahí está la llamada crisis galilea que supuso un
punto de inflexión en su estrategia de misión, y la oración de Getsemaní).
Antes de salir a los caminos de Galilea a predicar y
sanar de toda dolencia, Jesús examinará cómo está vivo en Él el dinamismo del
amor, si está dispuesto a entregarse por amor al Proyecto del Amor, o hasta qué
punto tiene resistencias para ello. No se nos cuenta qué preguntas se haría
Jesús, pero si acudimos al mismo episodio tal y como es narrado en el evangelio
de Lucas, por ejemplo, encontramos alguna respuesta. Jesús se habría preguntado
por las formas de entender la vocación de elegido
y su misión: un mesianismo basado en el poder, la riqueza y
la fama, o un mesianismo del siervo.
El evangelista, no obstante, no termina ahí su
mensaje, sino que nos comunica algo todavía más importante: Jesús ha vencido a la
tentación. Una señal de ello ha podido dejar Marcos en el texto: los animales
salvajes estaban con Jesús en el desierto como compañeros, aludiendo
probablemente a la paz escatológica, es decir, a la paz definitiva y plena (cf.
Is 11,6-8; 65,25). Marcos comunica a sus oyentes, por tanto, que en Jesús se da
inicio un tiempo completamente nuevo y definitivo. A partir de este momento Jesús
comenzará su camino de entrega, y que se traducirá en optar por formas de estar
entre la gente basadas en las dinámicas del compartir, de la gratuidad, del
abajamiento y el entrañamiento con los que están en las cunetas sociales, para
hacer posible la universalidad del Reino.
El episodio de las tentaciones tiene también un
interés exhortativo (parenético), es decir, nos invita a hacernos conscientes
de que también nosotros somos tentados, y apartados del camino que conduce a la
Mesa Compartida. Y a preguntarnos y examinarnos cómo es nuestro dinamismo
existencial-espiritual: ¿Hasta qué punto mi vida está centrada en el dinero o
en las ansias de posesión, o por el deseo de apariencia? ¿Hasta qué punto vivo
y funciono como si fuera autosuficiente o me bastara a mí mismo? ¿He hecho míos,
realmente y en la vida cotidiana, los valores del Evangelio? ¿Vivo la pobreza
como no reservarme para mí ni espacios ni tiempos, ni dineros…? ¿Tengo un
estilo de vida marcado por el compartir solidario? ¿Es el servicio la tónica de
mi vida? ¿Acepto las dificultades y sinsabores de la vida con alegría? ¿Me
acojo como soy en verdad y me regalo gratuitamente a los otros sin reclamar
ningún derecho? ¿Entiendo la vida como “apropiación”, o voy creyéndome poco a
poco que los hilos de mi vida los lleva Dios, y que no soy el principio y
fundamento de mi existencia?
La invitación a convertirse
y cree en el evangelio que recibimos este miércoles cuando se nos imponía
la ceniza, vuelve a repetirse este domingo. Es el tiempo oportuno, tiempo de
Dios, porque es él quien actúa y quien con su Amor hace posible para nosotros y
nosotras el regalo de la conversión y el sí a su Reino. Pero es tiempo oportuno
también para “ponernos a tiro” de Dios, ayudándonos de esas buenas prácticas
que desde siempre la Iglesia recomendó a los creyentes: el ayuno que nos lleve a decir “no” al afán de posesión personal, pero
también a reivindicar que se acabe con el afán desmedido de lucro que lleva a
la pobreza a miles de familias; la limosna
como ejercicio de solidaridad que establece vías permanentes de comunión de
bienes con los que no tienen; y la oración,
donde contemplar el rostro amoroso de Dios dejándonos sorprender por su
continua provocación a hacernos uno con Él en el Amor.
Tiempo oportuno, por tanto, para dejarnos visitar por
la ternura transformante y provocadora de Dios; y tiempo oportuno para visitar
a otros y otras, regalándonos gratuitamente en pequeños gestos que hacen
creíble que el Reino de Dios está cerca.
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