Por Mari Paz López Santos para Eclesalia. En principio los dos adjetivos que encabezan este escrito
podrían considerarse opuestos, por lo menos para la masa de la que estamos
hechos los humanos: si estás, te ven. Y, sin embargo, no se trata tanto de
leyes físicas sino, más bien, de cómo percibimos al otro, ya sea persona
individual o grupo humano. Se dan casos claros de presencia real e
invisibilidad al mismo tiempo.
He empezado de forma misteriosa pero aclaro enseguida la
cuestión a la que quiero referirme: es el caso de la invisibilidad de las
mujeres en la Iglesia y la
omnipresencia de esas mismas mujeres en la iglesia. No hay que pasar por alto el discreto matiz de la misma
letra en mayúscula y en minúscula. Tiene su importancia.
Me doy cuenta de que la mujer siempre se ha acercado al
misterio de Dios con una facilidad mayor que el hombre. El hecho de que el
acercamiento no degenere en la obtención del poder crea una forma de estar
donde la fidelidad es la característica principal.
Podemos ver a mujeres en pequeños pueblos cuidando,
limpiando, poniendo flores, preparando manteles para los altares, guiando el
rezo del rosario, atendiendo trabajos administrativos, custodiando la llave de
la iglesia, etc. Estas mujeres ni se plantean que las cosas puedan ser de otra
manera, que pudiera haber mujeres presentes en otro tipo de servicios de otro
orden dentro de la Iglesia.
Si nos adentramos en el terreno del mundo de las órdenes
religiosas el número de monjas y religiosas es muy superior al de sus homólogos
masculinos, pero en la mayoría de los casos viven más “ocultas”.
Y si hablamos de los laicos, o mejor dicho, de las laicas:
catequistas, voluntarias en todo tipo de actividades de la Iglesia, atención a
la formación de las diferentes pastorales de bautismo, confirmación,
preparación para el matrimonio; visitas a hospitales, ayuda a la infancia... No
habría renglones suficientes en este artículo para enumerar en todos los
ámbitos donde se mueven, ni para contabilizar el número total.
Del sacerdocio, nada nuevo que decir. Son los que son y
parece que así va a seguir el tema.
El día de la llegada del Papa Benedicto XVI para encontrarse
con los jóvenes en la JMJ en Madrid, viendo en televisión la celebración de la
Plaza de Cibeles, reparé en un sencillo hecho: una multitud de chicas y chicos
juntos en lo mismo, sin diferencias; pero cuando la cámara enfocó el escenario
donde el Papa se dirigió a los jóvenes, reparé en el contraste: sólo había
hombres.
No hace mucho, un buen amigo, por ciento, religioso,
hablando del tema de las mujeres en la Iglesia me dijo con mucha contundencia: “No entiendo, según están las cosas, que
todavía haya mujeres en la Iglesia”.
Creo que la invisibilidad nos da alas, y la creatividad,
omnipresencia. Lo que no quiere decir que no hayamos de seguir trabajando y
avanzando para que la situación cambie.
Ahora recuerdo que bien visibles “junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre,
María, la de Cleofás, y María, la Magdalena (…) y cerca, al discípulo
que tanto quería Jesús”. Como siempre en mayor número pero esta vez
bien visibles.
No lo digo yo, lo dice el propio discípulo: Juan
19,25-26.
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