Por Ximo Bosch.
Y yo no hablé porque no era comunista.
Después vinieron a por los judíos,
Y yo no hablé porque no era judío.
Después vinieron a por los católicos,
Y yo no hablé porque era protestante.
Después vinieron a por mí,
Y para entonces, ya no quedaba nadie que hablara por mí
Vaya lío. Confieso que cuando me comprometí a escribir una
reflexión sobre los recortes presupuestarios en educación, ni de lejos creí que
me iba a ver envuelto en la espiral de amenazas que sufre el llamado estado del
bienestar. De hecho cuando pensé en estas letras ni siquiera conocía la fecha
de la nueva convocatoria electoral y eso ha modificado sustancialmente mi
pensamiento.
Y es que no puedo evitarlo. Se me ve el plumero. Soy de esos,
sí, sí. Soy de los que tienen miedo. Soy de los que se paran a pensar en el
panorama educativo y me pongo a temblar con la que se nos viene encima. O más
exactamente con la que le viene encima a los que no pueden ni pensar en lo que
se les viene encima.
Para empezar me da cierta rabia que cada vez que se hable de
educación, el discurso tenga una connotación negativa, cuando la realidad de
los centros educativos es mucho más rica, más gratificante y más prometedora de lo que aparece por la
pantalla ahora plana de la bien llamada caja tonta. Es así sobre todo porque un
buen grupo de los alumnos españoles son magníficos, comprometidos, inteligentes
y poseen los recursos necesarios para aprovechar las enseñanzas de sus
dedicados y bien formados maestros y profesores. A estos les dedico estas
primeras líneas y mi más cordial enhorabuena. A estos nadie les va a recortar
nada... O muy poco.
Porque el “recortador” no tiene un pelo de tonto. Los
recortes se están dando desde abajo. No haré una exposición detallada de las
prácticas brutales que en materia de educación están abriendo las puertas a los
parques a todos esos alumnos al tiempo que se les cierran las puertas de la
escuela; pero si que destacaré las líneas básicas de estas políticas.
·
Dificultar el acceso. Cualquiera que intente
acceder a uno de los recursos que atiende al alumnado con dificultad de
adaptación al sistema escolar, se enfrenta a una administración laberíntica.
Esto es particularmente cierto cuando se habla de recursos que tienen que ver
con la recogida de adolescentes del fracaso escolar. Como estos recursos no son
estables, sino que dependen de concesiones de la administración, basta con
dificultar el acceso al alumnado para “de repente” un alumno que estaba en el
sistema educativo, deje de estarlo. Esto se puede hacer de muchas maneras.
Principalmente ocultando la información a quien no tiene las herramientas para
desenvolverse frente al sistema educativo. Si alguien quiere practicar al
respecto, puede intentar llamar al servicio de información de cualquier C Consejería
de Educación, donde le remitirán a una página web, que le remitirá a un
servicio, que le llevará a un inspector, que le concertará una entrevista en un
centro donde no quieren recibirle.
·
Invisibilidad. Una vez el alumno o su familia se
ha cansado de recorrer pasillos, es necesario que no figure en ninguna
estadística ni en ningún listado. Si se trata de alumnos mayores de 16 años ya
está hecho. Sea el alumno que sea, esté como esté, es mayor de 16 y ya está
cumplido el servicio al que la administración estaba obligada. Punto final. Le
mandaran a apuntarse al paro. Si es menor de 16, al no existir estabilidad en
los recursos, la administración educativa le remitirá al boletín de notas y al
número de repeticiones de curso.
·
En cualquier caso, rigor. La legislación
educativa es, sobre todo, ambigua. Esto ha permitido en otros tiempos que se
pueda acceder a los recursos en función del criterio del centro. Ahora no es
así. La administración educativa está aplicando la legislación en su versión
más restrictiva, que es la que les parece, porque la ambigüedad se lo permite.
Naturalmente este rigor no se aplica para exigir mayor dedicación al centro
educativo, sino para excluir al alumnado de los recursos que le correspondían
en otros tiempos. Programas de compensatoria, profesores de apoyo y similares
se están viendo sometidos a una vigilancia desconocida. No ocurre así con otros
recursos educativos para el bachiller por ejemplo, y por supuesto no vigila de
la misma manera la gestión de los centros, sea cual sea su titularidad.
Esta tríada dificulta el acceso, la invisibilidad y rigor
están repercutiendo en aquellos alumnos y familias que no tienen acceso a
comunicarse con la administración o que no tienen en su centro educativo quien
interceda por ellos.
Porque a los recortes de la administración educativa hemos
de añadir los que ponemos nosotros. Porque lo más inquietante es que frente a
este fenómeno que deja en la calle a los más débiles no se ha generado una
reacción de solidaridad sino más bien un encogimiento de hombros generalizado.
Hay múltiples manifestaciones de esta indiferencia, pero entre ellas me
producen especial desasosiego estas:
- Reflexionar sobre, en vez de actuar con. ¿Cuántas horas destinamos en nuestros centros a campañas de distinto tipo que tienen por objeto los otros más débiles? ¿Cuánto tiempo empleamos en intentar inculcar en nuestros alumnos la idea de que el mundo es un lugar injusto y que hay que mejorar? Y frente a eso ¿cuánto nos estamos empleando en integrar a aquellos alumnos que están en riesgo de exclusión social? No es una cuestión de recursos, es una elección de centro, de institución. Estamos en una encrucijada. Y mirar la realidad desde un punto elevado no nos llevará a cambiarla. “Por sus hechos los conoceréis”, ¿no?
- Sensibilidad por el necesitado. Dejarse afectar. Una corriente de pensamiento me inquieta especialmente. Es la que dice que uno tiene que ganarse aquello que es un beneficio para el o ella. No se trata de generar un proteccionismo absurdo, sino de mirar con compasión a quien menos parece merecerlo. El endurecimiento de los juicios frente al alumno problemático está alimentando una política de exclusión, que en no pocos casos incluso se plasma en una dolorosa sentencia “no es alumno para este centro”.
Así que entre los recortes de fuera y los de dentro, ando
que no me llega la camisa al cuerpo. Porque vendrán. Vendrán primero a por los
alumnos conductuales, y yo no diré nada porque mi hijo se porta bien. Vendrán
después a por los menos inteligentes, y yo no diré nada porque mi hijo es
listo. Luego vendrán a por los alumnos de otros lugares, y yo no diré nada porque mi hijo es de aquí. Vendrán (o
vendremos) a por los que no encajan en el ideario del centro, y yo no diré nada
porque me creo el ideario de mi centro.
¿Y después? Después lo miraremos con distancia, apenados
mientras decimos tristemente que no pudimos hacer nada.
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