En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: “Mirad, vigilad: pues no sabéis cuándo es el momento. Es igual que un hombre que se fue de viaje y dejó su casa, y dio a cada uno de sus criados su tarea, encargando al portero que velara.
Velad entonces, pues no sabéis cuándo vendrá el dueño de la casa, si al atardecer, o a medianoche, o al canto del gallo, o al amanecer; no sea que venga inesperadamente y os encuentre dormidos. Lo que os digo a vosotros lo digo a todos: ¡Velad!”. Mc 13, 33-37
Estamos
en los versículos finales del sermón escatológico que abarca todo el capítulo
13 de Marcos, donde Jesús expone su enseñanza sobre la escatología –los
acontecimientos últimos-. Se trata de una parábola. Un hombre se ausenta de su
casa y distribuye las diversas responsabilidades entre los suyos. El hombre se
va de viaje, pero estamos es un clima de regreso. La llegada será inesperada,
pero es segura. Se conjugan la espera y el movimiento. Adaptándose a su
entorno, el evangelista cita todas las vigilias romanas –atardecer, medianoche,
canto del gallo, amanecer- para indicarnos que la vigilancia a la que se nos
invita no es de momentos puntuales, sino una actitud permanente, más bien un
estilo de vida. Una llamada a la fidelidad, el coraje y la vigilancia. La paciencia tendrá que ser compañera ineludible.
Velar
es estar despierto cuando los demás duermen. Pero también velar equivale a
trabajar el propio interior, a purificar el corazón, a limpiar las intenciones,
a reorientar los sentimientos. Velamos para acoger el misterio de Dios entre
nosotros, para que Dios tome posesión de nuestras vidas, de nuestros grupos y
comunidades…Velamos porque confiamos, velamos porque esperamos, porque tenemos
el convencimiento de que el Señor ha
venido –el hecho histórico ocurrió hace más de dos mil años-, viene –está con nosotros, en su
Palabra, en los sacramentos, en el amor de los unos por los otros, en la
eucaristía…- y vendrá.
Marcos nos pone en guardia; la acción salvadora e
iluminadora de Dios podría pillarnos desprevenidos, por eso la fuerza de los
verbos: mirad, vigilad, velad. No se
trata de autoprotegernos, sino de tener nuestra casa preparada y dispuesta para
ser habitada.
Este adviento que estrenamos es oportunidad para prepararnos
a la venida del Salvador, que ya ha venido, que vendrá y que viene constantemente a nuestra vida. San Pedro Poveda, en 1912 y
referido a la fisonomía de la Academias
Teresianas , se preguntaba cómo poner a Dios en el corazón, y
respondía: "Lo primero desocupar el sitio si está ocupado; después ir por Él para
traerlo, y colocado en el corazón, conducirse de manera tal que no marche jamás
de nosotros". Despojarnos de lo
innecesario, “hacer limpieza”, cuidar los detalles… pueden ser pistas para
acoger al que, con certeza, llega aunque no sepamos cuándo.
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