viernes, 12 de noviembre de 2010

Un mundo nuevo

En aquel tiempo, algunos ponderaban la belleza del templo, por la calidad de la piedra y los exvotos.
Jesús les dijo: «Esto que contempláis, llegará un día en que no quedará piedra sobre piedra: todo será destruido.»
Ellos le preguntaron: «Maestro, ¿cuándo va a ser eso?, ¿y cuál será la señal de que todo eso está para suceder?»
Él contestó: «Cuidado con que nadie os engañe. Porque muchos vendrán usurpando mi nombre, diciendo: "Yo soy", o bien: "El momento está cerca"; no vayáis tras ellos. Cuando oigáis noticias de guerras y de revoluciones, no tengáis pánico. Porque eso tiene que ocurrir primero, pero el final no vendrá en seguida.»
Luego les dijo: «Se alzará pueblo contra pueblo y reino contra reino, habrá grandes terremotos, y en diversos países epidemias y hambre. Habrá también espantos y grandes signos en el cielo. Pero antes de todo eso os echarán mano, os perseguirán, entregándoos a las sinagogas y a la cárcel, y os harán comparecer ante reyes y gobernadores, por causa mía. Así tendréis ocasión de dar testimonio. Haced propósito de no preparar vuestra defensa, porque yo os daré palabras y sabiduría a las que no podrá hacer frente ni contradecir ningún adversario vuestro. Y hasta vuestros padres, y parientes, y hermanos, y amigos os traicionarán, y matarán a algunos de vosotros, y todos os odiarán por causa mía. Pero ni un cabello de vuestra cabeza perecerá; con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas.» Lc 21, 5-19


Por Redación AJ.
Lucas hoy nos presenta su “gran Apocalipsis” y es que estamos al final del año litúrgico. Este texto tiene un sentido final: se acaba el Templo de Jerusalén como el único espacio de encuentro entre el creyente y Dios y empieza “un nuevo Templo” que no está construido con piedras, sino que será una persona: Jesucristo. Y para construir este nuevo mundo, esta nueva manera de relacionarnos con Dios, conviene que de lo antiguo no quede “piedra sobre piedra”. A nosotros, los seguidores de Jesús, nos toca trabajar en ello desde la confianza.
Como a los discípulos, también a nosotros nos sigue brotando el deseo de anticiparnos al futuro, de conocer la suerte que correremos, y nos mueve la curiosidad por el fin del mundo.¿Cómo es el final que nosotros imaginamos? ¿En qué señales pensamos? ¿Nos vamos todos? ¿Nos quedamos algunos? ¿Quiénes? Jesús, en vez de responder a las preguntas que le hacen, y que seguramente le haríamos -“Maestro, ¿cuándo va a ser eso?, ¿y cuál será la señal de que todo eso está para suceder?”- nos invita a mirar hacia dentro de cada una, de cada uno y nos da una señal de alerta: “cuidado con que nadie os engañe”. No nos está hablando entonces del “fin del mundo” Nos habla más bien de acabar con “mi” mundo, con “nuestro” mundo, para construir la casa común. Lo que Jesús está haciendo es una llamada fuerte a vivir el presente mirándolo a Él para hacer posible el Reino entre nosotros.
El camino que propone no es fácil, y Jesús no lo oculta a sus oyentes. Ser fieles siempre comporta conflictos, con frecuencia supone ir contracorriente. Nos advierte que tendremos que pasar dificultades; también nos dice que no nos alarmemos, y es que el discípulo no es más que su Maestro. Ante la adversidad Él pondrá en nosotros “palabras y sabiduría”.
Los primeros cristianos vivieron la destrucción del tempo y comprobaron que el final no había llegado. A los cristianos de hoy nos corresponde vivir en medio de dificultades, entre la incomprensión o los cuestionamientos, mirando al futuro y preparándolo con las obras del amor fraterno. Vivir y trabajar con la confianza de que, ocurra lo que ocurra, Dios no nos abandona nunca. El texto de hoy concluye con una afirmación que es garantía del amor providente de Dios para con nosotros: “ni un cabello de vuestra cabeza perecerá” .

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