Por Isabel Romero. He ido a ver Harry Potter y las Reliquias de la muerte y he vuelto conmovida y con ganas de volver al libro otra vez, de re-cordarlo y rememorarlo.Como ya se sabe, se trata de la primera parte de la séptima entrega de la serie. Era imposible verter en una sola película la densidad de la historia y hay que agradecer a los realizadores la idea de dividir el relato en dos partes, aunque, de momento, este aparezca incompleto.
En esta película, Harry se encuentra al final de su misión; esa misión que le ha venido casi impuesta por su historia personal, la de sus padres y, sobre todo, por sus propias elecciones. En esta última parte, Harry debe enfrentarse no solo con el enemigo perseguidor de magos y muggles, Voldemort, sino con el auténtico terror de la humanidad: la muerte. No por casualidad, en la tumba de los padres de Harry aparece grabada la cita de I Cor 15, 26: “El último enemigo a vencer será la muerte”. Pero la muerte es vencida sólo con la Vida, no con más muerte como hace Voldemort.
De este modo, aceptando sobre sí la responsabilidad de hacer frente a su destino, Harry se dispone, no sólo a enfrentarse al mal, sino antes que nada, a aceptar la posibilidad de morir.
La palabra inglesa “deathly hallows” constituye un juego de palabras, a los que tan aficionada es J.K. Rowling. Las reliquias, los objetos que pertenecieron a la Muerte son en sí mismos también mortales, susceptibles de ser destruidos, una vez que hayan servido para acabar con aquel que ha intentado, monstruosa y trágicamente, ser inmortal. Así pues, la fe en la vida, en el amor, en la esperanza contra toda esperanza, son los caminos de esta historia que ya es un clásico de la literatura.
Por eso, me asombra el comentario de Radio Vaticano, publicado en ABC, el 18 de noviembre pasado, en el que calificaba el film de "tenebroso y pesimista", cuyos tres protagonistas "se encuentran solos y asustados para hacer frente a los enemigos". Según el comentarista Lucca Pellegrini "ni siquiera la magia asegura ya la victoria y la protección" y "nada puede con la maldad, la traición, el odio, el deseo de destrucción del adversario y de lo que representa". Y también que "parece necesario proponer también de nuevo la confianza en sí mismo y en las propias cualidades, más que en la sola eficacia de la varita mágica o las pociones misteriosas".
Me asombra porque da la impresión de no conocer la historia si asegura que “nada puede con la maldad”, o de precipitación en juzgar un final que tiene una continuación y, por tanto, no es conclusivo y, además, porque si a algo motiva la historia de Harry Potter es a poner la confianza en uno mismo y en las propias cualidades, en vez de en varitas, pociones, dinero, fama y poder, cualidades estas últimas, revestidas en nuestros tiempos de infalibles cualidades mágicas. Pero lo que más me asombra es que no se vea el contenido hondamente humano y cristiano de esta historia.
La historia es dura porque tiene que serlo, porque duro es el enfrentamiento con el mal, el de Harry y el nuestro, porque “corren los tiempos recios” que dijo Santa Teresa, y porque el relato es, como todos los buenos relatos, metafórico de la vida humana. Por eso y en consecuencia, el triunfo del bien, el amor y la vida plena llegará.
********En esta película, Harry se encuentra al final de su misión; esa misión que le ha venido casi impuesta por su historia personal, la de sus padres y, sobre todo, por sus propias elecciones. En esta última parte, Harry debe enfrentarse no solo con el enemigo perseguidor de magos y muggles, Voldemort, sino con el auténtico terror de la humanidad: la muerte. No por casualidad, en la tumba de los padres de Harry aparece grabada la cita de I Cor 15, 26: “El último enemigo a vencer será la muerte”. Pero la muerte es vencida sólo con la Vida, no con más muerte como hace Voldemort.
De este modo, aceptando sobre sí la responsabilidad de hacer frente a su destino, Harry se dispone, no sólo a enfrentarse al mal, sino antes que nada, a aceptar la posibilidad de morir.
La palabra inglesa “deathly hallows” constituye un juego de palabras, a los que tan aficionada es J.K. Rowling. Las reliquias, los objetos que pertenecieron a la Muerte son en sí mismos también mortales, susceptibles de ser destruidos, una vez que hayan servido para acabar con aquel que ha intentado, monstruosa y trágicamente, ser inmortal. Así pues, la fe en la vida, en el amor, en la esperanza contra toda esperanza, son los caminos de esta historia que ya es un clásico de la literatura.
Por eso, me asombra el comentario de Radio Vaticano, publicado en ABC, el 18 de noviembre pasado, en el que calificaba el film de "tenebroso y pesimista", cuyos tres protagonistas "se encuentran solos y asustados para hacer frente a los enemigos". Según el comentarista Lucca Pellegrini "ni siquiera la magia asegura ya la victoria y la protección" y "nada puede con la maldad, la traición, el odio, el deseo de destrucción del adversario y de lo que representa". Y también que "parece necesario proponer también de nuevo la confianza en sí mismo y en las propias cualidades, más que en la sola eficacia de la varita mágica o las pociones misteriosas".
Me asombra porque da la impresión de no conocer la historia si asegura que “nada puede con la maldad”, o de precipitación en juzgar un final que tiene una continuación y, por tanto, no es conclusivo y, además, porque si a algo motiva la historia de Harry Potter es a poner la confianza en uno mismo y en las propias cualidades, en vez de en varitas, pociones, dinero, fama y poder, cualidades estas últimas, revestidas en nuestros tiempos de infalibles cualidades mágicas. Pero lo que más me asombra es que no se vea el contenido hondamente humano y cristiano de esta historia.
La historia es dura porque tiene que serlo, porque duro es el enfrentamiento con el mal, el de Harry y el nuestro, porque “corren los tiempos recios” que dijo Santa Teresa, y porque el relato es, como todos los buenos relatos, metafórico de la vida humana. Por eso y en consecuencia, el triunfo del bien, el amor y la vida plena llegará.
Nota de la autora:
La historia del niño huérfano que vive con unos parientes que le desprecian y que, gracias a sus dotes personales y a la ayuda de un mentor, llega a ser una persona de valía, entronca directamente con la mejor literatura inglesa del siglo XIX y es fácil evocar títulos como Jane Eyre, de Charlotte Brönte y Oliver Twist y David Copperfield de Charles Dickens. Más recientemente, también apreciamos estos elementos en las obras de Roald Dahl, el cual expone muchas veces la historia de un niño o niña inteligente y con imaginación que es, sin embargo, oprimido por unos adultos mediocres y ridículos. La gran capacidad de Rowling ha utilizado estos rasgos de forma eficaz combinándolos con el mundo fantástico de la magia (procedente del cuento de hadas) y estructurándolos según el relato heroico tradicional. El resultado es un universo personalísimo donde conviven elementos tradicionales maravillosos, mitológicos y originales en un entorno realista cuyos componentes son fácilmente reconocibles por los lectores. Por otra parte, este universo “mágico” funciona también como fina parodia de la organización de nuestras sociedades, de ahí que pueda ser doblemente apreciado por los adultos.
Además de las influencias citadas, Rowling traza su historia según la bildungsroman, la novela de aprendizaje, en la cual, un adolescente va conociendo el mundo de los adultos e integrándose en él, aprendiendo una serie de valores que actuarán de fundamento ético para la vida. Por último, hemos de anotar también las huellas de Tolkien y Lewis, inevitables en los actuales creadores de mundos fantásticos, máxime si son ingleses.
Por otra parte, J.K. Rowling demuestra un gran conocimiento de la literatura y de los elementos mitológicos provenientes de la tradición clásica de Grecia y Roma y de las culturas celta y nórdica. Los animales mágicos, sobre todo, pueblan el mundo de Harry Potter y no han sido reinventados por Rowling sino que actúan según la mitología de la que proceden. Así ocurre con el ave fénix, los centauros, el basilisco o el hipogrifo.
La historia del niño huérfano que vive con unos parientes que le desprecian y que, gracias a sus dotes personales y a la ayuda de un mentor, llega a ser una persona de valía, entronca directamente con la mejor literatura inglesa del siglo XIX y es fácil evocar títulos como Jane Eyre, de Charlotte Brönte y Oliver Twist y David Copperfield de Charles Dickens. Más recientemente, también apreciamos estos elementos en las obras de Roald Dahl, el cual expone muchas veces la historia de un niño o niña inteligente y con imaginación que es, sin embargo, oprimido por unos adultos mediocres y ridículos. La gran capacidad de Rowling ha utilizado estos rasgos de forma eficaz combinándolos con el mundo fantástico de la magia (procedente del cuento de hadas) y estructurándolos según el relato heroico tradicional. El resultado es un universo personalísimo donde conviven elementos tradicionales maravillosos, mitológicos y originales en un entorno realista cuyos componentes son fácilmente reconocibles por los lectores. Por otra parte, este universo “mágico” funciona también como fina parodia de la organización de nuestras sociedades, de ahí que pueda ser doblemente apreciado por los adultos.
Además de las influencias citadas, Rowling traza su historia según la bildungsroman, la novela de aprendizaje, en la cual, un adolescente va conociendo el mundo de los adultos e integrándose en él, aprendiendo una serie de valores que actuarán de fundamento ético para la vida. Por último, hemos de anotar también las huellas de Tolkien y Lewis, inevitables en los actuales creadores de mundos fantásticos, máxime si son ingleses.
Por otra parte, J.K. Rowling demuestra un gran conocimiento de la literatura y de los elementos mitológicos provenientes de la tradición clásica de Grecia y Roma y de las culturas celta y nórdica. Los animales mágicos, sobre todo, pueblan el mundo de Harry Potter y no han sido reinventados por Rowling sino que actúan según la mitología de la que proceden. Así ocurre con el ave fénix, los centauros, el basilisco o el hipogrifo.
Para saber más:
- M. Gallardo e I. Romero: Crear el hábito de leer. El relato heroico en la literatura juvenil, Madrid, Narcea, 2005).
- F. Bridger: Una vida mágica. La espiritualidad del mundo de Harry Potter. Ed. Sal Terrae, 2002.
- E. M. Kern: The wisdom of Harry Potter, New York, Prometeus Books, 2003.
- E.J. Sales Dasí: De Narnia a Hogwarts, Madrid, Laberinto, 2006.
- D. Baggett, S.E. Klein: Harry Potter and Philosophy. If Aristotle Ran Hogwarts, Illinois, Open Court, 2004.
- Simone Regazzoni: Harry Potter. La Filosofía, Barcelona, Duomo, 2010.
Muy interesante. Ya tengo ganas de leer el libro de Bridger !
ResponderEliminarPablo S.