sábado, 27 de noviembre de 2010

El Señor viene, viene siempre

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Cuando venga el Hijo del hombre, pasará como en tiempo de Noé. Antes del diluvio, la gente comía y bebía y se casaba, hasta el día en que Noé entró en el arca; y cuando menos lo esperaban llegó el diluvio y se los llevó a todos; lo mismo sucederá cuando venga el Hijo del hombre: Dos hombres estarán en el campo: a uno se lo llevarán y a otro lo dejarán; dos mujeres estarán moliendo: a una se la llevarán y a otra la dejarán. Por tanto, estad en vela, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor. Comprended que si supiera el dueño de casa a qué hora de la noche viene el ladrón, estaría en vela y no dejaría abrir un boquete en su casa. Por eso, estad también vosotros preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del hombre.» (Mateo 24, 37-44)
Por Redacción AJ. Hemos dejado de esperar que venga Jesús. Los primeros cristianos fueron comprendiendo que esa vuelta de Jesús no iba a ser tan inmediata como se habían imaginado. Nosotros ya ni lo esperamos. De hecho, es mucha la gente que ni se plantea si existe Dios y si tiene algo "que ver" con su vida. Estamos en una época de profunda indiferencia. Ya no es creer o no creer, si existe Dios o si no existe... no... la postura de mucha gente es: puede que exista, pero a mí eso me da igual...

La cuestión podría ser, entonces, los que nos decimos creyentes, que compartimos el día a día con muchas personas que viven así su día a día, ¿en qué se nos nota que no somos indiferentes? Más: ¿en qué se nota que creemos en Jesús Resucitado, que camina a nuestro lado, nos explica las escrituras y parte con nosotros el pan, siempre que le dejamos un hueco en nuestro vivir cotidiano?

Comienza el Adviento, tiempo de preparación para el nacimiento de Jesús, tiempo de alimentar el deseo, la espera, la acogida... El viene a tu vida, viene siempre; llama constantemente a tu puerta, desde dentro, no desde fuera, para que le dejes salir y recorrer cada célula de tu ser, para que le tengas de compañero, para que puedas decir con la alegría de quien ha visto cómo su vida se transformaba totalmente:

¿No oíste sus pasos silenciosos?
Él viene, viene, viene siempre.
En cada instante y en cada edad,
todos los días y todas las noches,
Él viene, viene, viene siempre.
Ha cantado muchas canciones y de mil maneras;
pero siempre decían sus notas:
Él viene, viene, viene siempre.
En los días fragantes del soleado abril,
por la vereda del bosque,
Él viene, viene, viene siempre.
En la oscura angustia lluviosa de las noches de julio,
sobre el carro atronador de las nubes,
Él viene, viene, viene siempre.
De pena en pena mía,
son sus pasos los que oprimen mi corazón,
y el dorado roce de sus pies
es lo que hace brillar mi alegría,
porque Él viene, viene, viene siempre.
(R. Tagore)

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