viernes, 5 de noviembre de 2010

"No es Dios de muertos, sino de vivos"

"En aquel tiempo, se acercaron a Jesús unos saduceos,
que niegan la resurrección, y le preguntaron:
- «Maestro, Moisés nos dejó escrito: Si a uno se le muere su hermano, dejando mujer, pero sin hijos, cásese con la viuda y dé descendencia a su hermano. Pues bien, habla siete hermanos: el primero se casó y murió sin hijos. Y el segundo y el tercero se casaron con ella, y así los siete murieron sin dejar hijos. Por último murió la mujer. Cuando llegue la resurrección, ¿de cuál de ellos será la mujer? Porque los siete han estado casados con ella.»
Jesús les contestó:
- «En esta vida, hombres y mujeres se casan; pero los que sean juzgados dignos de la vida futura y de la resurrección de entre los muertos no se casarán. Pues ya no pueden morir, son como ángeles; son hijos de Dios, porque participan en la resurrección.
Y que resucitan los muertos, el mismo Moisés lo indica en el episodio de la zarza, cuando llama al Señor "Dios de Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Jacob". No es Dios de muertos, sino de vivos; porque para él todos están vivos.»
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Por Redacción A.J.
En el Evangelio de este domingo, Lucas nos presenta un grupo de saduceos que se acercan a Jesús a plantearle una cuestión que a nosotros nos puede resultar un tanto desconcertante, y quizás nos ayude –a fin de entenderla- hacer un par de aclaraciones.

La primera tiene que ver con las leyes de Israel: en la legislación israelita existía la llamada “ley del levirato”. Se trataba de una ley que buscaba la protección de uno de los grupos sociales desfavorecidos y débiles del pueblo de Israel: las viudas. Con ella se buscaba que la familia –entendida como familia extensa- cuidara y protegiera la suerte de las mujeres que enviudaban sin tener hijos varones. Esta ley –que podemos leer en el capítulo 25 del libro del Deuteronomio- es la que mencionan los saduceos al acercarse a Jesús. (En concreto, decía así: “si dos hermanos viven juntos y uno de ellos muere sin hijos, la viuda no saldrá de casa para casarse con un extraño, su cuñado se casará con ella y cumplirá con ella los deberes legales de cuñado; el primogénito que nazca continuará el nombre del hermano muerto, y así no se borrará su nombre en Israel”).

La segunda aclaración tiene que ver con los saduceos. Este grupo judío -que constituía la aristocracia sacerdotal vinculada sobre todo al Templo de Jerusalén-era, desde el punto de vista religioso, un grupo bastante conservador: sólo admitían el Pentateuco como escritura sagrada, y no creían en la resurrección de los muertos, una idea y una esperanza que aparece tardíamente en la fe de los judíos.

Pues bien: algunos saduceos se acercan y tratan de ridiculizar –delante de Jesús- la fe en la resurrección, utilizando un ejemplo que tiene que ver con el cumplimiento de la ley del levirato.
Pero Jesús no “cae en la trampa” y, en su contestación, señala dos cosas importantes:

- En primer lugar, que la resurrección no es una simple prolongación de esta vida... Jesús no describe cómo es la vida después de la muerte, simplemente señala que no podemos hablar de esta vida nueva y plena con los esquemas de ésta que conocemos. Es una vida que tiene que ver con vivir en plenitud la vida de Dios: “… ya no pueden morir y son como ángeles, y, habiendo resucitado, son hijos de Dios”.


- En segundo lugar, Jesús les hace caer en la cuenta que en la Escritura a Dios se le llama “Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob”. Y a partir de ahí, saca una conclusión que le lleva a la segunda afirmación: “Dios no es Dios de muerto sino de vivos, porque para él todos viven”.

Así pues, Jesús, termina la “discusión” con los saduceos afirmando que Dios, un Dios que Él descubre y anuncia como Padre, es fuente de vida para todos, y que no puede sino querer la vida para siempre.

El evangelio de este domingo es toda una invitación a renovar nuestra esperanza en que la muerte no tiene la última palabra, una invitación a renovar nuestra confianza en el Dios Padre de Jesús que es un Dios de vivos y fuente de vida buena para todos.

Un Dios cuyo amor es más fuerte que la muerte.

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