Por Samuel Medina. Llevo un tiempo preguntándome por nuestro papel en el mundo
que nos está tocando vivir: tenemos la sensación de hallarnos en una época
particularmente convulsa que abarca desde el ámbito más local hasta el más
internacional. Las decisiones que se tomen en este tiempo, marcarán la ruta a
seguir en los próximos años, al menos eso parece… Y en medio, estamos nosotros,
intentando encontrar un frágil equilibrio entre nuestras acciones cotidianas,
nuestras preocupaciones diarias y la repercusión que sabemos que tienen en este
mundo tan pequeño.
Me pregunto sobre nuestro papel como individuos solitarios,
como miembros de una comunidad… Sobre el sentido que queremos dar a nuestra
vida en la época que nos toca vivir. Difícil tarea, ¿verdad?
Entiendo que un buen punto de partida pasaría por aclarar
nuestras prioridades en la vida, discernir los aspectos fundamentales que
queremos que nos edifiquen, discernir lo que nos define, pues una vez se tiene
claro el objetivo, es más fácil buscar acomodo al resto de situaciones que
vayan aconteciendo. Esto pasa en todos los ámbitos de la vida: en nuestros
grupos de amigos, nuestros trabajos, nuestras comunidades, nuestras relaciones
de pareja… Definirnos y definir nuestro proyecto común irá limando las
asperezas del trayecto.
Este proceso que entiendo fundamental hacer, se trabaja con
mucho acierto en nuestro movimiento. Se proporcionan los condicionantes para
que cada uno/a trabaje en elaborar su propia hoja de ruta: en las Asambleas
celebradas cada 3 años fijamos unas líneas de acción que sirven de hoja de
guía; en las jornadas diseñadas para los más mayores y encuentros de militantes,
volvemos a revisarnos como personas, como comunidad… La visión que adquirimos,
nos ayuda a interpretar los hechos que van ocurriendo en nuestro entorno, desde
el prisma cristiano.
Pero igual de importante, entiendo, es el encajar nuestro
lugar en medio de este proyecto común diseñado. Para ello, tener clara nuestra
vocación es fundamental para no perdernos entre el desorden del día a día y en
el que tanto cuesta mantener la orientación. Por supuesto no hablamos sólo de
una vocación profesional, sino de la manera en la que afrontamos la vida.
Hacer y rehacer, cuestionarnos, madurar nuestra vocación es
una misión que hay que tener asentada, pero que debemos reorientar cada día. En
este movimiento, lo que une es una visión similar, centrada en Cristo, con el
carisma de la IT. Y esa es la clave que nos debe hacer situarnos para
interpretar los acontecimientos, sin olvidar que cada uno/a debe ir recordando
su núcleo, su fundamento, su raíz para transformar y sentirse transformado.
El encuentro con Dios de cada uno/a nos será de gran ayuda.
Ese encuentro personal del que ya alguna vez hemos hablado. Puede resultar útil
leer y compartir las vocaciones de personas concretas “inundadas” por la
presencia de Dios. Revivir, interiorizar, cuestionar testimonios sirven para
preguntarnos por nuestra vocación a vivir nuestra vida como Cristianos. Lo que
tienen en común personas de nuestro mundo con otras tan lejanas en el tiempo
como Pedro Poveda, Santa Teresa de Jesús, San Ignacio de Loyola y un largo
etcétera es que en todos los casos profesan un amor real por la persona de
Jesucristo.
Ese mismo amor, es el que sienten hoy las personas del siglo
XXI, el mismo que nosotros/as estamos llamados a cultivar. El lema de la última
JMJ celebrada en Madrid “Arraigados y edificados en Cristo, firmes en la Fe”
ilumina el camino a seguir para lograrlo. Resuenan igualmente con fuerza las
palabras de Juan Pablo II en las Jornadas Mundiales de la Juventud de Roma (año
2000), cuando instaba a los Jóvenes a convertirse en “los Santos y santas del
nuevo Milenio”. ¿Por qué no vamos a poder serlo? Personas con más o menos fe lo
han ido consiguiendo a lo largo de los siglos… Sólo hay que fiarse de Él y
aceptar su voluntad… Como cuando los discípulos Juan y Andrés decidieron
seguirlo aún sin saber a dónde irían… O como cuando Abraham puso en las manos
de Dios la vida de su hijo Isaac.
Pongamos nuestras vidas en sus manos, rememos mar adentro
hasta “mojarnos” en la realidad que nos rodea, pero sabiendo que Él es quien
nos conduce. Desde la certeza de que Él nos acompaña, ¿qué tememos? Podemos
actuar, denunciar, construir, inspirar, arrojar luz sobre este mundo y este
tiempo que nos ha tocado vivir… Es más, tenemos la obligación de hacerlo. Creo
que nuestra misión pasa por prolongar esta historia de amor entre Dios y los
hombres, y ser testimonio e instrumento para trabajar en la justicia de los
Pueblos.
Dejémonos embaucar por su mirada, por su amor, no tengamos
miedo… Ya lo decía la Santa que confío su vida plenamente a Él: “Nada te turbe.
Nada te espante. Quién a Dios tiene nada le falta.”
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