lunes, 12 de marzo de 2012

Redescubrir nuestra vocación


Por Samuel Medina. Llevo un tiempo preguntándome por nuestro papel en el mundo que nos está tocando vivir: tenemos la sensación de hallarnos en una época particularmente convulsa que abarca desde el ámbito más local hasta el más internacional. Las decisiones que se tomen en este tiempo, marcarán la ruta a seguir en los próximos años, al menos eso parece… Y en medio, estamos nosotros, intentando encontrar un frágil equilibrio entre nuestras acciones cotidianas, nuestras preocupaciones diarias y la repercusión que sabemos que tienen en este mundo tan pequeño.

Me pregunto sobre nuestro papel como individuos solitarios, como miembros de una comunidad… Sobre el sentido que queremos dar a nuestra vida en la época que nos toca vivir. Difícil tarea, ¿verdad?

Entiendo que un buen punto de partida pasaría por aclarar nuestras prioridades en la vida, discernir los aspectos fundamentales que queremos que nos edifiquen, discernir lo que nos define, pues una vez se tiene claro el objetivo, es más fácil buscar acomodo al resto de situaciones que vayan aconteciendo. Esto pasa en todos los ámbitos de la vida: en nuestros grupos de amigos, nuestros trabajos, nuestras comunidades, nuestras relaciones de pareja… Definirnos y definir nuestro proyecto común irá limando las asperezas del trayecto.

Este proceso que entiendo fundamental hacer, se trabaja con mucho acierto en nuestro movimiento. Se proporcionan los condicionantes para que cada uno/a trabaje en elaborar su propia hoja de ruta: en las Asambleas celebradas cada 3 años fijamos unas líneas de acción que sirven de hoja de guía; en las jornadas diseñadas para los más mayores y encuentros de militantes, volvemos a revisarnos como personas, como comunidad… La visión que adquirimos, nos ayuda a interpretar los hechos que van ocurriendo en nuestro entorno, desde el prisma cristiano.

Pero igual de importante, entiendo, es el encajar nuestro lugar en medio de este proyecto común diseñado. Para ello, tener clara nuestra vocación es fundamental para no perdernos entre el desorden del día a día y en el que tanto cuesta mantener la orientación. Por supuesto no hablamos sólo de una vocación profesional, sino de la manera en la que afrontamos la vida.

Hacer y rehacer, cuestionarnos, madurar nuestra vocación es una misión que hay que tener asentada, pero que debemos reorientar cada día. En este movimiento, lo que une es una visión similar, centrada en Cristo, con el carisma de la IT. Y esa es la clave que nos debe hacer situarnos para interpretar los acontecimientos, sin olvidar que cada uno/a debe ir recordando su núcleo, su fundamento, su raíz para transformar y sentirse transformado.

El encuentro con Dios de cada uno/a nos será de gran ayuda. Ese encuentro personal del que ya alguna vez hemos hablado. Puede resultar útil leer y compartir las vocaciones de personas concretas “inundadas” por la presencia de Dios. Revivir, interiorizar, cuestionar testimonios sirven para preguntarnos por nuestra vocación a vivir nuestra vida como Cristianos. Lo que tienen en común personas de nuestro mundo con otras tan lejanas en el tiempo como Pedro Poveda, Santa Teresa de Jesús, San Ignacio de Loyola y un largo etcétera es que en todos los casos profesan un amor real por la persona de Jesucristo.

Ese mismo amor, es el que sienten hoy las personas del siglo XXI, el mismo que nosotros/as estamos llamados a cultivar. El lema de la última JMJ celebrada en Madrid “Arraigados y edificados en Cristo, firmes en la Fe” ilumina el camino a seguir para lograrlo. Resuenan igualmente con fuerza las palabras de Juan Pablo II en las Jornadas Mundiales de la Juventud de Roma (año 2000), cuando instaba a los Jóvenes a convertirse en “los Santos y santas del nuevo Milenio”. ¿Por qué no vamos a poder serlo? Personas con más o menos fe lo han ido consiguiendo a lo largo de los siglos… Sólo hay que fiarse de Él y aceptar su voluntad… Como cuando los discípulos Juan y Andrés decidieron seguirlo aún sin saber a dónde irían… O como cuando Abraham puso en las manos de Dios la vida de su hijo Isaac.

Pongamos nuestras vidas en sus manos, rememos mar adentro hasta “mojarnos” en la realidad que nos rodea, pero sabiendo que Él es quien nos conduce. Desde la certeza de que Él nos acompaña, ¿qué tememos? Podemos actuar, denunciar, construir, inspirar, arrojar luz sobre este mundo y este tiempo que nos ha tocado vivir… Es más, tenemos la obligación de hacerlo. Creo que nuestra misión pasa por prolongar esta historia de amor entre Dios y los hombres, y ser testimonio e instrumento para trabajar en la justicia de los Pueblos.

Dejémonos embaucar por su mirada, por su amor, no tengamos miedo… Ya lo decía la Santa que confío su vida plenamente a Él: “Nada te turbe. Nada te espante. Quién a Dios tiene nada le falta.” 

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