En aquel tiempo, Jesús se llevó a Pedro, a Santiago y a Juan, subió con ellos solos a una montaña alta, y se transfiguró delante de ellos. Sus vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador, como no puede dejarlos ningún batanero del mundo. Se les aparecieron Elías y Moisés, conversando con Jesús. Entonces Pedro tomó la palabra y le dijo a Jesús: «Maestro, ¡qué bien se está aquí! Vamos a hacer tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.» Estaban asustados, y no sabía lo que decía. Se formó una nube que los cubrió, y salió una voz de la nube: «Este es mi Hijo amado; escuchadlo.» De pronto, al mirar alrededor, no vieron a nadie más que a Jesús, solo con ellos. Cuando bajaban de la montaña, Jesús les mandó: «No contéis a nadie lo que habéis visto, hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos.» Esto se les quedó grabado, y discutían qué querría decir aquello de «resucitar de entre los muertos». (Mc 9, 2-10)
Por Redacción AJ. El ciclo litúrgico suele llevarnos por
algunos episodios de los evangelios de forma reiterativa. Todos somos
conscientes de que los textos que así se repiten responden a experiencias
importantes y significativas para Jesús y sus discípulos, así como para las
primeras comunidades cristianas. Nosotros somos un eslabón más de esa cadena de
creyentes. Sin embargo, a fuerza de leer y rezar estos textos año tras año,
corremos el riesgo de pensar “ah sí, el bautismo o la transfiguración” y caer en
creernos que lo que en su momento nos dijo puede seguir valiéndonos o,
expresado de otro modo, que ya no tiene nada nuevo que decirnos. Hace una año,
comentábamos en este espacio este mismo texto.
¿Qué decir de nuevo hoy? El
texto puede ser el mismo, pero las circunstancias personales y sociales en las
que nos encontramos son distintas, naturalmente.
¿Cómo entender hoy este pasaje, tan lleno de simbolismos y
mensaje? Os invito a contemplar vuestra vida y dejar resonar en vuestro
interior: “Este es mi Hijo Amado, escuchadle”. ¿En cuántas ocasiones he
experimentado estas palabras dichas para mí? ¿Qué momentos han sido “fundantes”
de mi fe?
Algunos de vosotros tenéis una cuenta Facebook y, según
parece, en la nueva versión se nos da la oportunidad de hacer la biografía.
¿Qué pondrías o has puesto en ella? ¿Qué no has puesto quizás por pudor? ¿Cómo
aparece o aparecería tu historia de fe? ¿Has considerado la posibilidad de
integrar esta dimensión al hacer esa biografía?
Cuaresma es cambio de conversión y me pregunto: ¿A qué
conversión fuiste invitado o invitada en aquellos momentos? Lógicamente ha
pasado el tiempo y es muy probable que algunas de las decisiones u opciones a
las que te sentiste movido hayan permanecido, otras hayan ido matizándose y
puede que alguna se te haya quedado sepultada por el cúmulo de invitaciones y
llamadas que recibes en tu vida. ¿Hay algo que necesites recuperar o renovar o
resucitar en tu vida?
Si dedicas un tiempo a repasar tu biografía (al margen de
Facebook), date un tiempo para valorar sencillamente, ante el Señor, cómo va tu
proyecto personal. Ese que un día te sentiste movido a tomar en peso porque no
se podía quedar igual después de la experiencia del encuentro personal con Él. Aprovecha
este tiempo de conversión para volverte hacia Él con todo tu ser, para volverte
hacia su proyecto de amor y ternura.
Francesc Tous traía (implícitamente) la pregunta sobre los
criterios evangélicos en su comentario del lunes "Lo evidente y lo enmarañado". Quizás los podamos abordar en
otro momento. Sin embargo, sí que me parece que podemos decir el amor es el
principal. San Agustín dijo “ama y haz lo que quieras” como ya hemos comentado
en otras ocasiones. Quién se sienta a tu mesa, en el más amplio sentido de la
palabra, es otro: La mesa del banquete. Jesús optó por sentarse a la mesa con
publicanos, prostitutas y pecadores, aunque eso significara enfrentarse al
estamento religioso. ¿Sentarnos por sentarnos? La cuestión es: ¿por qué se
sentaba Jesús con ellos?, ¿qué imagen del Dios de Jesús se nos muestra en la
Buena Noticia?
Carlos R. Cabarrús nombra algunas pistas más en su libro “La
danza de los íntimos deseos” (Desclée De Brower), que desde aquí recomendamos
encarecidamente para este y cualquier otro tiempo: construir el amor,
conciencia solidaria, comportamiento ético, principio de beneficiencia, etc.
A la luz de estos criterios podemos leer la vida en el momento actual y acoger la invitación a la conversión, desde la experiencia fundante de sabernos hijos e hijas amados y deseados.
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