“Apenas se hizo de día, los sumos sacerdotes, con los ancianos, los escribas y el Sanedrín en pleno, se reunieron, Y, atando a Jesús, lo llevaron y lo entregaron a Pilato. (…) Y Jesús, dando un fuerte grito, expiró. El velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo. El centurión, que estaba enfrente, al ver cómo había expirado, dijo: «Realmente este hombre era Hijo de Dios.»” (Marcos 15, 1-39)
Por Redacción AJ. Con el Domingo de Ramos nos asomamos a la
Semana Santa y con ello a lo que hemos de vivir y celebrar en este tiempo:
la Pasión del Señor. Una experiencia de entrega total desde la que se entiende
la vida entera de Jesús. Solo después de la muerte y resurrección de Cristo los
discípulos pudieron entender su vida. Solo después de contemplar cómo fue
asesinado, con la sentencia más ignominiosa de entonces, la cruz, puede
entenderse el shock del que tuvieron que salir sus discípulos y Jesús mismo, me
atrevo a decir.
Pablo nos resume así en su carta a los Filipenses la lectura
de la vida de Jesús (2ª lectura del domingo de Ramos):
“Cristo, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos. Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz. Por eso Dios lo levantó sobre todo y le concedió el «Nombre-sobre-todo-nombre»; de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra, en el abismo, y toda lengua proclame: Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre.”
La vida de una persona se puede leer y entender mirando
hacia atrás. No hablan de nosotros las intenciones, las declaraciones de lo que
vamos a hacer, sino lo que hemos vivido en la vida, lo que hemos hecho verdad
con nuestras acciones (y omisiones) y nuestros gestos.
Desde hace unas semanas tengo muy presente a Monseñor Oscar
Romero. Tener por delante el encuentro de Militantes y el tema de qué significa ser Iglesia hoy, me invitaban a dar muchas gracias
por su vida, como por la de Pedro Poveda. Oscar Romero, que era un buen hombre,
obispo (y por lo tanto con un recorrido de fe en su vida, no era un recién
bautizado), tuvo la gracia de dejarse convertir, de nuevo, por la realidad y por Dios en ella. Un amigo le había regalado un par de zapatos el día de su nombramiento para que pudiera caminar y ver la realidad del pueblo. Desde la compasión con la gente sencilla recibió la gracia de tener el valor suficiente para denunciar el
daño que sus hermanos del ejército estaban haciendo a tanta y tanta gente
humilde, sencilla y oprimida. Dios estaba en el origen de ese valor, no tengo
duda de ello ("La gracia precede siempre al movimiento o al esfuerzo del ser humano" dice Simone Pacot en su libro "¡Vuelve a la vida!"). Te invito a que puedas escuchar el final de su última homilía el quinto domingo de Cuaresma de hace 32 años. Unos días después le asesinaron.
Hay mucha otra gente que entrega su vida (de golpe o a
poquitos) de forma callada, sin salir en las noticias. Tengo muy presente estos
días a un amigo de una amiga mía. Iba de viaje de trabajo camino de casa y vio
un accidente. Paró, se puso su chaleco reflectante y se acercó al coche
accidentado. Mientras preguntaba cómo estaban a los del interior del vehículo,
otro coche impactó con ellos, llevándosele por delante. Ha perdido una pierna y
están luchando por conseguir salvarle la que le queda. Ayer le contaba a mi
amiga que él había sido criado en un colegio católico y que aunque últimamente
no era practicante, sí sentía que aquella educación le había marcado. Cuando
vio el accidente no dudó en ir a ayudar. Hoy, unas semanas después dice que no
se arrepiente de haberlo hecho, aunque le duele que los del vehículo
accidentado no se hayan interesado por él. Pido por él como por tanta otra
gente que están asediados por el dolor, la injusticia, el paro, la enfermedad. la violencia, el miedo.
Y me pregunto, ¿cómo vivirán la Semana Santa? ¿Cómo mirarán al Crucificado
desde su realidad? Porque no tengo duda de cómo les mira el Crucificado a ellos…
En su libro “Ventanas que dan a Dios”, José Antonio García
dedica un capítulo al dolor: “Dolor del mundo, dolor de Dios”. En él dice: “La
afirmación de J. Moltmann de que toda teología que pretenda ser cristiana ha de
comenzar por el Calvario, es decir, por la Cruz de Jesucristo, puede parecer
exagerada, pero encierra una gran verdad. Es ahí, en la figura del Crucificado,
donde se nos revela quién es Dios realmente y quién no es; hasta qué punto el
Dios de Jesucristo es y se comporta de un modo distinto de cómo el ser humano
piensa y desea instintivamente que debería ser y comportarse. (…)
Reconozcámoslo: lo primero que hace brotar en nosotros el dolor y el
sufrimiento humano –el nuestro o el de los demás- no es precisamente la
adoración a Dios, sino la duda sobre él. (…) Eso es lo que afirma la fe
cristiana. Dios estaba en la cruz de Jesucristo sufriendo de alguna manera su
mismo sufrimiento… Dios estaba con él sosteniendo su fe y su esperanza para no
desfallecieran… Dios estaba con él recibiendo su muerte y resucitándolo de
entre los muertos. Y dado que Jesús muere y es resucitado como el Primero de
muchos hermanos, Dios está con todos ellos, en su sufrimiento y en su muerte,
como estuvo en Jesús. Sin duda alguna, este modo de no estar y de estar de Dios
en el Crucificado nos fuerza a modificar la imagen que tenemos de él. (…) Así
es como se transforma, de roca del ateísmo, en lugar teológico del encuentro
con Dios, en ventana hacia su Ser más verdadero y hacia su Presencia com-padecida.”
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