Por Silvia Ferrandis para Alandar. Justo hace ahora un año aprovechaba éste mi turno de palabra
para lanzaros una pregunta, que para mí en ese momento emergía con rotundidad
ante una realidad local y global en permanente espera. Así, quizá con cierto
atrevimiento, afirmaba en voz alta: "Podemos ser protagonistas", para
a continuación preguntaros: ¿Queremos?
Pocos meses después, en mayo, en nuestro país, donde parecía
que ya nunca pasaba nada, ocurriese lo que ocurriese, un grupo de jóvenes, de
personas, de familias, de ciudadanos y ciudadanas se lanzaron a las calles, a
ocupar las plazas, el espacio público, a hacerse ver y escuchar, a proponer, a
preguntarse, pero sobre todo a reivindicar que las personas existimos, que
respiramos, que lo que unOs pocOs deciden afecta a miles de millones de
personas.
Hay quien pensará, con no poca razón, que solo se pasa del
malestar a la acción cuando nos afecta en primera persona la injusticia
criminal de este mundo surrealista en el que las personas son lo último...
¿desde el principio de la humanidad? Sea como fuere, nunca es tarde y,
precisamente por justicia, tampoco podemos desconocer a quienes se esforzaron y
esfuerzan, quienes seguiremos esforzándonos con humildad para darle, de una vez
por todas, la vuelta a la tortilla.
Pues bien, si hace un año me/os preguntaba por qué las
personas estábamos rechazando el papel protagonista en nuestra propia historia
-un protagonismo usurpado por los siglos de los siglos, al que ni siquiera nos
planteamos optar, como si no fuera para nosotras y nosotros- hoy la pregunta,
la reflexión, se convierte en exigencia.
Poveda nos dejó dicho a quienes formamos la Institución Teresiana "ahora como nunca...". Llevo dándole vueltas a estas
palabras desde la adolescencia y en todo momento me han parecido rabiosamente
actuales. Para mí siempre ha sido "ahora como nunca", siempre.
Y quién puede decir hoy lo contrario, quién puede ignorar
que nunca como ahora la realidad nos apremia, nos necesita y exige que
definitivamente asumamos nuestra responsabilidad como ciudadanos y ciudadanas.
Los porqués, aunque obvios, conviene recordarlos.
Nos enfrentamos a una crisis global sistémica que afecta a
todas las personas independientemente del lugar de nacimiento y residencia, en
países enriquecidos y empobrecidos. Una realidad mundial en la que cada vez es
más patente, porque ya ni se oculta, que se han apropiado de las decisiones,
que las tienen unOs pocOs. Y que el resto, todas y todos, estamos excluidos, a
expensas de que nos digan por dónde y en qué forma tiene que discurrir nuestra
vida. Es un sistema en el que las
personas no pintamos nada, en nuestro contexto vivimos para trabajar, quien
puede y al precio que sea, hasta no tener familia por no poderla atender. Es el
mundo al revés, que sin duda merece otra reflexión en torno a la apuesta
crucial por un nuevo modelo social, de "desarrollo", sostenible, en
el que todas las personas vivamos una vida que merezca la pena ser vivida...
Pero lo dejo para otro día.
Este capitalismo infame, prácticamente exportado, a la fuerza, a cada rincón del planeta, tiene su origen en un modelo patriarcal, que defiende la supremacía del poderoso (del macho alfa) y que ha determinado un "orden social" aparentemente inamovible. Este desorden social está asentado en una inequitativa distribución de las riquezas y recursos (acceso/uso/poder) y en la permanente vulneración de los derechos humanos (sociales, culturales y económicos), colectivos e individuales.
Un sistema que nos están obligando a parchear a base de
pedirnos "un esfuerzo más". Qué barbaridad. Tenemos que esforzarnos
quienes no hemos dejado de hacerlo nunca y no quienes manejan los hilos, no
quienes se aprovechan de él y lo han exprimido hasta agotarlo. Y en lugar de
salir a la calle, a hacer ejercicio ciudadano crítico y responsable, seguimos
agachando la cabeza y apretando los dientes, reduciendo nuestras fuerzas a
conversaciones sin final, en familia, con amigos/as, que apenas valen de
desahogo.
Pero cuánto podemos aguantar, qué tiene que pasar más para
que nos convenzamos de que no hay otra, de que somos la ciudadanía global la
que tiene que revertir esta situación y empezar a trabajar por la personas, por
todas y cada una. Cuándo dejaremos de ser meras piezas sustituibles de un
engranaje que ya no funciona, si alguna vez lo hizo.
La tendencia del "no podemos hacer nada" hoy
todavía se acrecienta más, incluso para quienes sí lo intentábamos. La
tentación es rendirnos, ante la tristeza de ver que ni sufriéndolo de cerca
somos capaces de reaccionar. Pero, cuidado, que ahí sí nos ganan la partida.
Entonces trato de recordar esos otros rostros, nombres, pasados y presentes,
cristianos y no cristianos, que comparten mi camino, el de hacer visible el
Reino.
Y es que cada vez somos más las personas conscientes de que
es nuestra responsabilidad ejercer y exigir el cumplimiento de los derechos
humanos a quienes tienen la obligación de su cumplimiento. Las que tratamos de
dar ejemplo de otros modos de comportarnos y relacionarlos. Lo personal es
político, todo en nuestra vida es política, todo. Por eso, ahora como nunca,
hemos de reconocernos parte del problema y parte de la solución. Estudiarnos,
analizarnos individual y colectivamente para proponer alternativas y
representarnos a nosotras/os mismos, ya que ahora no lo hace nadie, quizá sí a
los bancos, a los mercados, pero no a la personas.
Frente a la globalización de la crisis financiera, política
y económica, ha de globalizarse la solidaridad y el ejercicio real de
ciudadanía corresponsable, pues mi bienestar ya no es posible sin el tuyo,
estés donde estés, desde la idea del buen vivir, tan lejana hoy. En esa ciudadanía
global, la juventud tiene un papel principal y no es discurso, es nuestra
oportunidad de construir otra sociedad para nosotras/os y quienes nos sigan.
Decir hoy Qué punto ser joven, puede resultar hasta insultante. Con 28 años,
entre mis amigas/os, mayoritariamente universitarios y rondando los 30, tengo
más de cinco y seis en el paro, otros tantos emigrados por Europa o estudiando
segundas carreras, másteres o de vuelta a la casa familiar, pero solo uno o dos
que hayan podido comprarse una casa, poquitos/as trabajan de lo que se formaron
o tiene sueldos dignos... y podría seguir dando ejemplos.
Y es que el punto no te lo da la juventud, se lo hemos de
poner, hemos de confiar y creernos que tenemos algo que decir y muchísimo por
hacer. Es tiempo de ser valientes y asumir riesgos, de conquistar el mundo… y
lo tenemos que hacer contigo, con todos y todas. Nunca como ahora ejerciendo
ciudadanía.
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