Por Óscar Mateos. No descubro nada si afirmo que atravesamos un momento histórico. No es sólo la magnitud de la crisis, son las convulsiones sociales y la intensidad con que se están produciendo, son los nuevos medios y redes sociales, los nuevos lenguajes, los nuevos relatos…Síntomas todos de que algo, a lo mejor, está cambiando en nuestra sociedad. Síntomas, a lo mejor, de que nos encontramos en un profundo corrimiento de tierras y no sólo en una simple crisis económica. Pero esto no lo digo yo, lo anuncian a menudo algunos sociólogos, y seguramente, todos, desde nuestra cotidianeidad percibimos que algo profundo se está produciendo. No sabemos si bueno o malo. Sólo intuimos que el mañana ya no será como el ayer, que nos encontramos, seguramente, ante un cambio de época.
La historia social nos demuestra que los procesos históricos son lentos, que las transformaciones muchas veces son silenciosas, pero sobre todo, que nunca es el fin de la historia, que nada es para siempre. Probablemente, Juan Luís Vives, Tomás Moro o Erasmo de Rotterdam intuían que cuando se dirigían a sus contemporáneos en pleno siglo XVI, lo hacían ya desde el desparpajo que suponía dejar atrás las sombras de la Edad Media y del sistema feudal; probablemente, los padres de la Ilustración, los que redactaron la Enciclopedia dando un portazo definitivo al mundo teocéntrico que todavía coleaba en Europa, intuían que algo importante se estaba produciendo; los socialista utópicos, y más tarde Marx o Bakunin, vieron con sus ojos como toda una sociedad proletaria era capaz de empezar a poner límites a una Revolución Industrial terriblemente despiadada con las condiciones de vida de millones de personas. Lean a Emile Zola, y verán como en su Germinal, escrito en plena crisis de la década de 1870, el propio título de su obra quería reflejar que algo estaba germinando, un nuevo sujeto histórico, en este caso el movimiento obrero, que iba a transformar por completo el futuro de la Europa que estaba por llegar.
¿Nos encontramos en uno de esos momentos? Sin perspectiva histórica es difícil y arriesgado afirmarlo con rotundidad. Seguramente, ni Vives, ni Moro, ni Marx, ni Zola, sabían con certeza que estaban siendo protagonistas (y, en su caso, inductores activos de un cambio profundo), pero sí intuían que algo importante estaba teniendo lugar. Tampoco lo sabemos nosotros. Nuestros sociólogos, politólogos o científicos arrojan datos e intuiciones que podrían indicar que algo se está cociendo en este sentido.
Pero, ¿qué es exactamente lo que se cuece? Existen, en mi opinión, tres grandes síntomas de cambio profundo. El primero se encuentra en el terreno de los relatos. Los textos de Stephan Hessel, Indignaos!; el oscarizado documental Inside Job; el contundente Manifiesto de economistas aterrados, o el libro coral Reacciona, se han erigido en una parte del hilo argumental que está tratando de explicar la crisis económica, pero sobre todo la necesidad de que la sociedad de consumo, adormecida paulatinamente en los últimos 30 años, recupere el destino de sus vidas y el significado auténtico de la palabra democracia. No es casualidad que todos estos nuevos relatos, ocupen un destacado lugar en el número de ventas: Hessel fue el autor más vendido en el último Sant Jordi, mientras que Inside Job lleva ya más de dos meses en carteleras y ampliando el número de salas en las que se está proyectando. Junto a este hecho, considero igualmente significativo la emergencia de tres figuras nonagenarias como iconos de toda una generación. Sí, personas de casi un siglo de vida, se han levantado con profunda indignación para advertirnos a nosotros, herederos de sus conquistas sociales, que estamos atravesando un momento de preocupante regresión social y democrática. Además de Hessel, del que seguro ya saben obra y milagros, me refiero a José Luis Sampedro o al recientemente fallecido Ernesto Sábato, quien desde las páginas de La resistencia ya advertía hace diez años sobre la deriva de nuestra sociedad.
El segundo síntoma es la proliferación de iniciativas sociales en los últimos meses. El estallido de movimientos de protesta, manifestaciones, acampadas, plataformas, colectivos, asociaciones o simplemente individuos que alzan su voz para decir basta creo que tiene pocos precedentes. Seguramente aquí peco de cierta miopía histórica y podrán decir ustedes que el mayo del 68, la primavera de la Europa del este, el movimiento altermundialista o las movilizaciones contra la guerra de Irak, también fueron momentos de gran efervescencia social. No lo niego. Pero, a lo mejor, una parte de la movilización actual es también heredera de todos esos movimientos precedentes y complementarios, y solo a lo mejor, los movimientos actuales son más amplios y han logrado trasladar a una población que ve cada día más mermados sus derechos sociales, la necesidad de retomar el timón de la historia. Y aquí también es nuevo, o al menos se manifiesta con una contundencia para mí sin precedentes, el cuestionamiento de las instituciones tradicionales, entre ellas los propios sindicatos y los partidos de izquierda. Y como no, el impacto de las redes sociales en esta quizá nueva cultura política y de acción colectiva, que esquiva los canales tradicionales, que es capaz de poner en jaque a todo un sistema político logrando que una palabra de denuncia se convierta en trending topic.
Finalmente, el tercer síntoma tiene que ver con los posibles horizontes. ¿Será esta efervescencia social flor de un solo día? ¿O nos está indicando cambios profundos? ¿El final de esta etapa será volver a la normalidad de antaño, recuperando los índices de crecimiento macroeconómico habituales, apuntalando nuestro maltrecho Estado del Bienestar o bien controlando un poco más los mercados financieros? ¿No tienen la sensación de que estamos en un punto de inflexión? ¿No perciben a su alrededor un todavía incipiente pero profundo debate sobre la democracia, sobre Europa, sobre el individuo en la sociedad de consumo? ¿No se sienten profundamente desconcertados y angustiados sobre el devenir, pero a la vez expectantes, inquietos, protagonistas de una etapa histórica?
La historia social nos demuestra que los procesos históricos son lentos, que las transformaciones muchas veces son silenciosas, pero sobre todo, que nunca es el fin de la historia, que nada es para siempre. Probablemente, Juan Luís Vives, Tomás Moro o Erasmo de Rotterdam intuían que cuando se dirigían a sus contemporáneos en pleno siglo XVI, lo hacían ya desde el desparpajo que suponía dejar atrás las sombras de la Edad Media y del sistema feudal; probablemente, los padres de la Ilustración, los que redactaron la Enciclopedia dando un portazo definitivo al mundo teocéntrico que todavía coleaba en Europa, intuían que algo importante se estaba produciendo; los socialista utópicos, y más tarde Marx o Bakunin, vieron con sus ojos como toda una sociedad proletaria era capaz de empezar a poner límites a una Revolución Industrial terriblemente despiadada con las condiciones de vida de millones de personas. Lean a Emile Zola, y verán como en su Germinal, escrito en plena crisis de la década de 1870, el propio título de su obra quería reflejar que algo estaba germinando, un nuevo sujeto histórico, en este caso el movimiento obrero, que iba a transformar por completo el futuro de la Europa que estaba por llegar.
¿Nos encontramos en uno de esos momentos? Sin perspectiva histórica es difícil y arriesgado afirmarlo con rotundidad. Seguramente, ni Vives, ni Moro, ni Marx, ni Zola, sabían con certeza que estaban siendo protagonistas (y, en su caso, inductores activos de un cambio profundo), pero sí intuían que algo importante estaba teniendo lugar. Tampoco lo sabemos nosotros. Nuestros sociólogos, politólogos o científicos arrojan datos e intuiciones que podrían indicar que algo se está cociendo en este sentido.
Pero, ¿qué es exactamente lo que se cuece? Existen, en mi opinión, tres grandes síntomas de cambio profundo. El primero se encuentra en el terreno de los relatos. Los textos de Stephan Hessel, Indignaos!; el oscarizado documental Inside Job; el contundente Manifiesto de economistas aterrados, o el libro coral Reacciona, se han erigido en una parte del hilo argumental que está tratando de explicar la crisis económica, pero sobre todo la necesidad de que la sociedad de consumo, adormecida paulatinamente en los últimos 30 años, recupere el destino de sus vidas y el significado auténtico de la palabra democracia. No es casualidad que todos estos nuevos relatos, ocupen un destacado lugar en el número de ventas: Hessel fue el autor más vendido en el último Sant Jordi, mientras que Inside Job lleva ya más de dos meses en carteleras y ampliando el número de salas en las que se está proyectando. Junto a este hecho, considero igualmente significativo la emergencia de tres figuras nonagenarias como iconos de toda una generación. Sí, personas de casi un siglo de vida, se han levantado con profunda indignación para advertirnos a nosotros, herederos de sus conquistas sociales, que estamos atravesando un momento de preocupante regresión social y democrática. Además de Hessel, del que seguro ya saben obra y milagros, me refiero a José Luis Sampedro o al recientemente fallecido Ernesto Sábato, quien desde las páginas de La resistencia ya advertía hace diez años sobre la deriva de nuestra sociedad.
El segundo síntoma es la proliferación de iniciativas sociales en los últimos meses. El estallido de movimientos de protesta, manifestaciones, acampadas, plataformas, colectivos, asociaciones o simplemente individuos que alzan su voz para decir basta creo que tiene pocos precedentes. Seguramente aquí peco de cierta miopía histórica y podrán decir ustedes que el mayo del 68, la primavera de la Europa del este, el movimiento altermundialista o las movilizaciones contra la guerra de Irak, también fueron momentos de gran efervescencia social. No lo niego. Pero, a lo mejor, una parte de la movilización actual es también heredera de todos esos movimientos precedentes y complementarios, y solo a lo mejor, los movimientos actuales son más amplios y han logrado trasladar a una población que ve cada día más mermados sus derechos sociales, la necesidad de retomar el timón de la historia. Y aquí también es nuevo, o al menos se manifiesta con una contundencia para mí sin precedentes, el cuestionamiento de las instituciones tradicionales, entre ellas los propios sindicatos y los partidos de izquierda. Y como no, el impacto de las redes sociales en esta quizá nueva cultura política y de acción colectiva, que esquiva los canales tradicionales, que es capaz de poner en jaque a todo un sistema político logrando que una palabra de denuncia se convierta en trending topic.
Finalmente, el tercer síntoma tiene que ver con los posibles horizontes. ¿Será esta efervescencia social flor de un solo día? ¿O nos está indicando cambios profundos? ¿El final de esta etapa será volver a la normalidad de antaño, recuperando los índices de crecimiento macroeconómico habituales, apuntalando nuestro maltrecho Estado del Bienestar o bien controlando un poco más los mercados financieros? ¿No tienen la sensación de que estamos en un punto de inflexión? ¿No perciben a su alrededor un todavía incipiente pero profundo debate sobre la democracia, sobre Europa, sobre el individuo en la sociedad de consumo? ¿No se sienten profundamente desconcertados y angustiados sobre el devenir, pero a la vez expectantes, inquietos, protagonistas de una etapa histórica?
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