sábado, 5 de febrero de 2011

Sois la sal de la tierra

“En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Vosotros sois la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salarán? No sirve más que para tirarla fuera y que la pise la gente. Vosotros sois la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad puesta en lo alto de un monte. Tampoco se enciende una lámpara para meterla debajo del celemín, sino para ponerla en el candelero y que alumbre a todos los de casa. Alumbre así vuestra luz a los hombres, para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en el cielo»”.


De Redacción A.J. Ocurre algunas veces que los cristianos nos preguntamos cómo podemos ser sal de la tierra y luz del mundo, y no está mal que, de vez en cuando, nos hagamos esta pregunta que nos invita a mirar la realidad, a nuestra sociedad, a nuestros grupos, a nuestra iglesia; que nos invita a preguntarnos dónde hay falta de sabor o de luz.

Sin embargo, este domingo nos podemos fijar en que Jesús, en este evangelio, no dice “tenéis que ser sal de la tierra y luz del mundo”. Él se dirige a sus discípulos, y simplemente lo afirma: “Vosotros sois la sal de la tierra (…) Vosotros sois la luz del mundo”.
Con estas imágenes sencillas, tomadas de la vida cotidiana y fáciles de entender, Jesús dirige a sus discípulos unas palabras que son palabras de aliento y que encierran todo un programa.
Palabras de aliento porque la sal es algo aparentemente insignificante: para cumplir su misión, la sal tiene que mezclarse bien con la comida, hasta tal punto que no se puede decir dónde está, pero su presencia se nota, y su ausencia todavía más. También sabemos que la luz no se enciende para esconderla: la luz aporta claridad, permite ver donde no se veía, no tiene sentido tratar de esconder la luz.
También a nosotros, cristianos hoy, nos alientan estas palabras de Jesús. Puede que seamos pocos, que incluso nos sintamos insignificantes, sin embargo, mezclados, insertos en la realidad, experimentamos que vivir el evangelio da sabor y hondura, sentido y luz a la vida. Experimentamos también que no podemos –ni queremos- esconder lo que hemos recibido: la llamada a vivir al estilo de Jesús, un estilo que nos hace plenamente humanos: compasivos, alegres, fraternos, audaces…

Jesús advierte también que la sal puede volverse sosa, y entonces ya no sirve porque no cumple su misión. Y es que los cristianos podemos volvernos “sosos”, que es tanto como decir que podemos dejar de vivir en cristiano... entonces, tal vez seguiremos mezclados entre la gente, incluso puede que figuremos entre las filas de grupos cristianos, pero nuestra presencia no será significativa, no dará sabor, no aportará sentido.
Así pues, somos la sal y la luz cuando vivimos como seguidores de Jesús: mezclados entre la gente, creyendo en el sabor que aporta el evangelio.
Somos sal y luz cuando mezclados entre la gente, insertos en la realidad, no nos escondemos y dejamos transparentar la luz del evangelio que hemos recibido.

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