viernes, 28 de mayo de 2010

El suspiro de la nostalgia

"En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: - «Muchas cosas me quedan por deciros, pero no podéis cargar con ellas por ahora; cuando venga él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad plena. Pues lo que hable no será suyo: hablará de lo que oye y os comunicará lo que está por venir. Él me glorificará, porque recibirá de mí lo que os irá comunicando. Todo lo que tiene el Padre es mío. Por eso os he dicho que tomará de lo mío y os lo anunciará.»" (Jn 16, 12-15)
Por Redacción AJ. Dice Ernesto Cardenal en su libro "Vida en el amor" (pp. 32-33):
"Y conservamos en nuestro ser y en todos nuestros movimientos el recuerdo de Dios, de donde hemos salido, aun cuando estamos lejos de Dios, como esos animales marinos que siguen recordando el mar en el laboratorio y se mueven todos los días de acuerdo con el ritmo de las mareas, aun cuando estén lejísimos del mar. El corazón del Padre tampoco puede descansar hasta que la creación entera, como el Hijo Pródigo, regrese a su seno. Somos objeto de una infinita nostalgia por parte del Padre, y el Espíritu Santo es el suspiro de esa nostalgia."
Fuimos creados por amor y, por amor, por fidelidad de Dios hacia nosotros y nosotras, hemos recibido el regalo del Espíritu Santo.

Fuimos creados por amor y, desde ese amor, somos objeto de anhelo y nostalgia por parte de Dios, quien nos llama a ser la mejor versión de la criatura creada y criada con todo cuidado.

Fuimos creados por amor y, gracias a ese amor, somos capaces de buscarle y encontrarle en el encuentro con el prójimo, en el próximo y en el lejano.

Fuimos creados por amor y, por esta misma razón, Dios se da cita con el ser humano en la humanidad. Lo hizo en la persona de Jesús, lo hace con su acción vivificadora, real pese a ser intangible, en nuestras vidas mediante el Espíritu Santo.

Leyendo el libro "Memorias de Idhun" de Laura Gallego, me encontré con una imagen de los dioses en la que aparecían totalmente ajenos a la vida de los protagonistas, preocupados por ellos mismos, sus luchas, sus idas y venidas, creando nuevos mundos según se agotaban los anteriores, sin mostrar la más mínima preocupación por sus habitantes. Sentí pena... Me pregunté cuántos adolescentes leerían el libro y a cuántos de ellos se les "colaría" esta imagen en el concepto que puedan tener de Dios.

No pude evitar ver una teología diametralmente opuesta a la cristiana, en la que Dios se hace presente en nuestras vidas y nos da a sentir su anhelo, su deseo, como en su momento lo reconocieron Santa Teresa, Pedro Poveda, Josefa Segovia y tantos otros cristianos a lo largo de los siglos. San Ignacio, habla en sus ejercicios de un tipo de experiencia de Dios en la que la persona se siente «sin dudar, ni poder dudar». «Nos hiciste, Señor, para ti y nuestro corazón está inquieto, hasta que descanse en ti» y «Más íntimo que lo íntimo mío», decía (San Agustín).

La cuestión es ¿cómo crear espacios de interioridad que nos permitan hacer silencio para poder oír en medio de tanto ruido y tanta prisa?
"La Palabra de Dios es una palabra que sólo se nos revela en el silencio. Él está en el fondo de cada ser, y está dentro de nosotros mismos. Para encontrarlo a Él no es necesario caminar lejos, ni salir de uno mismo. Y no es necesario caminar lejos para encontrar la felicidad sino que basta encontrarse a uno mismo. Basta descender al fondo del propio ser y descubrir la propia identidad (que es Dios). Pero los hombres modernos tratan siempre de huir de ellos mismos. No pueden estar nunca ni callados ni solos porque eso sería estar con ellos mismos, y por eso los lugares de diversión y los cines están llenos de gente. Y si alguna vez quedan solos y están a punto de enfrentarse con Dios, [encienden] la radio o la televisión." (E. Cardenal)

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