En aquel tiempo, Jesús habló a la gente y a sus discípulos, diciendo: “Los maestros de la ley y los fariseos son los encargados de interpretar la ley de Moisés. Por lo tanto, obedecedlos y haced lo que os digan. Pero no sigáis su ejemplo, porque dicen una cosa y hacen otra. Atan cargas pesadas, imposibles de soportar, y las echan sobre los hombros de los demás, mientras que ellos mismos no quieren tocarlas ni siquiera con un dedo. Todo lo hacen para que la gente los vea. Les gusta llevar sobre la frente y en los brazos cajitas con textos de las Escrituras, y vestir ropas con grandes borlas. Desean los mejores puestos en los banquetes, los asientos de honor en las sinagogas, ser saludados con todo respeto en la calle y que la gente los llame maestros.Pero vosotros no os hagais llamar maestros por la gente, porque todos sois hermanos y uno solo es vuestro Maestro. Y no llaméis padre a nadie en la tierra, porque uno solo es vuestro Padre: el que está en el cielo. Ni os hagáis llamar jefes, porque vuestro único Jefe es Cristo. El más grande entre vosotros debe servir a los demás. Porque el que a sí mismo se engrandece será humillado; y el que se humilla, será engrandecido.”Mt 23, 1-12
Por Redacción AJ. Este fragmento del evangelio de este domingo es la introducción a un largo capítulo de Mateo, el 23, en el que Jesús formula siete fuertes acusaciones a los escribas y fariseos (23, 13-36) y termina anunciando la próxima ruina de Jerusalén (23, 37-39). En el texto que nos convoca podemos distinguir dos partes: (vv. 1-7) Jesús está denunciando la hipocresía de escribas - maestros de la ley- y de fariseos criticando el doble rasero que utilizaban para medir y su orgullo y prepotencia. En la segunda parte (vv. 8-12) Jesús se dirige directamente a sus discípulos “a vosotros” y les advierte contra el afán de títulos –muy propios de las escuelas rabínicas de su época-. Los cristianos, los seguidores de Jesús, somos todos hermanos en la iglesia, hijos e hijas de un mismo Padre, guiados por un mismo pastor y maestro, Cristo, que siendo el “primero” se humilló hasta tomar la condición de esclavo, como nos recuerda el apóstol Pablo.
Con un estilo que recuerda al Sermón de la Montaña, Jesús dice a sus discípulos, nos dice a nosotros, que hemos de ser y actuar de manera diferente a como suelen hacerlo escribas y fariseos –los maestros de la ley y los “perfectos”-. Y nos va ofreciendo ejemplos muy concretos: que nuestro mayor deseo sea el de servir; que nuestra comunidad tenga como objetivo ser verdaderamente fraterna, comunidad de hermanos y hermanas que saben que la mayor dignidad que tienen es el ser hijos e hijas del mismo Padre…
Esta manera de obrar, y sólo ésta, es la que puede ser reveladora de Padre y constructora del Reino. No sólo es importante lo que decimos o predicamos con los labios, sino también cómo lo decimos y cómo damos testimonio de ello con nuestra vida, con nuestra actitud y con nuestra manera de relacionarnos con las demás personas. Podemos vivirnos y relacionarnos como hijos únicos y queridos con el Padre, pero se nos invita a que nos miremos y nos vivamos como hermanos de todos los otros hijos e hijas únicos y queridos de nuestro Padre, y que como hermanos nos relacionemos, ni dueños, ni señores, ni subditos. Hermanos.
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