"Entonces Jesús fue llevado al desierto por el Espíritu para ser tentado por el diablo. Y después de ayunar cuarenta días con sus cuarenta noches, al fin sintió hambre. El tentador se le acercó y le dijo “Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en panes”. Pero él le contestó: “Está escrito: ‘No solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios’”. Entonces el diablo lo llevó a la ciudad santa, lo puso en el alero del templo y le dijo: “Si eres Hijo de Dios, tírate abajo, porque está escrito: ‘Ha dado órdenes a sus ángeles acerca de ti y te sostendrán en sus manos, para que tu pie no tropiece con las piedras’”. Jesús le dijo: “También está escrito: ‘No tentarás al Señor, tu Dios’”. De nuevo el diablo lo llevó a un monte altísimo y le mostró los reinos del mundo y su gloria, y le dijo: “Todo esto te daré, si te postras y me adoras”. Entonces le dijo Jesús: “Vete, Satanás, porque está escrito: ‘Al Señor, tu Dios, adorarás y a él solo darás culto’”. Entonces lo dejó el diablo, y he aquí que se acercaron los ángeles y lo servían." (Mt 4, 1-11)
Por Redacción AJ. Estamos estrenando la Cuaresma, la comenzábamos el miércoles con la imposición de la Ceniza, un tiempo oportuno para revisar y renovar nuestra condición de hijos disfrutando de los dones recibidos en el bautismo. Una invitación a centrarnos en la persona de Jesucristo, superar la rutina y el conformismo -que, sin darnos cuenta, penetra en nuestra vida-, y caminar hacia la inmensa alegría de la Pascua. Tiempo oportuno, camino, itinerario de fe que no está exento de esfuerzo y lucha. Quizás el inicio tenga que ver con reconocer nuestra fragilidad, por eso al imponernos la ceniza apelaban a la memoria: “recuerda que eres polvo…”
Mateo nos presenta a Jesús en el desierto, allí ayuna durante cuarenta días y es tentado. El texto está precedido por el relato del bautismo y la teofanía del Jordán (3, 13-17), ha quedado patente que es el Hijo amado de Dios. La misión de Jesús comienza para el evangelista con un “combate” del que sale victorioso, aunque no será la única vez que Jesús puesto a prueba, mucha gente le cuestionará sobre su manera de ser y vivir como Hijo de Dios. En este primer domingo de Cuaresma los textos bíblicos con los que Jesús responde al tentador nos sirven de clave para situarnos en la experiencia de los cuarenta años del pueblo de Israel de travesía por el desierto. Jesús revive las tentaciones del pueblo, pero se mantiene fiel a Dios, su Padre. Esas tentaciones son la de un mesianismo materialista (las piedras que se transforman en pan); de un mesianismo mágico, fantástico (descenso desde el alero del templo); y de un mesianismo político (la idolatría del bienestar y del poder).
“No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios”. Y nosotros básicamente nos alimentamos del propio pan que nos amasamos; nos sostenemos en nuestros propios proyectos, en nuestros éxitos, ... lo nuestro, lo mío, yo.
“No tentarás al Señor tu Dios”. Junto a esta afirmación de Jesús, que viene repitiéndoseme a modo de mantra durante toda la semana, han ido brotando a modo de imágenes: Tentamos a Dios cuando olvidamos su amor y adoramos otras cosas. Tentamos a Dios cuando nos mostramos tan autosuficientes que rechazamos cualquier tipo de ayuda. Tentamos a Dios cuando nos decimos hijos suyos pero descuidamos a todos los que también lo llaman Padre. Tentamos a Dios cuando nos creemos más que nadie, cuando nos parece que nos lo merecemos todo, cuando buscamos el reconocimiento. Tentamos a Dios cuando pretendemos ser el referente de la justicia, del amor…
“Al Señor, tu Dios, adorarás y a él solo darás culto”. ¡Creyentes y no creyentes adoramos tantas cosas! El cuerpo, la propia imagen, las ideologías, los grupos humanos, los bienes…
“El Espíritu llevó a Jesús al desierto”, así comienza la perícopa. El desierto es el lugar de la prueba, de la tentación. En él se vive el límite, se siente el abandono, la soledad, el sinsentido. Pero el desierto es también el espacio habitado por Dios; el lugar para la posibilidad del encuentro y del auxilio de Dios. Allí está Él acompañando, sosteniendo, escuchando, dando de beber, consolando. El profeta Oseas (Os 2,16ss) afirma que es el lugar oportuno para la seducción, entiendo que se refiere a apartar del camino que se ha tomado para reconducirse, el lugar donde puede darse la conversión, y es el lugar para las confidencias y la intimidad.
“El Espíritu llevó a Jesús”. Quizás sea éste el tiempo oportuno para dejarnos acompañar hasta el desierto, para dejar que nuestros criterios y actitudes queden atravesados por la Palabra de Dios, para afrontar la tentación y ponerle nombres. Quizás sea el momento de recuperar la identidad recibida en el bautismo y de ir conformando nuestro corazón, nuestra mente, nuestras actitudes, todo cuanto somos, a Cristo. Y seguro que nos ayuda mucho compartir con otros caminantes –comunidad parroquial, grupo de fe, acompañante- nuestros pasos.
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