Poveda sí, ¿y nosotr@s? Por Silvia Ferrandis.
Todavía no me decido si escribir estas líneas como joven (ante mis tiernos 26 añitos) como una afectada directa más, o como mera observadora tirando ya a adulta, para poder hablar desde fuera, siendo menos subjetiva de lo habitual. Haré eso, pues es cierto que cada vez (desde mi juventud) me identifico más en mi papel de acompañante y educadora (y también que cada vez salgo menos y “limpio” más).
En cualquier caso como joven y como educadora la situación me interpela y cuestiona igualmente, vaya eso por delante, y es algo que reflexiono a menudo.
A las afirmaciones de Pedro Poveda y su confianza plena en la juventud, siempre me surgen numerosas preguntas y respuestas:
Vosotros podéis conquistar el mundo… ¿Qué mundo? ¿Qué queda de él?
Los y las jóvenes… los que reaccionan, los más valientes… tienen ideales… hacen la revolución… intrépidos y arriesgados… ¿Nos lo creemos? ¿Les dejamos? ¿Queremos realmente que participen, que opinen, que protesten, que sean protagonistas? ¿Para qué? ¿Los escuchamos? ¿Los tenemos en cuenta?
Esas son algunas de mis preguntas. Respuestas tengo muchas, las mías, tal y como lo voy entendiendo, pero me interesa más que nada que estas líneas puedan servir para que reflexionemos sobre cómo lo estamos haciendo y qué estamos favoreciendo, en el Movimiento Acit Joven, en la Institución Teresiana, y en la sociedad, como actores que la conformamos.
¿Qué mundo, qué sociedad queremos que conquisten? Un mundo totalmente desequilibrado, con un grupo de población enriquecida a costa de una mayoría empobrecida, con una inequidad absoluta de oportunidades, que en nuestro lado nos creemos sólo nuestras. Donde los derechos humanos brillan por su ausencia, porque apenas se trabaja por garantizarlos, ni por exigirlos, para un@ mism@ y para el resto de personas. Un mundo, o mejor, una sociedad como la española, que vive ajena demasiadas veces a todo ello, pues nos toca desayunar con que se juzgue a un juez que sí ha luchado firmemente por la defensa de los DDHH y la libertad, con un Tribunal Constitucional que en cuatro años es incapaz de tomar una decisión, demostrando que su implicación ideológica pesa por encima a su responsabilidad y su exigible independencia. Desayunar, comer y cenar con que unos políticos hacen y deshacen y se llevan y se dejan comprar, y aun así lo que más les sobra es la soberbia y la desvergüenza, aniquilando su condición de servidores públicos hasta convertirse, en dueños y señores de territorios, “yo soy la Generalitat Valenciana”, o el de víctimas según convenga, “usted lo que quiere es verme en una cuneta” y por supuesto que no falte ningún evento, que “això ho pague yo”. Y para colmo se niegan a arrimar el hombro y a aportar desde sus capacidades que quiero pensar que tienen, si eso no supone ganarse unos votos.
Una iglesia (la que tiene altavoces) que parece empeñada en romper con las cristianas y cristianos y sobre todo con l@s más jóvenes, al vivir en un mundo paralelo, ajeno a la sociedad, al vetar a quien nos habla de Jesús y entendemos y nos gusta lo que dice como es el caso de Pagola; al esconderse y victimizarse, al amenazarnos "o conmigo o sin mí"….
¿Quiénes son entonces nuestras y nuestros servidores públicos?, ¿en qué referentes queremos que se fije la juventud? ¿Triunfa la honestidad, o vale utilizar cualquier medio para conseguir nuestro objetivo? ¿Quién se preocupa por la comunidad si no lo hacen los políticos, ni los medios, ni la justicia, ni aparentemente la iglesia…? Obviamente todo esto son generalizaciones, pero que están generando, ante tales niveles de fraude y de decepción en las instituciones, una desconfianza y desentendimiento por parte de las y los jóvenes, que no entienden que resulte que todavía queden resquicios demasiado activos del franquismo y que en tiempos de crisis en lugar de trabajar codo con codo, unos se llenen los bolsillos, se vaya por libre, y a la ciudadanía nos hinchen a multas para recaudar lo que han despilfarrado.
Sin embargo, cuando se pregunta por la juventud, la respuesta es “madre mía es que l@s jóvenes de hoy, se creen que tienen derecho a tenerlo todo, es que no se preocupan, es que sólo piensan en ell@s, en su play y en salir, beber (el rollo de siempre…)” Pero, ¿qué queremos?
No tienen mucho mundo que conquistar que digamos. No nos educamos en la participación, y cuando se animan a participar, no se tiene en cuenta sus aportaciones. ¿Creemos y apostamos por sus capacidades?, ¿cuidamos a la juventud? ¿O más bien, “ya se apañarán cuando a ellos les toque tomar el pulso…”? Pues seguramente se comportarán parecido, visto de quién han aprendido… desde luego no se les ha enseñado con los hechos a compartir, a trabajar juntas y juntos, a ser corresponsables, a cooperar…
Y este es nuestro reto, el del Movimiento Acit Joven, el de la Institución Teresiana, el de las y los educadores, y el de jóvenes que pese a todo, no nos hemos dejado llevar, que sabemos que es posible hacer visible el Reino en este mundo y en esta sociedad. Porque si realmente creemos en la juventud, debemos fortalecer sus capacidades, como decía, y facilitar, animar, sus procesos, aunque sean distintos a los nuestros, aunque nos cueste entenderlos a veces. Sólo desde ahí, con ellas y ellos, podemos y haremos la revolución que Poveda y Jesús esperan de nosotr@s.
Todavía no me decido si escribir estas líneas como joven (ante mis tiernos 26 añitos) como una afectada directa más, o como mera observadora tirando ya a adulta, para poder hablar desde fuera, siendo menos subjetiva de lo habitual. Haré eso, pues es cierto que cada vez (desde mi juventud) me identifico más en mi papel de acompañante y educadora (y también que cada vez salgo menos y “limpio” más).
En cualquier caso como joven y como educadora la situación me interpela y cuestiona igualmente, vaya eso por delante, y es algo que reflexiono a menudo.
A las afirmaciones de Pedro Poveda y su confianza plena en la juventud, siempre me surgen numerosas preguntas y respuestas:
Vosotros podéis conquistar el mundo… ¿Qué mundo? ¿Qué queda de él?
Los y las jóvenes… los que reaccionan, los más valientes… tienen ideales… hacen la revolución… intrépidos y arriesgados… ¿Nos lo creemos? ¿Les dejamos? ¿Queremos realmente que participen, que opinen, que protesten, que sean protagonistas? ¿Para qué? ¿Los escuchamos? ¿Los tenemos en cuenta?
Esas son algunas de mis preguntas. Respuestas tengo muchas, las mías, tal y como lo voy entendiendo, pero me interesa más que nada que estas líneas puedan servir para que reflexionemos sobre cómo lo estamos haciendo y qué estamos favoreciendo, en el Movimiento Acit Joven, en la Institución Teresiana, y en la sociedad, como actores que la conformamos.
¿Qué mundo, qué sociedad queremos que conquisten? Un mundo totalmente desequilibrado, con un grupo de población enriquecida a costa de una mayoría empobrecida, con una inequidad absoluta de oportunidades, que en nuestro lado nos creemos sólo nuestras. Donde los derechos humanos brillan por su ausencia, porque apenas se trabaja por garantizarlos, ni por exigirlos, para un@ mism@ y para el resto de personas. Un mundo, o mejor, una sociedad como la española, que vive ajena demasiadas veces a todo ello, pues nos toca desayunar con que se juzgue a un juez que sí ha luchado firmemente por la defensa de los DDHH y la libertad, con un Tribunal Constitucional que en cuatro años es incapaz de tomar una decisión, demostrando que su implicación ideológica pesa por encima a su responsabilidad y su exigible independencia. Desayunar, comer y cenar con que unos políticos hacen y deshacen y se llevan y se dejan comprar, y aun así lo que más les sobra es la soberbia y la desvergüenza, aniquilando su condición de servidores públicos hasta convertirse, en dueños y señores de territorios, “yo soy la Generalitat Valenciana”, o el de víctimas según convenga, “usted lo que quiere es verme en una cuneta” y por supuesto que no falte ningún evento, que “això ho pague yo”. Y para colmo se niegan a arrimar el hombro y a aportar desde sus capacidades que quiero pensar que tienen, si eso no supone ganarse unos votos.
Una iglesia (la que tiene altavoces) que parece empeñada en romper con las cristianas y cristianos y sobre todo con l@s más jóvenes, al vivir en un mundo paralelo, ajeno a la sociedad, al vetar a quien nos habla de Jesús y entendemos y nos gusta lo que dice como es el caso de Pagola; al esconderse y victimizarse, al amenazarnos "o conmigo o sin mí"….
¿Quiénes son entonces nuestras y nuestros servidores públicos?, ¿en qué referentes queremos que se fije la juventud? ¿Triunfa la honestidad, o vale utilizar cualquier medio para conseguir nuestro objetivo? ¿Quién se preocupa por la comunidad si no lo hacen los políticos, ni los medios, ni la justicia, ni aparentemente la iglesia…? Obviamente todo esto son generalizaciones, pero que están generando, ante tales niveles de fraude y de decepción en las instituciones, una desconfianza y desentendimiento por parte de las y los jóvenes, que no entienden que resulte que todavía queden resquicios demasiado activos del franquismo y que en tiempos de crisis en lugar de trabajar codo con codo, unos se llenen los bolsillos, se vaya por libre, y a la ciudadanía nos hinchen a multas para recaudar lo que han despilfarrado.
Sin embargo, cuando se pregunta por la juventud, la respuesta es “madre mía es que l@s jóvenes de hoy, se creen que tienen derecho a tenerlo todo, es que no se preocupan, es que sólo piensan en ell@s, en su play y en salir, beber (el rollo de siempre…)” Pero, ¿qué queremos?
No tienen mucho mundo que conquistar que digamos. No nos educamos en la participación, y cuando se animan a participar, no se tiene en cuenta sus aportaciones. ¿Creemos y apostamos por sus capacidades?, ¿cuidamos a la juventud? ¿O más bien, “ya se apañarán cuando a ellos les toque tomar el pulso…”? Pues seguramente se comportarán parecido, visto de quién han aprendido… desde luego no se les ha enseñado con los hechos a compartir, a trabajar juntas y juntos, a ser corresponsables, a cooperar…
Y este es nuestro reto, el del Movimiento Acit Joven, el de la Institución Teresiana, el de las y los educadores, y el de jóvenes que pese a todo, no nos hemos dejado llevar, que sabemos que es posible hacer visible el Reino en este mundo y en esta sociedad. Porque si realmente creemos en la juventud, debemos fortalecer sus capacidades, como decía, y facilitar, animar, sus procesos, aunque sean distintos a los nuestros, aunque nos cueste entenderlos a veces. Sólo desde ahí, con ellas y ellos, podemos y haremos la revolución que Poveda y Jesús esperan de nosotr@s.
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