Por Redacción AJ. En este texto del Evangelio de Juan, Jesús señala en qué se distinguen los que son “de los suyos”. El texto es muy breve, es verdad, pero Jesús va a señalar dos rasgos que son nucleares: son de los suyos los que le escuchan y le siguen.
Nosotros, los cristianos, somos “de los de Jesús”, de ahí la importancia de preguntarnos por la calidad de nuestra escucha. No hace falta decir aquí que “oir” y “escuchar” no es lo mismo. Oir, oímos montones de ruidos, pero ¿qué escuchamos? ¿a quién escuchamos? ¿dónde escuchamos a Jesús? En nuestros grupos y comunidades ¿qué lugar ocupa la escucha de su Palabra? ¿Nos ayudamos a “ponernos en onda” con la Buena Nueva de Jesús?
Y del mismo modo nos podemos preguntar ¿qué dinamismo provoca en nosotros esa escucha? Y es que, si lo pensamos, escuchar nos cambia, nos provoca. Cuando una escucha es profunda y auténtica siempre se mueve algo en nuestro interior: sentimientos, decisiones, modos de pensar. El evangelio está lleno de testimonios de cómo la palabra de Jesús provocó cambios: cambió tristeza en alegría, animó a arriesgar, liberó de miedos… y generó el deseo de mirar, de amar, de pensar y de actuar como él y con él. Escuchar a Jesús fue para los discípulos algo que fue cambiando su vida, que les transformó y les hizo experimentar la seguridad de que “ser de los de Jesús” es, en definitiva, estar en las manos de Dios, de donde nada ni nadie puede arrebatarnos.
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