Si quieres hacer un viaje de verdad,
hazlo con un niño.
Tú le mostrarás lo poco que sabes,
él te enseñará lo mucho que ignoras.
Hace calor. Un calor que roza lo insufrible, sobre todo cuando uno piensa en el calor que todavía queda por venir. Sin embargo nos empeñamos en seguir llamando “buen tiempo” a este clima insufrible. Bueno, pues es buen tiempo sí, para los bares con aire acondicionado, para los cines y para los museos. Como en los bares está mal ir con un niño y los cines alcanzan ya precios de espectáculo de lujo, nos acercamos a la exposición fotográfica del centro cultural Bancaja, que bajo el sugerente título “Vuelven”, aloja una excepcional colección fotográfica. Se trata de un conjunto de instantáneas que refleja la visión que reporteros y reporteras americanos tenían de la España de finales del XIX y principios del XX.
Una exposición fantástica. Bendito calor.
Entre las muchas sorpresas que se llevó mi hijo (¿no había tele papa? ¿por qué están tan sucios?, ¿eso es una carretera? …) destaca la provocada por una fotografía al final del recorrido por las dos plantas del edificio. Se trata de una instantánea en la que la reportera americana comparte plano con una mujer española. La imagen habla por si sola. Las diferencias en las vestimentas, en la forma de estar de pie, en el color de la piel... en todo en general, evocan claramente la distancia sideral que separa a estas dos mujeres. Frente a esta foto mi hijo de once años, qué gran chico, exclama con naturalidad “pues si yo hubiera vivido en esa época hubiera emigrado a América.”
Tres días hace de esto y sigo pensando en ello. Lo primero que me viene a la cabeza es la sencillez con la que un niño puede aceptar el inalienable derecho de cualquier ser humano a mejorar su condición y la cantidad de farragosas excusas que somos capaces de articular para poner cortapisas a esta aspiración básica. Tuve un momento de pecado de pensamiento frente a la figura del alcalde de Badalona, pero eso es culpa mía por ser adulto.
Pero tras esta primera e inicial respuesta emocional a la expresión de mi hijo, sigo dando vueltas a lo que significa “dejarse impresionar”, “dejarse llevar con el corazón” o cosa similar.
La exposición fue estupenda, pero a mi hijo se le va a olvidar. Dentro de poco no se acordará bien y la confundirá con otro recuerdo similar. Lo que se le olvidará más difícilmente serán los dos veranos que pasó compartiendo con su padre diez días de campamento urbano para niños emigrantes. Desde entonces mi hijo comprende mejor la realidad de la emigración y tiene un referente real al que referirse en su memoria cuando hablamos del tema.
Y es que existe la extraña creencia entre los educadores católicos, entre los que me cuento con gusto, que hablando mucho de algo, conseguimos sustituir la experiencia de ese algo. Así hacemos campañas para hacer presentes por la palabra y la imagen realidades que nuestros educandos no comparten en su vida cotidiana. Y todo ello en la esperanza de que lo recuerden para cuando “les toque” tener que decidir, lo hagan con compasión y sensibilidad.
La paradoja llega a tal punto que resulta gramaticalmente difícil expresarla. A ver si lo consigo. Hablamos a los niños de realidades de las que les mantenemos alejados, para poder hablarles con más comodidad de realidades de las que les mantenemos alejados. Léanlo despacio y corrijan los signos de puntuación que quieran. Se lo puedo poner más claro con ejemplos muy concretos, pero dejo a la imaginación de cada uno sus propias contradicciones, que yo ya tengo las mías.
Pero es que a mi hijo también se le van a olvidar los veranos del campamento urbano para emigrantes que compartió con su padre (más por necesidad que por creencia, bien es cierto).
Si mi hijo no tiene una experiencia cotidiana del “otro”, si sigue percibiendo la realidad de pobreza y marginalidad como algo alejado en el espacio o en el tiempo, no va a ser capaz de generar el cambio que decimos que esperamos de las generaciones futuras.
Porque educar “sin el otro” pero “pensando en el otro”, suena a la versión moderna de “todo para el pueblo pero sin el pueblo”. Si seguimos pensando que creando líderes compasivos, se creará el cambio social que nos conducirá a un mundo más justo, pues creo yo que nos estamos equivocando.
La educación se ha transformado en el único espacio posible donde personas de diversa condición se van a poder mirar a los ojos a la misma altura. Y si no es entonces, ya no será después. Negar el reto no supone que desparezca, supone que otros lo asumen y nos quedamos atrás. De nuevo dejo en el pensamiento de cada cual los ejemplos que parezcan menester.
Con tanto calor, mi hijo se ha ido con su madre al parque. A ver con qué me viene luego. Miedo me da.
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