Por Irene Gregorio. Este año se cumplen 100 años de la Institución Teresiana y, por supuesto, queremos celebrarlo por todo lo alto, con el mismo espíritu emprendedor y la misma ilusión de hace 100 años.
Para conmemorar su centésimo aniversario, el sábado 15 de enero celebramos una misa en la colegiata de San Isidro presidida por el cardenal de Madrid Antonio María Rouco Varela. De esta misa cabe destacar la cantidad de gente que había, venida de todos sitios y no sólo de la Institución. Así mismo, me gustaría agradecer su presencia al estupendo coro que vino del Instituto Veritas, que nos deleitó con unas lindas canciones, cerrando la celebración con un fuerte “Creí, por eso hablé”, cantado con toda la energía y alegría con la que pudieron. Guitarra, violín, flauta y teclado (sin olvidarnos de la directora) acompañaron a aquel coro magnífico que se portó excelentemente durante toda la tarde (ensayo y celebración), a pesar de no tener demasiado espacio y no estar demasiado cómodos.
La ceremonia en general estuvo muy bien. Puede que la sonoridad no fuese especialmente buena, pero creo que a todos sin excepción se nos quedó algo. Oímos una frase del sermón, una petición, observamos un bonito gesto o nos llegó al corazón alguna canción. Siempre se capta algo, y ese algo se te queda para siempre como recuerdo de la misa del centenario.
Al día siguiente, y dado el año importante que es, se aprovechó también para inaugurar la remodelación del Albergue de los Negrales que llevan planeando y construyendo ya mucho tiempo. Fue una mañana increíble. Nos reímos con anécdotas, vimos fotos de las obras, visitamos el albergue... Tras un bonito discurso en el que se hacía especial mención a las familias y a los jóvenes, semilla de un mundo nuevo, futuro del presente, Loreto Ballester, nuestra directora general, se dispuso a cortar la cinta de inauguración que estaba delante de la puerta y, tan cercana como siempre, antes de hacerlo, pidió a niños y jóvenes que se acercaran para ayudarla. Aquello estaba construido por y para ellos, y por ese motivo al cortar la cinta repartió diversos trozos entre todos. Cada uno lleva un pedacito del albergue. Un pedacito de una casa abierta para ellos. Un pedacito de bienvenida. Un pedacito de esperanza. Un pedacito de futuro. Todo esto y mucho más en tan sólo UN pedacito.
Y después llegó la plantada de árboles. ¿Adivináis cuántos se plantaron? ¡100 árboles! ¿Adivináis cuánto se tardó? ¡Poco más de cinco minutos! El secreto: la unión de fuerzas y la ilusión de las muchas personas que allí fueron. Y, por supuesto, el trabajo de las personas que previamente lo habían dejado todo preparado. La alegría, la esperanza, el trabajo, la diversión, la inocencia, la ayuda, el esfuerzo y la colaboración se podían casi palpar. A todos los que no pudisteis ir, allí estuvisteis presentes, no lo dudéis. En cada árbol, en cada pala, en cada montoncito de arena... allí estabais todos, ayudándonos, plantando esos árboles con nosotros. Porque son 100 árboles, son 100 años, e infinitas las semillas. Todos daremos, hemos dado, o damos fruto igual que esos árboles, que en no demasiado tiempo brotarán, y con ellos nuestros esfuerzos, ilusiones y esperanzas; los de todos.
Tras una bonita eucaristía llena de sorpresas que van desde la coral de los agustinos y el órgano que acompañaba, hasta la llamarada y la humareda producida por las velas ofrecidas y que casi hace saltar la alarma de incendios, nos invitaron a una comida como no la recuerdo nunca en la casa. Todos los salones estaban llenos de gente con bandejas de plástico con comida. Literalmente TODOS. No había un huequito libre en el que sentarse. Pero aquello no importaba, si tenías hambre podías picar algo de todo lo que nos ofrecían y, además, como “no sólo de pan vive el hombre”, siempre encontrabas con quien hablar, o un lugar por el que pasear. O sencillamente moverte por entre la gente y observar. Observar en las caras de la gente la alegría del momento, la ilusión del reencuentro, y la excitación de un nuevo comienzo. Un espíritu contagioso. Algunos, aprovechando el buen día que nos acompañó durante el domingo, se salieron a comer fuera, donde calentaba el sol y refrescaba el aire al mismo tiempo, y donde podías escuchar otras cosas que en el bullicio de la vida cotidiana a menudo no escuchamos.
Como ya he dicho, una experiencia increíble que jamás olvidaré. Muchas gracias por este fin de semana. Confío en que a lo largo de este año de celebración abunden por doquier en todo el mundo días como éstos. Un afectuoso saludo a todos.
Para conmemorar su centésimo aniversario, el sábado 15 de enero celebramos una misa en la colegiata de San Isidro presidida por el cardenal de Madrid Antonio María Rouco Varela. De esta misa cabe destacar la cantidad de gente que había, venida de todos sitios y no sólo de la Institución. Así mismo, me gustaría agradecer su presencia al estupendo coro que vino del Instituto Veritas, que nos deleitó con unas lindas canciones, cerrando la celebración con un fuerte “Creí, por eso hablé”, cantado con toda la energía y alegría con la que pudieron. Guitarra, violín, flauta y teclado (sin olvidarnos de la directora) acompañaron a aquel coro magnífico que se portó excelentemente durante toda la tarde (ensayo y celebración), a pesar de no tener demasiado espacio y no estar demasiado cómodos.
La ceremonia en general estuvo muy bien. Puede que la sonoridad no fuese especialmente buena, pero creo que a todos sin excepción se nos quedó algo. Oímos una frase del sermón, una petición, observamos un bonito gesto o nos llegó al corazón alguna canción. Siempre se capta algo, y ese algo se te queda para siempre como recuerdo de la misa del centenario.
Al día siguiente, y dado el año importante que es, se aprovechó también para inaugurar la remodelación del Albergue de los Negrales que llevan planeando y construyendo ya mucho tiempo. Fue una mañana increíble. Nos reímos con anécdotas, vimos fotos de las obras, visitamos el albergue... Tras un bonito discurso en el que se hacía especial mención a las familias y a los jóvenes, semilla de un mundo nuevo, futuro del presente, Loreto Ballester, nuestra directora general, se dispuso a cortar la cinta de inauguración que estaba delante de la puerta y, tan cercana como siempre, antes de hacerlo, pidió a niños y jóvenes que se acercaran para ayudarla. Aquello estaba construido por y para ellos, y por ese motivo al cortar la cinta repartió diversos trozos entre todos. Cada uno lleva un pedacito del albergue. Un pedacito de una casa abierta para ellos. Un pedacito de bienvenida. Un pedacito de esperanza. Un pedacito de futuro. Todo esto y mucho más en tan sólo UN pedacito.
Y después llegó la plantada de árboles. ¿Adivináis cuántos se plantaron? ¡100 árboles! ¿Adivináis cuánto se tardó? ¡Poco más de cinco minutos! El secreto: la unión de fuerzas y la ilusión de las muchas personas que allí fueron. Y, por supuesto, el trabajo de las personas que previamente lo habían dejado todo preparado. La alegría, la esperanza, el trabajo, la diversión, la inocencia, la ayuda, el esfuerzo y la colaboración se podían casi palpar. A todos los que no pudisteis ir, allí estuvisteis presentes, no lo dudéis. En cada árbol, en cada pala, en cada montoncito de arena... allí estabais todos, ayudándonos, plantando esos árboles con nosotros. Porque son 100 árboles, son 100 años, e infinitas las semillas. Todos daremos, hemos dado, o damos fruto igual que esos árboles, que en no demasiado tiempo brotarán, y con ellos nuestros esfuerzos, ilusiones y esperanzas; los de todos.
Tras una bonita eucaristía llena de sorpresas que van desde la coral de los agustinos y el órgano que acompañaba, hasta la llamarada y la humareda producida por las velas ofrecidas y que casi hace saltar la alarma de incendios, nos invitaron a una comida como no la recuerdo nunca en la casa. Todos los salones estaban llenos de gente con bandejas de plástico con comida. Literalmente TODOS. No había un huequito libre en el que sentarse. Pero aquello no importaba, si tenías hambre podías picar algo de todo lo que nos ofrecían y, además, como “no sólo de pan vive el hombre”, siempre encontrabas con quien hablar, o un lugar por el que pasear. O sencillamente moverte por entre la gente y observar. Observar en las caras de la gente la alegría del momento, la ilusión del reencuentro, y la excitación de un nuevo comienzo. Un espíritu contagioso. Algunos, aprovechando el buen día que nos acompañó durante el domingo, se salieron a comer fuera, donde calentaba el sol y refrescaba el aire al mismo tiempo, y donde podías escuchar otras cosas que en el bullicio de la vida cotidiana a menudo no escuchamos.
Como ya he dicho, una experiencia increíble que jamás olvidaré. Muchas gracias por este fin de semana. Confío en que a lo largo de este año de celebración abunden por doquier en todo el mundo días como éstos. Un afectuoso saludo a todos.
Enhorabuena a todos los que formamos parte de la Institución Teresiana por enésima vez.
ResponderEliminarLeyendo la maravillosa crónica de Irene veo reflejados todos los actos que están y estarán teniendo lugar por el mundo. Me alegro mucho de formar parte de esto y espero que, por supuesto, todos guardéis muchos recuerdos de este año especial.
Y enhorabuena a Irene que escribe, me he sentido casi presente en todos los actos y comparto con ella lo que siente. ¡Sigue escribiendo así!
¡Feliz Centenario!
Adriana Gil