En aquel tiempo, Jesús para explicar a sus discípulos cómo tenían que orar siempre sin desanimarse, les propuso esta parábola: "Había un juez en una ciudad que ni temía a Dios ni le importaban los hombres. En la misma ciudad había una viuda que solía ir a decirle: 'Hazme justicia frente a mi adversario'.
Por algún tiempo se negó, pero después se dijo: 'Aunque ni temo a Dios ni me importan los hombres, como esta viuda me está fastidiando, le haré justicia, no vaya a acabar pegándome en la cara' ".
Y el Señor añadió: "Fijaos en lo que dice el juez injusto; pues Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos que le gritan día y noche?; ¿o les dará largas? Os digo que les hará justicia sin tardar. Pero, cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?" Lc 18, 1-8
El texto estructurado sobre el contraste de dos personajes: un juez, que ni teme a Dios ni le importan los hombres; y una viuda que pide justicia -las viudas junto al extranjero/emigrante y el huérfano son en la Biblia ejemplo de los más necesitados y a los que Jesús dirige especialmente su mensaje de salvación-.
Esta parábola no es sencilla y hasta puede desconcertarnos. No es que Dios no nos quiera escuchar. Al contrario. Nos invita a tener la absoluta seguridad de que, en todo, Él tiene una última palabra. Es una llamada a mantener la confianza en Dios, a mantener nuestro “canal de comunicación” –la oración- operativo.
Leyendo estos párrafos de Lucas nos resuena, seguro, la recomendación de Teresa de Jesús “la paciencia todo lo alcanza”. Consejo que va más allá del equilibrio emocional o la resignación. Es la consecuencia de quien sabe que la vida está en buenas manos: “Nada te turbe, nada te espante, quien a Dios tiene nada le falta, solo Dios basta” que también dirá la santa.
Pedro Poveda que habla con frecuencia de la importancia de la oración, de la necesidad que tenemos de orar...; que invita a mirar la experiencia de las primeras comunidades cristianas para aprender de ellas; nos interpela con un ruego: "que os ejercitéis en la oración; que hagáis de este ejercicio algo necesario para vuestra vida; que pongáis tal empeño en su práctica que no exista motivo, argumento, ni razón suficiente para dejar un solo día la oración".
Este evangelio es la ocasión oportuna para que nos preguntemos sobre nuestra oración. ¿Pido? ¿Escucho? ¿Confío? ¿Doy gracias?... Quizás tengamos que preguntarnos ¿Oro? ¿Qué cosas de mis quehaceres diarios pasan por delante? ¿Por qué?. Y puede ser el motivo para que hablemos de ello en nuestros grupos, comunidades...
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