Por Sonia Herrera.
“No permitiré a una
mujer enseñar o tener autoridad sobre un hombre, ella debe permanecer en
silencio”.
1 Timoteo 2:12
Mi intención con este artículo no es realizar un análisis
profundo sobre la investigación teológica feminista que se ha desarrollado en
las últimas cuatro décadas, sino aportar algunos documentos interesantes para
propiciar la reflexión al respecto reforzando la esperanza de que otra Iglesia
menos patriarcal es posible.
Las obras de autores cristianos aún hoy muy laureados como
San Agustín y San Juan Crisóstomo promovieron la imagen negativa de la mujer
que actualmente mantiene la Iglesia Católica. Hasta la segunda mitad del siglo
XX, fueron muy pocas las protagonistas femeninas de la historia del
cristianismo: María, madre de Jesús, María Magdalena, Marta y María… Pero
fueron más.
Hace unas semanas, en el I Congreso Internacional de
Comunicación y Género que tuvo lugar en la Universidad de Sevilla, Amelia
Sanchís, profesora de Derecho Eclesiástico del Estado de la Universidad de
Córdoba, empezaba su intervención citando al escritor y dramaturgo japonés Yukio
Mishima: “La habían educado de tal manera que no veía lo que no se debe ver”.
Eso
es precisamente lo que a menudo sucede con nuestra manera de “leer” la sociedad
en general y de “asumir” la Iglesia en particular: se naturaliza la
invisibilidad de las mujeres y se justifica apelando a la tradición. Una
tradición, por cierto, cargada de discriminaciones históricas, desigualdades e
injusticias que en otros ámbitos nos resultan inaceptables y vergonzosas.
La lista de mujeres cristianas apartadas del discurso
institucional es larga. Traeré aquí a algunas de ellas, para recordar el largo
camino andado por muchas mujeres que a lo largo de la historia han denunciado
el carácter machista existente tanto en la jerarquía eclesial, como en los
preceptos y doctrinas que aparecen surgidos de los concilios y aparecidos en
las propias Escrituras.
La activista abolicionista y sufragista, Elizabeth Cady Staton,
en su obra The Woman's Bible afirmó que “la Biblia degrada a la mujer desde el
Génesis hasta el Apocalipsis”.
Otro ejemplo lo encontramos en la figura de Sojourner Truth,
de la que Antumi-Toasijé
escribió: “Tanto la faceta de resistencia a la esclavitud de
Sojourner Truth, como sus ideas sobre la mujer han sorprendido a los
estudiosos. Profundamente cristiana se aproxima a ambos problemas desde un
discurso directo y sin concesiones. Su capacidad oratoria y su carisma incuestionable
contribuyeron a la popularización del discurso de la mujer negra, un feminismo
específico primordialmente abolicionista. Aunque sus actividades no se quedaban
en el abolicionismo, el rescate de personas esclavizadas o el feminismo activo,
abarcando otros aspectos nacidos de un humanitarismo cristiano vigoroso, como la
oposición a la pena de muerte”.
Ya en el siglo XX cabe destacar la labor intelectual, reflexiva
y crítica de otras mujeres como la teóloga Elisabeth Schüssler Fiorenza que
trabajó incansablemente por una hermenéutica bíblica feminista detectando
el patriarcado y promoviendo cambios en la Iglesia y en la sociedad, o Pilar
Bellosillo, auditora del Concilio Vaticano II y presidenta de la Unión Mundial
de Organizaciones Femeninas Católicas (1961-1974) que trabajó hasta su muerte
en 2003 por la igualdad entre mujeres y hombres dentro de la Iglesia Católica
encabezando el diálogo oficial con protestantes, anglicanas y ortodoxas y
favoreciendo el diálogo ecuménico en España mediante la creación del Foro de
Estudios sobre la Mujer.
Por otra parte, investigaciones recientes llevadas a cabo
por la catedrática de la Escuela de Teología de la Universidad de Harvard,
Karen King, han reconocido el papel relevante de muchas mujeres en los primeros
años del cristianismo. Según King el Evangelio de María Magdalena demuestra que
ésta ejerció un liderazgo femenino fuerte y que gozaba de influencia por su
posición destacada frente al resto de discípulos, sin embargo, la imagen
oficial de María Magdalena que se ha promulgado es muy distinta:
“María de Magdala es conocida en la imaginería y tradición
populares de Occidente como una prostituta arrepentida, como la adúltera a la
que Jesús salvó de los hombres que intentaban lapidarla, y como la mujer
pecadora cuyas lágrimas de arrepentimiento lavaron los pies de Jesús a modo de
preparación para su enterramiento. Sin embargo, nada de esto es históricamente
exacto. Nada hay en el Nuevo Testamento ni en la primitiva literatura cristiana
que aporte un atisbo de prueba que apoye este retrato”.
La discriminación sexual en el seno de la Iglesia se
manifiesta precisamente en esa demonización y ocultación del liderazgo de las
mujeres que fue señalado como una herejía, en la apropiación patriarcal del
discurso y en la difusión de una imagen errónea de aquellas que sí lucharon por
un mundo cristiano más igualitario y justo, de aquellas cuya figura es cada vez
más necesario reivindicar y revalorizar para construir también una Iglesia
distinta.
Enlaces interesantes:
Interesante porque estamos abriendo un grupo de discusión sobre feminismo en la Iglesia y en la política ecológica
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